Mineros de San Isidro: el trabajo de pico y pala para conseguir dólares
A las afueras de Caracas, cerca de Caucagüita, está San Isidro, una zona que antes era un camino verde para los transportistas y que ahora se convirtió en una mina artesanal donde los vecinos trabajan para conseguir arena y piedra de albañilería. Con la venta de los materiales no solo garantizan la construcción del hogar de sus clientes, sino la de sus propios sueños y los de su familia
La portada de esta historia podría hacerte pensar que el lugar donde trabajan estas personas queda en el área minera de Bolívar, pero la verdad es que no está muy lejos de la ciudad capital.
Hombre golpea la pared de piedra en San Isidro. Fotografía: Daniel Hernández
Esas personas trabajan en la zona industrial de San Isidro, entre la parroquia Caucagüita y La Dolorita, que hoy está casi abandonada debido a la migración y la crisis económica venezolana. Del lugar que era sinónimo de producción, solo quedan las estructuras vacías de pequeñas y medianas empresas que liquidaron hace varios años.
Joven minero llena un saco de piedra godson en San Isidro. Fotografía: Daniel Hernández
Sin embargo, no ha muerto del todo. Hay una mina de arena donde los más desposeídos consiguieron un respiro para garantizar un plato de comida sobre la mesa de sus humildes hogares.
San Isidro, la vida en un antes y después
San Isidro era un «camino verde» para llegar a Petare cuando el transporte público no tomaba la autopista. Trabajé en la zona durante unas vacaciones escolares y escuché varias veces sobre los derrumbes y las montañas de sedimentos valiosos: arena lavada, arena para polvillo (útil para frisar paredes) y piedra granzón.
Manos cargan piedras de albañilería. Fotografía: Daniel Hernández
El punto más afectado era -y continúa siendo- la calle La Línea de Turumo, donde hace 12 años la cantidad de tierra y piedra se acumulaba y deslizaba por montones de forma constante. Ocurrió tantas veces que un día la carretera vieja de San Isidro colapsó, impidiendo el tránsito del transporte público y, como consecuencia, disminuyó la actividad de algunas industrias.
Complejo industrial abandonado en San Isidro, a un lado de las minas. Fotografía: Daniel Hernández
Robert Marcano, un trabajador, explicó a El Estímulo que la zona industrial tuvo vida hasta el año 2014. Sin embargo, aclara que la pausa absoluta no la motivaron los escombros. La hizo realidad la crisis económica que se aceleró durante ese tiempo. Poco a poco, las empresas fueron cerrando, especialmente procesadoras de plástico y aluminio; recicladoras de metal; madereras y fabricantes de repuestos de vehículos.
Jóvenes removiendo sedimentos para limpiarlos y conseguir arena y piedra. Sus tamices los hacen con restos de alambres de colchones. Fotografía: Daniel Hernández
Las que sobrevivieron se cuentan fácilmente y siguen luchando contra el abandono, los baches, la falta de servicios, la inseguridad y las invasiones.
Viviendas vecinas de la zona minera de San Isidro. Fotografía: Daniel Hernández
La minería, inesperada fuente de ingresos
Pero esas piedras que obstruían el camino terminaron por ser una oportunidad para los vecinos de San Isidro que estaban desempleados o deseaban dinero extra. Un día se dieron cuenta de que tomar el sedimento, limpiarlo, separarlo por rubro (arena lavada o piedra) y venderlo a un precio accesible era un trabajo sencillo aunque agotador.
Los mineros de San Isidro trabajan de manera artesanal. No hay máquinas, solo herramientas y fuerza física humana. Fotografía: Daniel Hernández
La labor de minería artesanal llamó la atención y creció rápidamente en la zona. Algunos invitaron a sus familiares y otros a sus amigos. Ahora son una comunidad de mineros competitiva y unida para producir las cantidades que pidan los clientes.
En San Isidro solo se empaqueta y se carga hasta los camiones particulares de cada cliente. No hay recursos para hacer el servicio de flete. Fotografía: Daniel Hernández
Quizás ese sea su mayor característica: no hay problemas por rivalidad o apropiación de zonas, algo que sí es recurrente en las zonas mineras del estado Bolívar. En San Isidro lo que importa es prestar un servicio económico para los que buscan arena para construir sus casas.
Mientras que el metro cúbico de arena puede costar hasta 30 dólares en la parte central de Caracas, en San Isidro vale 15 dólares. Esa cantidad es posible prepararla en dos horas. Durante ese tiempo se extrae, se cierna, se embolsa y se entrega.
La opción de la comunidad
Justo Cedeño es uno de los mineros. Tiene 67 años y la actitud más gentil de la mina. Es del oriente de Venezuela, de Carúpano, estado Sucre. El sol lo golpea y también al resto de jornaleros, pero no se detienen. Escarban la tierra sin parar con dos instrumentos esenciales: pico y pala.
Cedeño cuenta que en la mina encontró una nueva manera de vivir tras trabajar durante varios años como pintor de brocha gorda. Sus empleadores eran judíos y europeos que ofrecían trabajos semanales. Y le iba bien. No le faltaba dinero ni tranquilidad.
