Venezuela

Alejandro, ni épica ni rodilla en tierra

No es famoso por sorprender al mundo desnudo en una marcha ni por denunciar represión al ser hijo de un alto funcionario público. No se muestra portando banderas, tomando fotos o escribiendo en las redes sociales sobre lo que es justo o injusto. A Alejandro no le importa nada lo que pasa en su entorno, y eso que se despierta casi a diario con el ruido de las marchas y se acuesta con el acre olor de bomba lacrimógena.

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FOTOGRAFÍAS: ANDREA HERNÁNDEZ | EL ESTÍMULO

Alejandro tiene 20 años y junto a Carlos, su hermano, de 14, convive bajo un árbol que se encuentra en una de las áreas verdes que rodean al Distribuidor de Altamira, uno de los epicentros de las movilizaciones opositoras en Caracas que cumplirán un mes para presionar a Nicolás Maduro a salir de la presidencia.

Desde hace un año Alejandro y Carlos duermen en un espacio que se ha convertido en una especie de palco de honor de muchas de las manifestaciones. Por ese rincón inclinado, cubierto por la grama seca y la basura, cruzaron miles de personas que hicieron el 24 de abril un plantón que convirtió el lugar de pernocta en un gigantesco parque público, con cavas y sillas de playa incluidas.

Carlos fue el primero que despertó por el ruido de los pitos y el calor que invadía el distribuidor a las once de la mañana. Alejandro le siguió minutos después. El mayor está malhumorado, más aún cuando señoras con gorras con el tricolor patrio y camisas del más puro algodón piden disculpas al verlo arropado con cobija y sábanas. Unas telas sucias sobre cartones que simulan a un colchón.

A Alejandro no le interesan las banderas políticas que alzan chavistas y opositores. Desconoce por qué a Maduro lo llaman dictador. Por qué se desatan los disturbios y los militares que reprimen a muchachos de su edad. Ni las razones del chavismo para denunciar que hay un golpe de Estado en marcha. O las quejas de Luis Almagro en la OEA. Alejandro no está interesado en librar épicas ni poner su rodilla en tierra. Lo que quiere es asegurarle a Carlos un estómago lleno y salir ileso de los riesgos que supone vivir en las calles.

Ambos hermanos se ganan la vida con los que les depara el día. Da igual si limpian carros, venden cigarros o Carlos pide dinero a las puertas de una iglesia. Las calles de Altamira, Los Palos Grandes y Chacao son pateadas a diario como método de subsistencia. No tener intimidad en el distribuidor les ha generado en cierta forma ganancia: algunos opositores regalan jugos o empanadas cuando van rumbo a la autopista Francisco Fajardo para manifestar. Una pareja se detiene para convencer al mayor de que recoja ropa y sábanas guardadas en un lugar apartado de Caracas.

A primera vista parece un modelo. Posee una musculatura como tallada por los rigores del atletismo, la natación o el boxeo. Por su altura luce perfecto para el basquetbol. No tiene los labios y nariz gruesa como su hermano. Alejandro es de pocas palabras aunque le basta una mirada y dos gestos para expresarse. Amaneció adolorido en sus piernas porque dice que unos agentes de la Policía Chacao aprovecharon la noche para pegarle con tubos sin motivo alguno.

Carlos está más ajeno a lo que sucede en su entorno. Baila y grita las consignas que escucha de los vecinos del improvisado picnic de la autopista. Se pregunta por qué un periodista luce un chaleco antibalas si no es policía. Alejandro fuma mientras observa los remedos de su hermano subido al árbol, que le ha servido de techo. Quizás, divisa la delgadez que esconde el menor en sus ropas.

Si juzgamos por su talla y tamaño, el adolescente podría tener nueve años. Su cabeza parece no corresponder a su diminuto cuerpo. El cabello es rojizo y ensortijado. Carlos tiene unos ojos de verde coral que resaltan con la sonrisa y las pecas de su rostro canela.

Tras bajarse del árbol, Alejandro siente que le revuelven el pasado. Opta por callar ante las preguntas sobre sus orígenes, la ubicación de sus padres, por qué decidió asumir en las calles el rol de padre con su hermano. Hay silencio en medio del bullicio. Como si un operador de audio controlara el ambiente del tumulto. El muchacho baja la mirada, mientras una lágrima sale corriendo de su ojo derecho.

No hay nada que decir. Lo que quiere Alejandro es que lo dejen en paz. Quiere irse con su hermano antes de que el olor a lacrimógena y el sonido a perdigón vuelvan a tomar las calles de Altamira.

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