No se han producido los resultados esperados, y apenas algunos presos políticos han sido liberados, pero no en suficiente cantidad y significación como para defender estas decisiones como un triunfo de la política de diálogo. Hasta ahora no hay otros logros tangibles para la oposición.
No hay fecha para las elecciones de Amazonas, por más que el presidente Nicolás Maduro haya dejado escapar que probablemente sean el 20 de diciembre. No se ha avanzado con respecto a que se permite la ayuda humanitaria en materia de medicinas y alimentos.
Ni hablar de la designación de los nuevos miembros del Consejo Nacional Electoral (CNE). A menos que haya avances muy discretos o secretos, no será fácil construir consensos en torno a este punto, para lograr un ente electoral con equilibrio en su directiva. Dos proclives al oficialismo, dos a la oposición y uno de común acuerdo.
El gobierno le aplica una buena dosis de lentitud a las decisiones que adopta en el marco del diálogo. Le apuesta a estirar la liga hasta un punto máximo. Sin que se reviente. Juega casi que a placer con las contradicciones de la oposición y ésta va nadando en el mar de sus propias contradicciones. No tiene una clara estrategia de negociación. Carece de un equipo que tenga experiencia en ese campo.
Nos decía un diputado de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) que se puso a disposición de varios de los principales dirigentes de ese bloque político a un grupo de expertos venezolanos en negociación, pero que lamentablemente nunca fueron llamados.
Por el lado del gobierno cuentan con dos figuras con mucha experiencia, Roy Chaderton Matos y Jorge Valero, pero es principalmente Chaderton quien lleva las riendas en el día a día del lento, casi paquidérmico, proceso de diálogo.
Ha resultado difícil para quienes representan a la MUD en la mesa de diálogo defender su actuación en ese escenario. Más allá de que sea correcto participar de esa iniciativa, es inocultable que hasta ahora el gobierno ha sacado la mejor tajada, porque ha ganado tiempo a un bajo costo político, logró ventaja con la redacción que se hizo en la última declaración y no tiene en la calle la presión de una oposición movilizada y organizada.
El gobierno logró que los diputados de Amazonas se desincorporaran de la Asamblea Nacional, y el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) responde al gesto opositor con nuevas decisiones que invalidan la actuación del Parlamento. La liberación de presos va en cámara lenta y no hay motivos para pensar que la reunión del 6 de diciembre va a dar mejores frutos que los mostrados hasta ahora. El gobierno va ganando esta mano.
Pero este cuadro de hoy no es inamovible. Puede variar y son diversos los factores que tal vez incidan en esa variación. Uno de ellos es la propia crisis, por mucho que los ministros y el propio Jefe del Estado aseguren que la economía va en lenta pero segura recuperación, la realidad pinta muy complicada. El dólar subiendo como la espuma de la cerveza, y el bolívar cuesta abajo en su rodada. La inflación sin freno que la aguante. Y la población sufriendo los embates de un empobrecimiento del cual no puede escapar la clase media, muy golpeada, tanto o más que en los duros años noventa. Los tiempos de la política van a una velocidad mucho menor que los de la economía.
Otro factor es la paciencia del papa Francisco. El Vaticano ha servido de buen oficiante para que gobierno y oposición acepten negociar. La presencia de un enviado papal, el cardenal Claudio María Celli, le ha dado cierta seguridad a una oposición que, salvo excepciones, ve a los ex presidentes Rodríguez Zapatero, Torrijos, Fernández y Samper como parte del «dogaut» del oficialismo. Ya comienzan a surgir declaraciones de la Iglesia venezolana cuestionando la lentitud del proceso de diálogo y sus magros resultados.
Si bien se ha hablado de que la Conferencia Episcopal ha sido forzada por el Vaticano para aceptar como bueno este nuevo intento de diálogo, sus principales representantes siguen con altos niveles de desconfianza.
Esa no es la noticia. La noticia es que ya en el propio Vaticano comienza a tomar fuerza el temor de que una vez más el gobierno incumpla o cumpla a medias los acuerdos y termine obteniendo oxígeno a costa no solo de los errores de la oposición, sino también de la buena fe de Su Santidad.
No es descartable que de un momento a otro desde Roma se haga sentir de manera oficial un descontento que es ya conocido en el mundo de los diplomáticos acreditados en Caracas .
Si la oposición se levanta del diálogo y el Vaticano toma distancia del gobierno de Nicolás Maduro, vamos a ver una nueva película. Sin Papa, sin diálogo y con una oposición ganada a cobrarle caro al gobierno sus audaces políticas dilatorias.
Claro, con una unidad interna resquebrajada por las diferencias que se han puesto de manifiesto en esta coyuntura, pero también por la innegable pugna en torno a quién lleva el rol dirigente en la coalición. El gobierno, por su parte, cohesionado básicamente por la necesidad de mantener el poder como objetivo principalísimo, aunque también lleve su procesión por dentro.