Perfil

Lucas García, caraqueño impasible y escritor despiadado

Este narrador y diseñador gráfico confunde a simple vista. Cuando no escribe pasa por un caraqueño anodino que no pica pleitos. En cambio, cuando se sienta a redactar sus fábulas se convierte en un creador feroz, dueño de historias de golpe y sorpresa. Su universo es tan amplio que contempla el cómics lo mismo que la novela negra

Fotografías: Cristian Hernández
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Su apariencia engaña. El que lo ve paseando un domingo, con esposa e hijo, lentes de montura gruesa y franela, verá a un apacible hombre al comienzo de la edad madura. Un tipo de buen talante que podría ser informático. O diseñador gráfico. Que, de hecho, lo es. Pero, si algo nos ha enseñado cierta literatura es que las cosas usualmente tienen un compartimiento secreto, un mecanismo oculto, algo que nos incita a recelar de las apariencias.

Y para no contradecir ese principio, cuando ese tipo circunspecto, ese al que no parece alcanzarle el registro facial para la furia destemplada, se sienta frente a un teclado, comienzan a cobrar vida, como invocados desde el submundo en el que yacen, generosas raciones de pólvora, cocaína, negocios ilícitos, asesinatos a sangre fría y tipos que no conocen la compasión, para los cuales la única regla válida es sobrevivir al precio que sea.

Finalizadas las escaramuzas de la jornada, cuando las bocas de las pistolas aún no se han enfriado, coloca su firma y da por concluida la sesión que lo devuelve, hasta la próxima ocasión, a esa vida circunspecta y serena que está a la vista de todos. De esta manera, Lucas García París (Caracas, 1973), el impasible tipo de lentes, se conmuta cada tanto en aquel para dar vida a los personajes de su universo literario.

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Un tipo duro en tres pasos

El asunto comenzó con una lechina. Hasta entonces sólo leía cómics y, en general, libros que tuvieran ilustraciones. La enfermedad lo obligó a guardar cama, por lo que su papá —el periodista Luis García Mora— le pasó una caja de libros de serie negra para que “matara” el tiempo. “Recuerdo que leí una colección de cuentos de Raymond Chandler y quedé sonadísimo. Después no hubo vuelta atrás”, comenta, para acotar que “tal vez si me hubiese pasado la biografía de Donald Trump la historia hubiera sido diferente”. Pero lo cierto es que fueron esos. Y no podía ser de otra manera: García Mora es un consumado lector de novela negra.

Estamos hablando de un niño que culminó la primaria de forma decorosa, pero que nunca destacó en las actividades físicas. Estamos hablando de un muchacho que detestó el bachillerato, porque se sintió “el típico gallo que siempre tuvo la impresión de estar en el opuesto absoluto de lo que sea que fuese cool en el momento”. Es comprensible entonces que, durante esos días de lechina y reposo obligatorio, encontrara en los duros personajes de esas novelas, un daimon que le revelara el camino.

Junto a esos libros, su padre le estaba obsequiando, sin saberlo, no solo los pobladores de un universo, sino también “cierto acercamiento no académico y más dirigido hacia lo pop” de la literatura. De esta manera, puestos a interactuar marco y elementos, el asunto tenía un destino señalado. Como a los 17 escribió una novela de la que dice no recordar casi nada, salvo “que era una especie de realidad paralela de mi vida en bachillerato en donde corría aventuras y tocaba en una banda. Afortunadamente se perdió”, confiesa, para deslizar a continuación: “O a lo mejor la quemé”, con una breve sonrisa que tiene por igual de satisfacción que de alivio.

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Rocanrol como necesaria banda sonora

Como a los veinte reincidió con la escritura. Pero un poco antes de eso, había estado desarrollando una pasión por el dibujo y la expresión visual, “pero no me apetecía estudiar arte. Quería algo práctico. También quería dibujar cómics, que es algo que todavía quiero hacer”. Y fue de esa manera que comenzó a estudiar Diseño Gráfico, alimentando una de las dos corrientes de expresión que lo han acompañado durante su vida de adulto: la prosa y la imagen visual.

Ya inmerso en ese mundo, fue construyendo la que sería su primera novela: Rocanrol, que tendría como primeros lectores a sus padres y al escritor Oscar Marcano, gran amigo de la familia. Con esta novela ganaría, años después, el Premio Internacional de Novela Francisco Herrera Luque, en 1999, convocado por la editorial Grijalbo de Venezuela. Con ella, también, asomaría los elementos estéticos que compondrían su obra, la cual tiene raíces “en el cine, en el minimalismo, en el relato policial, en el trick story, y a veces en el realismo sucio”, como lo señala la contratapa del libro.

De esa primera novela recuerda que “la publicación fue un poco traumática y estuvo plagada de muchos anticlímax, por lo que —la experiencia— fue un poco agridulce”, agregando, en cambio, que “sí recuerdo el día que escribí la última página y el increíble alivio que sentí, cosa que no he vuelto a experimentar después”.

Ocho años tardarían los lectores que habían disfrutado de esa novela para volver a tener noticias de su autor. En 2009 saldría al mercado editorial venezolano un nuevo sello: PuntoCero, y lo haría con cuatro títulos, entre los que estaba Payback, el primer —y hasta ahora único— libro de cuentos publicado por García. Dos años después, esa misma editorial publicó La más fiera de las bestias, su segunda novela, en la que reafirma los elementos que caracterizan su universo literario y su búsqueda expresiva.

