El año 2018 era uno de los que más expectativa generaba entre los venezolanos y la comunidad internacional. Todo indicaba que entre fiestas electorales esta iba a ser la más majestuosa porque marcaba el fin de una era -en la que independientemente de quien ganara iba a traer cambios- pero antes de llegar a este escenario, «el tema electoral» en la opinión pública dio un giro de 180 grados.
El domingo 20 de mayo finalmente se cerró el ciclo de espera con unas elecciones que desde sus inicios generaron dudas no solo en lo nacional, sino también en instancias internacionales. La desesperanza, la duda y lo vicios alrededor del proceso hicieron que la “tradición” electoral durante la campaña no se cumpliera.
Las grandes concentraciones y actividades concurridas fueron cambiadas por pequeños eventos y declaraciones redundantes a la prensa; las anchas avenidas colmadas de gente en los cierres electorales, quedaron en el recuerdo para conformarse con calles pequeñas que intentaran emular multitudes que no existían. Inclusive, la dialógica monotemática en la cotidianidad acerca de quién tenía que ganar, de cuáles eran las propuestas de los candidatos o de la propaganda invasiva fue cambiada por un silencio sepulcral y una indiferencia generalizada.
Claramente, para quien no está involucrado en la cotidianidad del venezolano, ritmo difícil de seguir incluso para el que vive en nuestro país, no entiende qué fue lo que pasó. Durante el ciclo de protestas del año 2017, el Ejecutivo venezolano «convocó» una Asamblea Nacional Constituyente (ANC) que se instaló de forma arbitraria al no realizar previamente un referéndum consultivo, como lo establece el Texto Fundamental. Por el contrario, se realizaron unas elecciones a finales de julio para designar a los constituyentes que conformarían tal suprapoder y tales comicios arrojaron unos resultados de dudosa procedencia.
Días después, el mayor proveedor del Poder Electoral, Smarmatic, sacó del país a algunos trabajadores y ofreció una rueda de prensa en la que presentó pruebas de un supuesto fraude electoral, donde los resultados habían sido notoriamente inflados. Claramente, la empresa no fue contratada nuevamente para los comicios que se realizaron posteriormente y el gobierno de Maduro mantuvo silencio, pero no sin antes contratar a ExClé, una compañía que según rumores de pasillo fue fundada con fondos de la expresidente argentina y aliada del chavismo, Cristina Fernández. Con esta acción, la población electoral perdió más confianza en el entramado, al igual que la comunidad internacional.
A medida que esto pasaba, la inflación se convertía en hiperinflación al posicionarse -según estimaciones de la Asamblea Nacional- en 13.779% para el año 2017, representando para el venezolano un nuevo estilo de vida en el que no solo tenía que luchar contra el desabastecimiento, la inseguridad o las condiciones precarias del sistema de salud, sino también tenía que buscar la manera de sobrevivir con un salario que se hacía agua en sus manos.
“El ambiente de desesperanza que pulula en la atmosfera nacional es ineludible, las personas, sobre todo en los sectores populares, están bastante ocupadas en abastecerse de alimentos, de medicinas, de dinero en efectivo y, por si fuera poco, de no ser asaltadas en la calle. No existe, por consiguiente, una oferta electoral que les atraiga, ni del oficialismo, ni de la oposición, (ni de la que llama a votar, ni de la que llama a la abstención)”, dijo Amaury Mogollón, Director General de la Consultora Acción Politik.
Asimismo expresó que «las personas miran con pesadumbre, con terror, una victoria anticipada de Nicolás Maduro, con todo lo que ha implicado el cambio y el irrespeto al cronograma electoral, el ventajismo, chantaje y clientelismo a través del carnet de la patria», por lo que poco a poco ese entusiasmo por un cambio devenido de una victoria electoral parecía cada vez más improbable. Sobrevivir ante la crisis se había convertido en la prioridad y la fiesta electoral se aguó incluso antes de comenzar.
De todas formas, el presidente Nicolás Maduro volvió a tomar por sorpresa a todos los involucrados al adelantar las presidenciales -previstas para finales de abril- bajo «recomendación» del constituyente Diosdado Cabello y luego al retrasarlas por presiones para el 20 de mayo.
A pesar de que al principio no se «avizoraban» candidatos opositores, pues la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) estableció que no participaría, sin una ruta alterna, se lanzó el exgobernador de Lara, Henri Falcón, que en las elecciones regionales perdió contra la candidata chavista, Carmen Meléndez, junto con la sorpresa -que siempre hay- el expastor evangélico vinculado con los Panamá Papers, Javier Bertucci.
Así quedó el cuadro de candidatos, un presidente que busca la reelección con la promesa de resolver problemas que el mismo creó, un pastor evangélico con un pasado tan oscuro como el de los que ya se encuentran en el poder y el «candidato de la oposición» que ha buscado a diestra y siniestra, en Venezuela y en el exterior, la legitimidad de unas elecciones que no son reconocidas nacional e internacionalmente, a excepción del Ejecutivo venezolano.
Ante este escenario, el asesor político aseguró que «el futuro para el venezolano es visto empañado de nubarrones que avizoran un desastre en los próximos seis años» por lo que, en consecuencia de ello, los que estaban en campaña «ni han encontrado ni encontrarán forma alguna de entusiasmar a la sociedad por su alternativa para que les voten, ello es, psicológica y sociológicamente inviable».
Pero el consultor político asegura que «la sociedad venezolana ha llegado a un consenso sobre la legitimidad de la elección, su convocatoria, y hasta de sus resultados; no porque un sector de la oposición afirme que las elecciones carecen de legitimidad, sino porque la desconfianza que genera la Asamblea Nacional Constituyente y el Consejo Nacional Electoral».
Ya para el momento en que se realizó la entrevista, el especialista había comentado a El Estímulo que la consecuencia iba a ser la poca concurrencia a las urnas electorales. Por todas las razones expuestas, la campaña había sido muy sosa, y no iba a generar lo que en su inicio no logró.
«Me gustaría que recordarán el año 2013, la última campaña en vida de Chávez y la compararan con esta «campaña», allí se darán cuenta que esta no es una fiesta democrática, esto es algo jamás nunca visto. Eso sí, en política no todo está escrito, sobre todo en Venezuela», concluyó Mogollón.]]>