Perfil

Andrés Schloeter o “Chola”, al pie del cañón

Otra cara joven que renueva la escena política. También propone ideas frescas que, ante la coyuntura, apremian y alegran. Andrés Schloeter no abjura de su talante luchador, aunque para muchos sea lugar común. Su compromiso como concejal de Petare, donde acaba de ser nombrado del Concejo Municipal de Sucre, se hace sentir entre la barahúnda de la capital mirandina. Quien lo conoce lo sigue y, junto a él, aprieta la chola

Fotografías: Cristian Hernández
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En Petare está, trabaja, deambula, ejerce otro o, más bien, el más full Chola de Caracas. “Qué tal, Chola”, “Pendiente, Chola”, “Palante es pallá, Chola”. Han pasado escasas horas de que rodara el rumor de un allanamiento en su vivienda; su teléfono no para. No; de allanarla no habrían encontrado nada comprometedor — ¿y qué será comprometedor? ¿Pensar distinto a quienes mandonean con truculencia y sin probidad? ¿Alguna prueba de que se es opositor, es decir, sensato? Igual es una desgracia la posibilidad de que los uniformados entren a tu domicilio y, sin duda alguna, que sí lo hayan hecho en casa de tus cofrades: las armas, aún si guardadas en los cintos, exudan aliento acre. Andan tras las pistas que confirmarían las andanzas “no pacíficas”, ay, de los hartos, quién no. Les podría servir todo. Una palabra, un disco de vinil de Soledad Bravo que contenga la frase “iban matando canallas con su cañón de futuro”, un video crítico, o más bien, conmovedor sobre la realidad misma.
Están en la mira los de la generación 2007, aquellos con quienes, desde la universidad, compartió calle y performáticas protestas, los estudiantes que armaron suficiente jaleo como para paralizar la ciudad luego del cierre de Radio Caracas de Televisión (RCTV), los que fueron a la Asamblea Nacional (AN) con las camisas rojas y frente a las cámaras se las quitaron —el uniforme no es tu piel—, los que participaron activamente a favor del voto en contra del referendo propuesto por Hugo Chávez para aceptar o no la reforma constitucional. Ganó el no, de modo que no debía haber reelección indefinida, y Chávez, picadísimo, dijo ante las cámaras que se trataba de una victoria pírrica y “de mierda”. Hoy, al gobierno despótico militar prolongada secuela de aquél, no le resultan suficientes los presos políticos por lo que la emprende contra los que dan la pelea ya no con manos blancas sino desde la arena político partidista. Los fachos saben que están desabastecidos de “combustible”, ese que hace posible el poder: el favor del pueblo. Tranquilo, sin embargo —el nuevo impasse le atornilla aún más sus convicciones, su vocación, su anhelo de país libre que es no asunto comprometedor sino su compromiso—, “Chola” prosigue la agenda de reuniones, se concentra igual, entra y sale como si nada.
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A su paso por las callejuelas del Casco Histórico de Petare, de las panaderías, de las tiendas de abarrotes, de las farmacias salen voces a diestra y siniestra que lo llaman por el alias, el nombre con que ha sido rebautizado; él les responde a todos y cada uno, también les estrecha la mano. Que le digan “Chola” en vez de Andrés Schloeter ha sido una solución determinada por la masa —ese mar donde quiere zambullirse todo político— que, según asegura el concejal de Primero Justicia, no le molesta, no, en serio que no. Es capaz de decir, incluso, que “todo lo contrario”. Más bien el problema que ha confrontado desde niño ha sido el tener que deletrear y explicar la prosodia nada castiza de su apellido en cada presentación. Tan es así que en una ocasión se inventó el apellido Soler: reinventaría el original alemán con un par de sílabas pronunciables para salir del paso; pero no le funcionó: ¿ah de los Soler de dónde? Hasta ahí oscilaría entre ser o no ser Schloeter o Soler. “‘Chola’ es algo común, útil, cercano”, sonríe. Y con el apodo sincrético, rústico, pana, tejería su destino, conciliando, en pos de su quehacer, los extremos que se funden en su vernácula hibridez: lo distante y lo accesible, lo elaborado y lo raso. El exestudiante del elitista colegio Cumbres es un caraqueño maracucho afanado por sanar la fractura de la sociedad y justo se instala a hacer en y por el pueblo de Petare, un territorio “mágico, del que es fácil enamorarse”. Trabaja para casi 500 mil habitantes, tal es la población de la capital del Municipio Sucre, más que la de Puerto La Cruz, Mérida o Ciudad Bolívar. Medio millón por el buche.
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Persuadido de su vocación, empieza temprano: veedor a los 15 de las elecciones de la Confederación de Trabajadores de Venezuela (CTV) en las que gana Carlos Ortega, es a los 18 de los que llegan hasta las escalinatas de El Calvario el 11 de abril, día que siente que el enredo devino traición. Semanero de clases y delegado de curso en el colegio, sigue su instinto y participa en todas las elecciones estudiantiles de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB). Compitiendo con el señero grupo que hoy despunta y persiguen, David Smolansky, Marco Trejo, Yon Goicoechea, Juan Guaidó, Freddy Guevara y demás, se alza como presidente de la federación estudiantil, hasta llegar a la cima al Consejo Universitario, hazaña que nunca había logrado nadie de la pequeña escuela de Economía, la suya, con sus 300 votos frente al arrase eterno de los miles de Ingeniería. Luego entra a Primero Justicia (PJ), comienza a trabajar con Carlos Ocariz y se lanza a concejal. “Es maravilloso, eres puente entre la idea y la realidad, mientras el poder ejecutivo lidia con el presente y el judicial, con el pasado, decides sobre hechos ocurridos, el legislativo planea, sueña, trabaja por el futuro”, dice. De aquella camada irrefutable, cosecha promisoria, Andrés “Chola” y todos los demás que ahora militan en Voluntad Popular (VP), Un nuevo tiempo y Primero Justicia trabajan a brazo partido por el relevo. Por relevar al gobierno. “Es durísimo lo que estamos viviendo, pero tengo la certeza de que lograremos enderezar el destino venezolano, sé que podemos y que vamos hacia esa meta, no me cabe la menor duda”, dice desde el convencimiento. “Es que luchas por lo que quieres y yo amo a mi país”.
