Venezuela

Grupos delictivos chavistas, la amenaza que acecha la frontera de Colombia y Venezuela

Sudan y jadean, pero peor que el agobio es el miedo. Necesitan trabajar, abastecerse, huir de la asfixiante crisis en Venezuela. Por eso arriesgan su vida cruzando la frontera con Colombia, zona donde pueden quedar a merced de los temidos grupos paramilitares chavistas, mejor conocidos como 'colectivos'.

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Fotografía: Iván Zambrano

«Necesito regresar porque tengo a mi hija en Venezuela», expresa Rosa Gutiérrez, una ingeniera civil de 38 años de edad, agitada por la premura y el sol sin tregua de la ciudad colombiana de Cúcuta.

Gutiérrez y su esposo cruzaron el a Colombia para asistir a el multitudinario concierto, llamado Venezuela Aid Live, evento que se realizó con el fin de recaudar fondos para Venezuela, pero no contaban con que Nicolás Maduro cerraría los pasos fronterizos que conectan con el departamento colombiano, ubicado en el Norte de Santander.

Al otro lado del río, reducido a un hilo de agua por el intenso verano, los espera su hija de dos años, que estos cinco días fue cuidada por familiares. Mientras avanzan por el camino se intensifica más la sombra de los grupos civiles armados chavistas.

Los mismos funcionan como grupos de choque durante disturbios con opositores. Ahora se les ve, encapuchados y con pistolas en mano, merodeando el lado venezolano de la frontera con Colombia.

«Por acá no es seguro», asegura Gutiérrez antes de que su esposo le pidiera apurar el paso, previo a adentrarse a las trochas que los guían hacia Cúcuta.

Temblar del susto

Estos grupos paramilitares estuvieron detrás del frustrado ingreso de la ayuda humanitaria, solicitada por presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó, quien es reconocido por más de 50 naciones como presidente interino de Venezuela.

Detrás de las fuerzas estatales que enfrentaban a los manifestantes que exigían el ingreso de la asistencia, ellos lanzaban piedras o gases, y algunos fueron vistos disparando hacia el lado colombiano.

Guaidó ordenó el repliegue de su gente y de los camiones que transportaban los insumos básicos donados por Estados Unidos y sus aliados.

El 26 de febrero Bogotá ordenó el cierre de los cuatro puentes del Norte de Santander para evaluar los daños. Las acciones de estos grupos delictivos ratificaron su temible fama en Cúcuta, donde dicen que caer en sus manos puede ser una sentencia de muerte.

«Estoy bastante nerviosa, me dan muchos nervios porque no conozco la gente que está acá, pero igual si no voy me quedo sin trabajo», señala Alice Reyes con la voz temblorosa.

Reyes ya había pisado Colombia pero aún tenía tembleque. Es la primera vez que esta madre de tres hijos tiene que cruzar irregularmente para atender su trabajo como profesora en Cúcuta. Va tarde y ajusta unos 40 minutos de trayecto, pero está a salvo.

Ningún control

La acción de estas bandas delictivas ya es conocida fuera de Venezuela. La jefa de la diplomacia europea, Federica Mogherini, denunció al gobierno de Nicolás Maduro por usar grupos armados para intimidar a los civiles.

En los últimos tres días mencionarlos en los puentes fronterizos es sinónimo de terror.

Circulan rumores de militares o policías que querían huir a Colombia, pero fueron atrapados por ellos en el camino. En ocasiones se escucha a la multitud apoyando a un desconocido que está cruzando los límites. Si lo logra hay jolgorio, si lo interceptan los encapuchados, hay miradas largas.

Y es frecuente que un residente en Venezuela que llega a Colombia se niegue a dejarse filmar el rostro ante el temor de que estos grupos paramilitares tomen represalias contra ellos o sus familias.

«Son particulares que están armados y que andan allá sin ningún control», dijo una fuente policial de Colombia. Hasta el momento no han chocado con autoridades colombianas y no hay reportes de que hayan pisado Colombia, señala.

En Cúcuta hay treinta trochas, según la policía. Sin embargo algunas veces se dificulta el control total de la frontera, zona donde operan algunos narcotraficantes y contrabandistas.

Por el camino de polvo, piedras y barro, camina lentamente Margarita Rueda. Es la primera vez en 71 años que pasa por una vía irregular, pero la necesidad de conseguir una medicina para dormir, que hace tres años no hay en Venezuela, la obligó a tomar esta ruta.

«Uno tiene que dejar el miedo», afirma, aferrada a su fe. Ella y su hija no tuvieron incidentes al pasar las trochas. 

José Guerra, un tatuador venezolano dice no haber visto nada. El silencio forma parte del código de terror.

Él y las seis mujeres con las que viaja, entre ellas su mamá y abuela, se sumaron el lunes a los 2 millones de migrantes venezolanos que han huido a Colombia por la crisis.

«La idea es producir y trabajar», dijo este tatuador de 24 años.

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