Venezuela

Guillermo Aveledo Coll: “No sé cómo se puede ser joven en Venezuela”

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Fotografía: Andrea Hernández

Guillermo Aveledo Coll (Caracas, 1978) se considera mucho menos optimista sobre el país que su padre Ramón Guillermo Aveledo, uno de tantos fósforos de sensatez quemados en medio de la implacable combustión interna de la Mesa de la Unidad. “En algún momento fui militante copeyano y tuve unas ideas juveniles y rabiosas de cómo debía ser la sociedad, pero hoy tiendo a ser mucho más escéptico”, se confiesa el joven politólogo y profesor de la Universidad Metropolitana y la UCV, que, en un país en el que María Corina Machado casi fue lapidada por hablar de capitalismo popular, ha hecho de su campo de especialización el estudio de las escasas muestras de genuino pensamiento conservador a lo largo de nuestra historia republicana. Forma parte de una serie sobre jóvenes intelectuales acorralados en medio de un entorno de literal saqueo a los centros de conocimiento.

—¿Qué es un intelectual?

—Aquel cuyo valor en la sociedad está definido por lo que piensa y no por lo que hace. No necesariamente es el académico. Personalmente no me considero intelectual, a menos que traspase la barrera. En el mundo académico pensamos con una gran formalidad. Un intelectual genuino es mucho más libre. Los historiadores, filósofos y sociológos tienen esa ventaja de ver los temas en la gran perspectiva: un Tomás Straka, un Elías Pino Iturrieta, una Colette Capriles, un Erik del Búfalo, una Gisela Kozak pueden ver más allá de sus narices. Quizás hoy no hay grandes intelectuales públicos. No sólo por la dificultad de ser alguien que sepa de todo: no hay nadie que consideremos neutro. Supongamos que emerja una figura que sea considerada sabia. Una vez que salga eso de la ecuación, vas a preguntar: ¿es chavista o no es chavista? ¿Es salidista o no es salidista? En estos tiempos de crispación, el que tú reconoces como genio es el hablador de pistoladas del otro. ¿Cuándo se convirtió Uslar Pietri en el gran sabio público? Cuando dejó de ser político. Una cosa necesaria para que el intelectual exista es que se exprese. Los que se quejan de la productividad de los demás en las redes sociales tienen que tener cuidado: a lo mejor dentro de 100 años, los youtubers de hoy serán apreciados como nuestros Diderot y Voltaire.
—Usted se ha especializado en el estudio de un pensamiento sumamente específico. ¿Se siente un monje que preserva el conocimiento clásico en medio del atraso medieval?

—Mientras las sociedades sean más pobres, tienen que enfatizar más en los conocimientos técnicos que las saquen de la pobreza. En este momento urgente, es más útil aquel que produce, siendo que casi nadie puede producir libremente, que aquel que piensa. Pero lo deseable es que la sociedad pueda ser tan rica, próspera y variada, que más allá de si es útil o no, tengas la posibilidad de sufragar lo que cuesta cierta decisión vocacional individual. En el futuro más cercano, si hay un cambio de poder, o incluso con este mismo régimen, tendrá que privilegiarse el aparato productivo y orientar las vocaciones de la juventud hacia eso. No es lo que está pasando. Todo lo contrario. No porque se estimule la filosofía o el intelecto, sino porque se desestimula la producción. ¡Nuestra población joven se quiere ir! Las mejores universidades del mundo se ubican en sociedades libres. Puede que haya más alfabetización en regímenes autoritarios, pero eso no quiere decir cultura. Para que una sociedad sea intelectualmente audaz, tiene que ser libre: Esparta era admirada por los intelectuales, pero la que producía esos intelectuales era Atenas. No quiero elucubrar sobre mi propio valor en la sociedad: yo mismo me lo cuestiono a cada rato. Alguien que estudia lo antiguo no necesariamente tiene valor concreto. No le pongo un plato de comida a nadie que no sea mi hija y mi esposa. Una sociedad próspera me permitiría trabajar decorosamente sin estar avergonzado del drama que significa ser intelectual en medio de la pobreza.

