De Interés

Dos paradojas del chavismo

Una es que entre más grande se ha hecho la presencia del estado venezolano, con las Fuerzas Armadas incluidas, en la gestión, la comercialización, la producción y la administración del país, menos se siente la presencia reguladora del Estado y el peso de su autoridad.

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Dos paradojas, de carácter paralelo, se han ido tejiendo con el paso de los años en medio del desarrollo de la gestión chavista. De alguna manera, han ido signando, como una constante, el perfil de estos primeros años del siglo XXI, tan tristemente parecidos a los de finales del siglo XIX.

La primera consiste en que, mientras el gobierno, desde los años de Hugo Chávez, más invoca el interés nacional, el poder nacional, la soberanía nacional; mientras con mayor deleite los chavistas han confiscado y estatizado los activos y las marcas venezolanas, más se ahonda esta sensación de disolución y ausencia de gobierno, de desamparo y piratería, de país con instituciones de plastilina y funcionarios sobornables.

Es decir: que entre más grande se ha hecho la presencia del estado venezolano, con las Fuerzas Armadas incluidas, en la gestión, la comercialización, la producción y la administración del país, menos se siente la presencia reguladora del Estado y el peso de su autoridad. Ahí está, entre muchos otros ejemplos, el caso de la minería ilegal en Canaima. Esta reflexión va desde la gestión de la crisis económica, y el inmoral sistema cambiario que ha destruido al país, al combate cotidiano al delito y la administración carcelaria.

La segunda paradoja es, también, bastante singular. Habiendo el chavismo cooptado todos los resortes del poder en el país, quebrantando el espíritu de la Constitución del 99, y constituyéndose éste a la postre, sin dudas, en un movimiento político poderoso, al cual jamás le faltaron los recursos, ha sido, como corriente, la que más le ha gustado victimizarse, presentarse como un cuerpo desmayado en medio de una pradera, víctima de sabotajes y componendas a la sombra.

Finalmente, y viendo las cosas con calma, los chavistas tuvieron todo lo que quisieron para intentar hacer realidad el proyecto político que los agrupa. Controlaron, de forma ilegal e irresponsable, los mandos de las Fuerzas Armadas, intoxicando a la institución con sus consignas; y asumieron también el completo control de PDVSA luego de la crisis de 2002. Con el control cambiario en vigor, se hicieron de toda la riqueza existente en el país, y la administraron a placer, sin contraloría de ninguna especie, mientras hacían lo posible por imponer la censura y ahogar a la disidencia

El chavomadurismo es, hoy, una tupida red de instancias departamentales, con acrónimos rocambolescos y pomposas denominaciones. Viceministerios, direcciones estratégicas, comandos, salas de batalla, estados mayores, oficinas adjuntas y otros afines que se han extendido, como una gran maya, para controlar a toda la sociedad.

Piense el lector, por un momento, cómo eran los gobiernos que tuvo la Venezuela del siglo XX: los copeyanos, regresando a Pérez el Plan de Inversiones en 1990; Rómulo y Caldera, intentando el desarrollo de un juicio político y administrativo en contra de Carlos Andrés Pérez en el Sierra Nevada; el Contralor Roche Lander, en todo momento afirmando cosas que no le gustaban al segundo Caldera; Ramón Escovar Salom, el Fiscal General de 1992, presentando una acusación para intentar sacar al segundo Pérez.

Luego de sus éxitos electorales, transitando Venezuela, de manera continua, un arado de 15 años en el trayecto revolucionario, con el control de la Fiscalía, los Tribunales, la Asamblea Nacional y la Defensoría del Pueblo, Chávez, y ahora Maduro, estatizando, amenazando y denunciando, nos hicieron aterrizar en la violenta, inflacionaria y vergonzosa Venezuela actual.

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