Venezuela

Arquitecto: el oficio más irrespetado en Venezuela

Ser Arquitecto en Venezuela es una carrera contra obstáculos, desde tomar la decisión de estudiarla, pues no es un oficio que pueda ser aprendido sin talento, hasta llegar luego al difícil sino imposible mundo del ejercicio profesional. 

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4 de Julio: Día del Arquitecto en Venezuela

Para comenzar, ni siquiera tenemos un Colegio legalmente reconocido, estamos adheridos al Colegio de Ingenieros como una profesión adjunta para que se nos permita ejercer, una vergüenza absoluta ya que la arquitectura existe desde tiempos inmemoriales. El Colegio de Arquitectos de Venezuela es una figura gremial, y ni siquiera eso, es algo simbólico, si usted como arquitecto no está adscrito a él, pasa absolutamente nada, pues el carnet del CIV es lo único que le piden para estampar su firma en un plano.
Tan irrespetada es la profesión que a la mayoría de los Departamentos de Regulación Urbana de este país se les llama popularmente por el mal heredado nombre de Ingeniería Municipal, aún cuando en la actualidad sean dirigidos casi totalmente por arquitectos. Cualquiera en el territorio nacional cree que puede hacer lo mismo que hacemos, desde ingenieros hasta amas de casa, pasando por propietarios de constructoras, ingenieros y, los peores de todos, políticos.
Se banaliza la profesión hasta el punto de creer que somos unos “organizadores de objetos”, seleccionadores de acabados y escogedores de mobiliario, en pocas palabras nos ven como uno de estos dos clichés: Un mariconcete que habla bonito o una chica linda que hizo un MMC (Mientras me caso).
El ejercicio de la arquitectura es vital para el desarrollo de una sociedad, sino fíjese, cuando usted va de viaje y encuentra una ciudad que le gusta, a usted le gusta la arquitectura de esa ciudad, que es mucho más que piezas individuales o edificios, es todo, la vialidad, el orden, el espacio recreativo, las proporciones, los servicios. Todo, todo ello está concebido por arquitectos.
En este país es cuesta arriba hacer arquitectura, ni hablar de la buena arquitectura, se tiene que lidiar con promotores que buscan ahorrarse dinero economizando en metros cuadrados, en buenos materiales o en el tamaño de una ventana, ignorantes de los efectos perjudiciales que los neófitos compradores tendrán en su calidad de vida, y peor aún, totalmente inconscientes del tipo de sociedad que están creando, realmente no les preocupa.
No sólo aplica a viviendas, sino a edificaciones industriales y de servicios tanto públicas como privadas. No hay criterios humanistas, y mucho menos sociales, son una absoluta vergüenza las directrices de la Gran Misión Vivienda, lugares inhumanos, hacinados, sin áreas de expansión ni servicios acorde con su densidad, son ensayos contemporáneos fallidos de la arquitectura de la pos guerra sin tener en cuenta los cambios que la sociedad ha tenido en estas décadas y peor aún, sin reparar en las muchas fallas que este tipo de complejos tenían.
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Lo más terrible es que muchos de los líderes de dichos proyectos son quienes se empeñaban en predicar las bondades de la arquitectura social en la Facultad de Arquitectura de la UCV. Era loable ver cuánto ahínco ponían en hacerte entender sus teorías, todo ello para que, teniendo la oportunidad de verdaderamente crear un cambio en la sociedad, fueran seducidos por verdes comisiones que dieron como resultado los esperpénticos complejos habitacionales que crearon, contradiciendo todo cuando alguna vez dijeron, llenando de pintura roja las fachadas, disfrazando de socialismo las nuevas barriadas del siglo XXI para ocultar la improvisación y la precariedad de los proyectos. Excepciones existen, pero si las excepciones fueran la regla, entonces no serían tal.
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La no planificación aqueja al país, hay carencia de orden, de una visión global de las ciudades, de sus espacios urbanos, de la vialidad, de escalas que no corresponden, de los no lugares. Nuestras ciudades son un caos, y una ciudad caótica solo puede engendrar sociedades desordenadas, disgregadas y desiguales. En ninguna ciudad de Venezuela se puede caminar más de 3 cuadras con una acera generosa sin que un accidente urbano ocurra: una alcantarilla sin tapa, huecos, cestos de basura, quioscos de perros calientes y periódicos, la inútil franja de 50 cm de grama que suelen llamar “área verde” y suele terminar en un montarascal o lo de siempre, que se desaparezca la acera y se transforme en un brocal.
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Por supuesto que no todo lo malo de nuestras ciudades es producto de la V República ni de la gente que ahora se denomina, erradamente, pro izquierda, es una tradición que viene desde principios del siglo XX.  Además, sabemos de sobra que alcaldes y gobernadores de oposición han irrespetado nuestra identidad y nuestra memoria permitiendo modificaciones o exterminios de obras que forman parte del patrimonio histórico de la nación, cubriendo sus espaldas con papeleo burocrático y peligrosas omisiones.  Notables los casos del Edificio Galipán en Chacao o el recientísimo asesinato del Edificio Gastizar en Las Mercedes, sólo por mencionar un par de casos en Caracas, que últimamente se ha transformado en toda una fábrica de ruinas.
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Las pajareras, los anexos, los balcones acristalados, los “techitos” y los “pisitos” son parte del paisaje urbano cotidiano, existe en el venezolano una incipiente necesidad de “apropiarse del espacio”, de marcarlo, de establecer su caciquería, de sentir que tiene el dominio de algo. La ranchificación no discrimina nivel socioeconómico, no distingue el este del oeste, no repara en títulos universitarios o cuentas en dólares, es parte del acervo cultural, de la venezolanidad. El pensar que lo nuevo siempre es mejor es parte de nuestra desgracia,  es una de las características de esta sociedad y los boliburgueses son el epítome de este pensamiento, en sus hogares y oficinas nunca encontrará nada que implique tradición, historia o acervo familiar, ellos no tienen las perlas de la abuela, la vajilla de la tía, ni la poltrona de mimbre del bisabuelo, o el pocillo de peltre donde bebía café el abuelo, menos aún algún libro. Pero bueno, debemos recordar que ellos son una versión actualizada de lo que alguna vez representaron los adecos en torno al mal gusto.
Este es quizás el agravio más fuerte contra nuestro oficio, la ranchificación, porque está arraigado dentro de los individuos, sin importar credo, color o tolda política. Es el enemigo a vencer, es donde un arquitecto debe demostrar su valor y asumirse como parte integral del desarrollo del país y de su evolución como sociedad, sin importar el proyecto que tenga al frente, es su responsabilidad hacerlo pues no hay proyectos pequeños, solo mentes incapaces.]]>

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