Sociedad

Mi documento, mi identidad: el clamor de la comunidad trans

Con la aprobación de la Ley de Identidad de Género, aprobada el pasado miércoles  12 de septiembre por el Congreso chileno, la comunidad transgénero podrán cambiar de nombre y sexo en registros públicos a partir de los 14 años

Fotografía: AFP
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Alessia dejó el «disfraz» de hombre a los 35 años cuando frente a su esposa asumió su condición de transgénero. Entonces comenzó una lucha para validar su identidad, un trámite que se facilitará con la Ley de Identidad de Género. Dos años después de su decisión, Alessia mira su documento pero su foto de hombre sigue ahí.

«Hoy para el Estado chileno no existo, hoy existe alguien que se llama Alejandro que no soy yo», comenta la informática en su casa de la periferia de Santiago donde vive junto a su esposa y sus tres perros.

Durante más de cinco años, el proyecto de ley deambuló en el Congreso, sumando debates maratónicos y quedando al borde del abismo en varias oportunidades, pero tomó impulso en febrero, en la fase final del gobierno de la socialista Michelle Bachelet. La ley «va a permitir reconocer legalmente mi existencia; reconocer mi identidad es reconocer una población que ha sido ignorada y cuya identidad ha sido negada», advierte esperanzada la integrante de la Fundación Iguales.

Demoras en trámites bancarios o en los controles de pasaporte de los aeropuertos forman parte de la larga lista de inconvenientes vividos por la activista. Sus rasgos, acordes a su identidad de género, chocan con la foto de su documento.

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«Soy libre»

Vencer el miedo al rechazo familiar fue el inicio del camino para Alessia: «Mi esposa fue mi principal apoyo», dice. La terapia psicológica la ayudó después de tantos años de negación. Pero era necesario un paso más.

Clases de maquillaje, de baile y un fonoaudiólogo que entrenó su voz fueron parte del operativo rumbo hacia la liberación total, esa que llegó cuando frente a unos 60 compañeros de trabajo se presentó como mujer transgénero. «Todos los lunes me despintaba las uñas, sacaba la ropa y cambiaba mi tono de voz, reacomodaba mis movimientos corporales y salía lista para mentirle al mundo otra semana más. Al final pesaba mucho».

Al proclamar su identidad, fue acogida con calidez por sus compañeros de trabajo. «Lo logré, soy libre, soy yo», fue la frase que utilizó para celebrar su definitiva «salida del closet». Lejos de ser la norma, su desarrollo profesional es una excepción en medio de una comunidad golpeada por la discriminación.

Una encuesta realizada a 326 personas trans difundida en agosto por el Movimiento de Integración y Liberación Homosexual (Movilh) deja en evidencia que un 76,1% fue discriminado por su identidad de género, limitando la entrada al mercado laboral.

A eso se le suma la dificultad de las familias para reconocer señales en los niños trans, una carencia que con los años comienza a disminuir gracias a la publicidad dada a casos en familias famosas.

«Mujer fantástica»

La Fundación Iguales junto al Movilh han empujado contra viento y marea la tramitación de la ley de género, enfrentándose a políticos conservadores y movimientos religiosos que desde el Congreso y en las calles buscaron frenar la aprobación del proyecto.

Alessia reconoce que un momento clave fue el Óscar que ganó la película chilena «Una mujer fantástica», protagonizada por Daniela Vega, ella misma transgénero. La actriz se convirtió en una estrella mundial y dio visibilidad a una temática considerada tabú.

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La película hizo «que la gente conociera nuestra realidad y comenzara a tener empatía», dice la Alessia.

La norma de ley excluye a los menores de 14 años, para disgusto de los activistas. Entre los 14 y los 18 años podrán inscribir el cambio en el registro luego de acudir a un tribunal de familia con al menos uno de sus padres o tutores. En el caso de mayores de edad el trámite se realizará directamente en el Registro Civil.

«Es un primer paso para empezar a incluirnos (…) porque hoy cuando alguien no respeta mi identidad, me insulta en la calle, el Estado le dice que tiene razón», concluye Alessia, convencida de que el camino hacia el fin de la discriminación es largo pero posible.

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