Venezuela

El rey del caos ¡mesmo!

La página web del Saime no funciona ni a la tres de la mañana. El cochino subió diez mil bolívares en una semana. Para llegar al cementerio de La Guairita hay que ir en 4x4. Si te amenazan con un secuestro, la policía te tranquiliza: “seguro es una finta montada desde una cárcel”.

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Por Fátima dos Santos. Foto: EFE/Miguel Gutiérrez (Archivo)

Por aquí no pasa nadie a menos que lo autoricen los Colectivos. Los cajeros automáticos entregan un máximo de 0,5 dólares por día. Al montarte en una camioneta tienes que preguntarle al chofer cuánto le provoca cobrar hoy. Los motorizados van chola por las aceras y te gritan que te apartes. No llego al trabajo, porque la calle está trancada por guarimbas. En las equina, tres niños comen de la basura. Nuestras cifras de malaria llegan desde Cuba. Mataron a 37 en la cárcel de Amazonas, sin consecuencias. Hay una desgracia en Choroní y el gobierno no dice nada.
La policía le robó el teléfono a Isaac. A María la dejó varada Aeropostal. Mi tía escapó por la frontera. En un atraco mataron al esposo de Flor.
Y mientras esto pasa, te asomas a la televisión y ves a un funcionario que ordena meter preso a Mengano, darle tantos años a Fulano, quitarle el pasaporte a Zutano. O tirándole tantos millones a tal proyecto, tantos millones a tal otro. Cambiando la fecha, o las normas, o los controles de las elecciones. Despachando tal ley por la vía rápida. Dejando encarcelados a quienes tienen orden de excarcelación, levantando inmunidad parlamentaria sin proceso, exculpando a los amigos investigados en delitos, colocando panas en dobles y triples cargos.
La vivencia de la calle es la de un desastre, una supervivencia forzosa y a duras penas, una comezón por escapar, la angustia de que en cualquier momento sale tu número. Pero lo que muestran los medios del Estado es un autoritarismo férreo: poses marciales, órdenes taxativas, civiles uniformados.
¿Es una contradicción? Sí y no. Por contraposición, mientras más se destruya el país, más firme tiene que parecer la cúpula. Pero también es que el caos al cual nos han lanzado es una vuelta de tuerca del autoritarismo. Son giros que se profundizan. El desmadre es producto de años violentando las leyes (“dame un millardito por aquí”, “el pueblo está por encima de la constitución”, “¡exprópiese!”) y el autoritarismo necesita de ese caos para medrar. En un país fuerte y con leyes que se cumplan no funcionarían sistemas coercitivos como los CLAP (racionamiento de bolsas de alimentos), el Carnet de la Patria o el “voto supervisado”.
Vengo de una discusión donde, indignado, un grupo protestaba que respetar las leyes les impedía aplicar la justicia, entendiendo por justicia hacer lo que les provocaba. Ellos creían tener la verdad, y no iban a admitir irrelevancias como la recolección de pruebas, los lapsos procesales o el derecho a la defensa.
¡Pero bueno! Se supone que de eso se trata el contrato social: de normas comunes de funcionamiento, a las cuales todos nos sometemos. Es tanta nuestra confusión respecto a lo correcto que hoy hacer justicia es contribuir a disolver el Estado de Derecho, como el Hombre de la Etiqueta de «Por Estas Calles». O como Harry El Sucio.
Desde la Constitución hasta la lógica, toda norma es abolida en autoritarismo. Sólo prima la arbitrariedad del poder. El autoritarismo requiere gente vulnerable y nos vulnera acostumbrándonos a la falta de patrones. Porque en medio del caos: ¿qué le queda a Pedro Pérez (nuestro Joe Dow) para sobrevivir, sino la sonrisa, el escarceo, la lealtad ciega, el amiguismo, la red de corrupción?
No es raro que a este sistema no le importen la masacre de Amazonas, la difteria, el hambre, la economía vuelta un desastre. A uno puede extrañarle que no tomen cartas en el asunto, incluso cuando la solución son acciones relativamente simples (como el canal humanitario o el tipo de cambio único), pero es que en realidad el caos no les viene mal, es intrínseco al modelo, es la otra cara de la moneda.
En este contexto, cualquier intento de formalización y normalización es contra-cultura. Y así, los formalitos terminamos siendo unos auténticos revolucionarios.]]>

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