Justo Cedeño encontró en la mina el sustento propio y el de su pareja. Fotografía: Daniel Hernández
Recuerda que cuando se aproximaban las elecciones de 1998, sus empleadores le decían que tenían miedo de que Hugo Chávez tomara el poder porque tenían el presentimiento de que durante su mandato las cosas podrían cambiar. Le repetían que si ganaba, el país pujante y lleno de trabajo se transformaría.
El hombre dice que «así pasó». Chávez fue electo y años después sus patrones se fueron yendo y se quedó sin trabajo. Al avanzar los años, Justo Cedeño vio cómo cerraban las fábricas cercanas a la comunidad y confirmó que las cosas no serían igual. Entonces, decidió resolver y hace tres años se convirtió en uno de los mineros de San Isidro.
En las minas de San Isidro el descanso no existe. Se trabaja desde que sale el sol hasta que se esconde. Solo se para comer y beber agua. Fotografía: Daniel Hernández
Ahora el carupanero tiene sus propios clientes y les vende siempre por metro cúbico. Al igual que el resto, Justo señala que lo buscan porque el precio es más bajo que en el mercado y la razón es clave: ellos no tienen un camión para prestar el servicio de transporte y llegar es complicado.
Él se apoya en sus compañeros. Si un día no tiene la cantidad exacta que solicita el comprador, pide a otro minero y se lo retribuye luego.
El deslizamiento desde la calle La Línea sucede desde hace muchos años, pero el trabajo minero en San Isidro cogió impulso con la crisis. Fotografía: Daniel Hernández
Justo Cedeño cuenta que sus hijos están grandes y tienen familia, solo se encarga de ayudar a su pareja con los gastos y tiene la esperanza de que las cosas mejoren un poco, de que su dinero valga algo y llegue el día en que pueda vivir tranquilo.
La reina de la mina
Otra persona que trabaja en la mina es Misleidy Herrera, una mujer morena, delgada y fuerte de 33 años de edad. Lleva trenzas de color fucsia, pero nunca le estorban para trabajar duro.
Misleidy llegó a la mina para ayudar a su esposo y conseguir más dinero. Fotografía: Daniel Hernández
Durante su tiempo de descanso, explica cómo llegó al lugar: «Mi pareja empezó a trabajar en la mina hace más de seis años, pero tenemos cuatro hijos y tomé la decisión de venir con él». ¿Por qué lo hace? Por sus hijos y porque juntos pueden lograr más de un sueldo mínimo.
La llaman la reina de la mina porque es la única mujer que se entregó de lleno al trabajo. Su motivación son sus hijos. Fotografía: Daniel Hernández
Misleidy nunca se ha sentido intimidada por lo que algunos reconocen como «trabajo de hombres». Su norte es el hecho de que si ella trabaja, su familia estará mejor.
Misleidy se ha vuelto más fuerte en las minas de San Isidro. Fotografía: Daniel Hernández
De hecho, su esposo y ella consideran que trabajar en familia es la mejor opción y hasta hicieron un horario. Todos los días llegan temprano. Trabajan hasta sacar lo solicitado por el cliente. Al mediodía vuelven a su casa para almorzar y descansar. Luego regresan y continúan hasta las cinco o seis de la tarde.
Cada recogida de arena representa un plato de comida en su mesa. Fotografía: Daniel Hernández
Al lado de Misleidy trabaja también Víctor Angelis, un padre de 26 años que quedó desempleado y ahora suma seis años laborando en el lugar. Él trabajaba en el sector de construcción, pero lo despidieron tras un recorte de personal. A diferencia de sus compañeros, Angelis produce polvillo para frisar.
Lo que queda de un camino que en algún momento llevó a la autopista. Fotografía: Daniel Hernández
Actualmente la carretera de San Isidro-Petare no está apta para el transporte. No obstante, los vecinos no solo han conseguido su sustento en las minas, sino hacer el trabajo que la Gobernación de Miranda y la Alcaldía Sucre no han resuelto: abrir el camino obstaculizado.
¿Por qué hacerlo? Porque la motivación de cada minero es la misma: proveer materiales buenos y económicos para construir no solo hogares, sino sus sueños y los de su familia.
La fuerza de las minas de San Isidro. Fotografía: Daniel Hernández
Endert Ramos heredó una enfermedad atípica llamada anemia drepanocítica. En 2018, con apenas 10 años de edad, sufrió dos ACV y no pudo hablar ni moverse más. Sus médicos no ven mejoría y sus esperanzas disminuyen, pero su familia sigue luchando. Esta es su historia y una vía para conseguir ayuda
Petare, una de las barriadas más grandes de Latinoamérica, celebra sus 401 años. Detrás de su historia está la gente que caminó y sigue viviendo sus rincones, sus olores y colores. El fotógrafo Daniel Hernández es uno de ellos y en este ensayo resalta los espacios que fueron su escuela de vida
Ángel luchó por cuatro años para conseguir sus diálisis y un trasplante de riñón. Soñó con ese día y, en su espera, falleció sin poder hacer realidad su vocación: la Medicina. Este miércoles 9 de febrero fue su funeral, pero su historia será siempre una denuncia de la realidad de un paciente venezolano que busca un donante para sobrevivir