Venezuela

En apenas una semana de ausencia

Hace una semana, el viernes 3 de agosto, me despedí de Venezuela por unos días. Salí al exterior para una corta estadía de dos semanas, con el plan de regresar y seguir en las tareas que venimos desarrollando tanto en el campo periodístico como universitario.

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Foto; Xinhua/Str/Archivo

Sin embargo, si bien cronológicamente sea apenas una semana, desde el punto de vista político y económico parece haber transcurrido muchísimo más tiempo. Los acontecimientos dentro de Venezuela van a velocidad cósmica, en una suerte de escalada. Se trata como decía una película de mi infancia “una historia sin fin”.
En una semana, si trato de hacer una síntesis apretada hubo un “magnicidio frustrado”, el cual dejó para la historia la imagen de militares rompiendo filas y sencillamente huyendo en desbandada. Se desató una cacería de brujas, en un uso netamente político y propagandístico del “atentado”, llevando al caso también para la historia de la detención arbitraria e ilegal de un diputado electo por voto popular, haciendo caso omiso de la llamada inmunidad parlamentaria.
Otro diputado emblemático, referente para la comunidad internacional, finalmente ha decidido denunciar el acoso y amenazas tras su negativa a suscribir un acuerdo político que iba a perjudicar seriamente a la sociedad venezolana, en su lucha democrática.
Por si esto fuese poco, la principal empresa del país, Petróleos de Venezuela (Pdvsa), conoció una decisión judicial en Estados Unidos que puede abrir las puertas para que todos los acreedores internacionales de la nación pasen a tomar lo que consigan con tal de resarcirse. Citgo será, creo yo, un caso emblemático de la debacle nacional.
Se ha tratado de pocos e intensos días. El paso de los días, con las reacciones oficiales, van dejando pocos resquicios para ver algo de luz democrática en Venezuela. La oscura noche de la dictadura ha tenido en esta semana otro capítulo.
Otras noticias que he visto a la distancia tratan sobre cómo la emigración masiva de venezolanos termina siendo un problema mayúsculo en la región. Ecuador declaró una emergencia migratoria, dado que más de 4.200 venezolanos ingresan cada día a ese país. Los poderes judicial y ejecutivo en Brasil se enfrentan en torno al cierre de la frontera y la provisión de ayuda y atención médica a los refugiados venezolanos en el estado de Roraima.
Y de colofón, hasta Guyana apeló a la ayuda humanitaria internacional para poder darle trato humanitario a las decenas de venezolanos que se adentran en el disputado Esequibo, no para pelear por la soberanía en dicho territorio, sino para poder huir de la crisis nefasta que nos corroe como sociedad.

Cuando veo todo este conjunto de hechos, de sucesos que sencillamente nos atraviesan, nos hunden más en el pozo de la crisis, me parece cada vez más inexplicable la respuesta opositora a todo esto.
El liderazgo opositor sigue disperso, fragmentado, enfrentados en luchas estériles sobre quien tenía la razón hace x años o no sé cuantos meses atrás. El tiempo pasa, y sigue brillando por su ausencia una hoja de ruta más o menos consensuada sobre cómo la dirigencia política planea hacer frente a este régimen. No es válido, ni política ni éticamente tener como opción esperar -cual espectador- que el gobierno de Maduro implosione, para ver qué se hará con este país, tu país, mi país.
La ausencia de un liderazgo coherente, que supere las iniciativas individuales y logre conectarse con este momento país, es en medio de una semana -sin duda acontecida- tal vez la peor noticia.]]>

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