—Aparte de la constante de la migración, ¿qué está percibiendo en las aulas universitarias?

—Recientemente me he convertido en el profesor más joven de mi departamento en la Unimet. No lo era. Los más jóvenes han emigrado por emigrar o cambiar de ramo. La de la docencia no es una vida glamorosa, pero tampoco tiene que ser menesterosa. Disminuyen los textos especializados, es más fácil conseguir generalistas que especialistas, pese a que en Venezuela hay más posgrados que nunca. Yo fui estudiante en los comienzos del chavismo y todos teníamos temor al futuro, pero no había este grado de melancolía, descreimiento y hasta de cinismo que uno nota hoy en los jóvenes de entre 17 y 22 años. Y en el curso de muy poco tiempo: hace cinco o seis años había llegado a predominar una generación muy voluntariosa, muchachos que se metían en mis disciplinas en la UCV y la Unimet con deseo de promover el cambio. Hoy siento un gran alejamiento. Los muchachos llegan muy tristes. La base de la felicidad humana tiene un fundamento material. Es imposible ser feliz en la carestía absoluta. ¿Cómo hace una pareja para relacionarse? ¿A dónde sale? ¿A qué hora? Yo no sé cómo se puede ser joven hoy.

—¿Esta es una revolución en contra del intelecto?

—Vamos a estar claros: cuando surgieron las academias venezolanas del siglo XIX eran herramientas de dominio político. Modos de legitimar un conocimiento que favorecía al guzmancismo, el gomecismo y etcétera. Con la democracia y la complejización de la sociedad civil, las universidades se hicieron más científicas y profesionales. Pero como están vinculadas al antiguo régimen, el puntofijismo, el poder que nos domina considera que las fuentes tradicionales de conocimiento son ilegítimas. Se les prestaba oído cuando criticaban lo anterior, después de eso no hay nada que hablar. Si soy poder dominante, cada vez que tenga que escoger entre revolución y ciencia, diré: la ciencia está equivocada. Hay una razón marxista para que sea así: los científicos son burgueses. Si fulano propone tal método para enfrentar la malaria es porque está conectado a laboratorios trasnacionales. Ojo: toda ciencia tiene sesgo. Eso es inevitable. Pero más que la ciencia, hoy se critica la deslealtad de la ciencia. El problema es si se puede hacer ciencia bajo un parámetro de lealtad. Empezando porque el materialismo dialéctico, el marxismo económico o como lo quieras llamar es mala ciencia. Salvo en filosofía, el marxismo no ha tenido mayor aportación a la ciencia.

—En las recientes elecciones en Estados Unidos se cuestionó que las redes sociales, pese a su democratización, han profundizado las parcelas de extremismo.

—Diego Bautista Urbaneja comentaba recientemente que él no se imaginaba a Caldera, Jóvito Villalba o Rómulo Betancourt haciendo el Pacto de Punto Fijo con las redes sociales encima. La opinión pública es veleidosa y hasta cierto punto ficticia. No hay tal cosa como una opinión general. El viejo Nicolás, me refiero a Maquiavelo, decía que la gente es impresionable. La información de lo que tú quieras está a un click, pero no tienes nada que te ayude a filtrar. No habiendo curetaje, estás expuesto a lo superficial e incluso a lo erróneo, y en el caso venezolano se agrava por el autoritarismo. Te vas asociando a los que piensan como tú y bloquear a los que no. Es un derecho y un riesgo, y te puedes perder de voces alternativas. Las redes no están diseñadas para la argumentación sino para la aprobación. No hay ya matices. ¿Cuál es la alternativa, una élite que se separe de las redes y se aísle en una burbuja? No, es el tiempo en que estamos. ¿Qué podemos hacer los que opinamos en el mundo público? Tratar de bajarle el tono a lo inmediato. Ver las cosas desde la perspectiva que nuestra disciplina nos puede dar. Eso es más útil que recordarnos nuestras propias miserias. Claro que uno no solo es opinador, sino persona que sufre. Uno no puede estar siempre pensando abstractamente en la torre de marfil: te faltan los repuestos, tus hijos no tienen para comer. Escribimos sentados sobre eso.

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