Bendecido por san Juan Pablo II, él en brazos de su madre en la visita de 1985 a la tierra del sol amada recuerda el político de 31 la foto que está en un sitio importante de la casa familiar, el Papa dedicándole tierna atención. En su oficina tiene, en cambio, una en la que está con su esposa, una arquitecta fajada y resteada con el tema de la construcción del espacio público común, Ana Cristina Vargas, y al lado, sobre el escritorio, está estacionado un camioncito de basura que parece de juguete, “está hecho de plástico reciclado”; contiene tapas de plástico y ya está lleno, le toca vaciarlo. La basura es un temazo, admite, que pasen a recogerla tres veces al día por la Redoma de Petare no parece ser la solución, salta a la vista, por eso se mete en honduras, está interesado en la educación, en animar a la gente a que delibere y decida, a que asuma la vida con el gusto por la victoria. Por la ciudadanía. Recibe vecinos, convoca reuniones, delibera en la cámara. Pero lo que más lo seduce es el trabajo en la comunidad desde el pensamiento, el plan que da resultados.
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Son varios los proyectos que cocina. Uno es el proyecto Mandarina. El concejal del nombre cambiado no le teme a las palabras. “La mandarina no solo se pela rápido sino que es una fruta democrática: viene en tajos iguales, y te invita a compartir, además, cada una trae cuando menos una semilla”. Se trata de que el conocimiento sea distribuido, se trata de participación, se trata de empoderamiento —feo pero suculento término— desde el saber y el querer. Más de 300 personas han sido formadas en oficios y habilidades para valerse por sí mismas no desde el atajo, no desde la cola del bachaqueo. Otro proyecto es Petare Progresa, que se hace en alianza con Banesco Banca Comunitaria. Otro más, el de políticas públicas, mesas de trabajo en los barrios en las que cada quien dice qué sueña, qué padece, qué cree que debe hacerse para mejorar el servicio que escasea en el divorcio de la gestión local y nacional. Y otro programa más es el de Esquina de ideas, réplica de la convocatoria chacaoense que emplaza en el espacio público —“lo bueno debe replicarse a la ene”—, tertulias al aire libre con la gente de la comunidad, Mesuca, Los Palos Grandes o Los Ruices, con invitados especiales cada vez, que dan luces: arquitectos, artistas, paisajistas, poetas, filósofos, humoristas. “Porque la política está en todas, y está en todo, es la defensa del espacio de convivencia y es la plataforma desde la cual procurar el bienestar común, político es el conserje de un edificio y asimismo un concejal; que es más o menos lo mismo”.
Ávido de saber no solo dónde está parado sino de historia y filosofía, cada viernes asiste a una peña de expertos que dicta cátedra y comparte lecturas sesudas. Si lo apremian -qué demodé- dice sobre su tendencia política que es centro y si lo apuran, centro derecha, pero ¿puede en determinada circunstancia un político —uno de verdad— no buscar consensos, diálogo, o proponer soluciones que puedan parecer contrarias, por ejemplo, de izquierda, de ser necesario? ¿Puede ser competitivo alguien sin formación? ¿Querer que todos tengan las mismas oportunidades te hace justo o ñángara? «Creo que uno se casa con los principios más que con un modelo», concluye, «hay cosas en las que no transiges, y otras en las que debes ser absolutamente flexible».
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Viajó siempre por Venezuela, su familia le enseñó, dice, a ver la belleza que en esta tierra es exagerada, exultante, imposible no sentirse subyugado; imposible también le resulta no querer el gentilicio, «se cree que un barrio es el reducto del malandro por definición y no es así, la mayoría es gente buena y trabajadora», asegura mientras se embelesa desde la ventana de su oficina, en el Concejo Municipal, que da a la Plaza Sucre con la imagen: un colibrí vuela frenético casi en sus narices, sobre el árbol inmenso, a mano, donde podría colocar el bolígrafo. Por asociación la postal le recuerda la libertad y una experiencia que jura que lo marcó. Su madre, psicólogo social, lo llevaba imberbe al albergue Atenea, donde menores de edad que habían cometido delitos eran recluidos. “Eso me abrió los ojos, soy un bendecido, y no me basta dar gracias a dios, tengo que dar de lo tanto, bueno, es lo que quiero”, añade mientras el pájaro alza vuelo. El abuelo, Fernando Chumaceiro, alcalde del Zulia y presidente de Corpozulia, le dijo una vez que la única esclavitud que producía libertad era la que te ancla al servicio del prójimo, vuelve sobre el tema. Quizá esclavitud sea una palabra exagerada, pero Andrés Schloeter dice que entendió clarito lo que le quería decir el papá de su mamá: que la abnegación, la entrega a los otros, el dar te hace mejor persona, feliz. De manera que si, dramática o no, Andrés Chola Schloeter ha de admitir que ha sido sobre palabras precisas, las que exageran y las que lo identifican, que se ha levantado como lo que es: concejal de Petare, por ahora.
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