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El corto adiós

En febrero de 2012, a los pocos meses de la salida de La más fiera de las bestias, parte a España a reunirse con su esposa e hijo, para instalarse en la ciudad de Vigo, donde vivirían hasta mediados de 2015, cuando regresan a Venezuela.

De la experiencia española tendría mucho que contar, bueno y malo, como todo. Pero algo que destaca es que, estando allá, “leí mucho gracias a ese invento genial de las bibliotecas públicas” y que esa estancia le permitió “tener una idea de la vastedad del mercado editorial y de los cientos de grandes escritores y miles de buenos escritores que hay en el mundo”, comenta.

En 2013, la editorial Sudaquia publicó Acabose, su tercera novela, escrita en cinco actos. La escribió íntegra durante su residencia en España. “La situación de poder dedicarme solo a escribir por unos cuatro meses fue inédita y me gustaría que siempre fuera así”, comenta acerca de esa experiencia. “Como estaba leyendo muchos autores hispanoamericanos —de Argentina, México, Chile, España— al final desarrollé una especie de panespañol que me llamó mucho la atención pero que, creo, se descontroló al final en la escritura de la novela”, señala mientras agrega que “me gustaría recuperarla ahora a la distancia y ajustarle algunas cosas”.

A su regreso a Venezuela, en julio de 2015, le tocó retomar los hilos del ritmo caraqueño y las condiciones de su escritura en este ambiente. Volver a hacerlo le permitió valorar ciertas cosas que daba por descontado. “No quiero sonar pretencioso pero me dio otra visión sobre el lenguaje venezolano —una visión personal, por supuesto— que me ha llevado a apreciarlo desde otra perspectiva y creo que de una forma menos condescendiente”.

Dicho por alguien que usa las posibilidades del lenguaje como herramienta de trabajo, es una afirmación que tiene su toque de revelación, de nueva etapa en su proceso personal. En todo caso, la experiencia española le dejó una certeza: de tener posibilidades laborales y de evolución, volvería a radicarse fuera de Venezuela, “pero creo que no de manera definitiva”.

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La buena prosa

Como ya se ha contado, desde adolescente Lucas se envició con la novela negra. Con el paso del tiempo ha establecido su top ten de autores que la han abordado, así sea de forma parcial o tangencial, el cual estaría conformado por Cormac Macarthy, Ruben Fonseca, JP Manchette, Amy Hempel, Sam Shepard, George Saunders, Julian Herbert, Jorge Luis Borges, Roberto Bolaño y Patricio Pron. Entre las bondades de la novela negra destaca que habla de la sociedad desde los márgenes y visita pulsiones humanas muy profundas y oscuras, «pero no quiero sonar intenso», señala, para confesar que «tal vez al final siempre he querido ser Phillip Marlowe pero con más sexo».

En todo caso, ha aprendido a valorar, en la buena prosa, aquella que combine una gran capacidad técnica y formal con una profunda carga emotiva y sentimental. Y en cuanto a su trabajo personal, busca siempre que comunique con precisión, conecte emocionalmente y le satisfaga a él como lector. «En los cuentos me gusta tener una idea general de toda la historia y su final, y en las novelas intento dilucidar una especie de concepto general que me ayude a guiarme en la escritura», señala para comentar acerca de su método de composición. De esa manera ha sacado proyectos que estaban en un limbo «y terminan materializándose de una forma completamente diferente a la que había imaginado en un principio», comenta.

Del cine, otra de sus pasiones, ha aprendido que a veces lo narrativo pesa sobre todo lo demás, además de la fuerza de la imagen y la importancia del ritmo y del diálogo. La lista de películas a las que siempre vuelve es bastante heterogénea: desde casi todas las de Kubrick —sobre todo 2001— hasta Matrix, pasando por varias de Michael Mann, Scorcese, Fincher, Jodorowsky, Buñuel, entre otros.

Consultado en torno a la posibilidad de publicar en España o en otro gran mercado de habla hispana, afirma que “claro, quiero aparecer en la lista de los más leídos de El País, ser reseñado favorablemente por Patricio Pron, tener un prólogo de Rodrigo Fresán, ser entrevistado por Qué Leer y aparecer en HOLA, pero no con Isabel Preysler que podría ser mi santa madre”, afirma con esas circunspectas maneras en las que, hasta Yamila, su esposa, confiesa nunca saber del todo cuando está hablando en serio.

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Vida de película

Actualmente se encuentra en proceso de revisión de un libro de cuentos, además de participar en la escritura de un par de guiones cinematográficos “y viendo a ver si por fin empiezo a hacer unos cómics”. Para el último trimestre del año se espera la salida de un libro para niños que escribió e ilustró para Ediciones Ekaré, y del cual se siente muy satisfecho.

Siendo que el cine es una de sus más caras pasiones, le pregunto, para terminar, cómo sería esa vida de película que tendría, de poder llevarla a cabo. Luego de pensarlo un poco, responde que “la verdad es que me gustaría que fuera como la que tengo ahora, con mi familia, mis amigos, pero con más viajes y menos preocupaciones económicas, y paz en la tierra, como las misses, y tal vez con escenas de acción con final feliz”.

Mientras, este Jekyll y Hyde criollo sigue andando por las calles de Caracas con su aspecto apacible, hasta que se siente frente al teclado, donde hurgará en los callejones oscuros de su subconsciente, para reencontrarse con esos entrañables tipos violentos con los que atravesó la adolescencia.

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