Crónica

Se apagó la resistencia en Montaña Alta

En el sector Montaña Alta de los Altos Mirandinos se vivieron jornadas completas de intensas protestas y refriegas con la Guardia Nacional. Los vecinos del lugar se organizaron para manifestar, trancar calles, armar barricadas y también defenderse de la arremetida uniformada que disparó gases, perdigones y hasta balas. Pero la zona ahora está calmada, pues el miedo bañó el asfalto: el hogar ya no es protección

Fotografías: Gustavo Vera
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En abril y mayo de 2017, Montaña Alta, estado Miranda, municipio Carrizal, frente al Centro Comercial La Cascada, tuvo un olor dominante: el gas lacrimógeno. Vecinos de los tres sectores que componen la zona, Colinas de Carrizal, Mérida y uno también llamado Montaña Alta, empezaron a trancar la carretera Panamericana que une Caracas con los Altos Mirandinos. Pero desde hace un mes el silencio reina, las vías permanecen despejadas y las molotov han dejado de volar.
La lucha fue intensa desde la noche del jueves 6 de abril cuando, en medio de las barricadas, la Guardia Nacional (GNB) y la Policía Nacional Bolivariana aparecieron con su repertorio de perdigones y bombas lacrimógenas. Jairo Ortiz, de 19 años, estudiante de Ingeniería en Sistemas en la Universidad Nacional Experimental Politécnica Antonio José de Sucre (Unexpo) regresaba de clases a su casa en ese instante. Una bala disparada por Rohenluis Leonel Mata Rojas, de 27 años, funcionario de tránsito terrestre de la PNB, penetró su pecho. Su vida se esfumó en lo que tardó un loco en apretar un gatillo.
Durante un mes, los días se convirtieron en un déjà vu. Desde los tres sectores, los vecinos se organizaron para trancar la calle y defender barricadas. El fuerte era la urbanización Colinas de Carrizal, a la que se accede por una subida en la que escombros y aceite impedían el avance de tanquetas. Desde la parte de atrás de la misma se ve el Centro Comercial La Cascada, en cuyo lateral se aglutinaba la GNB. Desde ese cerro, manifestantes lanzaban piedras, bombas molotov y pocas veces, por asco, «pupútov». Ahí, también, recibían ataques de guardias que llegaron a disparar lacrimógenas y perdigones hacia edificios, apartamentos, la Iglesia Parroquia San Charbel y el Centro Médico Docente Los Altos. El 11 de mayo, un joven recibió un perdigonazo cerca del ojo que le causó desprendimiento de retina.
La noche del martes 17 de mayo, Los Teques vivió una ola de saqueos patrocinada por colectivos del alcalde Francisco Garcés, según denuncias de la oposición y el gobernador Henrique Capriles, que salpicó a Carrizal. Desde el sector Brisas de Oriente, manadas de motorizados bajaron para acabar con los depósitos de Fresco Market en Corralito. Algunos vándalos trataron de atravesar las barricadas de Montaña Alta. Los vecinos que participaban de las protestas les impidieron el paso, y hasta decomisaron la mercancía para luego devolverla a los dueños. Quienes protestan contra el gobierno, dijeron, no son delincuentes.
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La GNB no contuvo los saqueos, pero al día siguiente volvió a Montaña Alta a reprimir. Detuvieron a cinco personas, una de las cuales era un hombre que los insultó desde su casa. Los aludidos entraron a la misma: golpearon al hombre y a su esposa. A ella la halaron de los cabellos, a él se lo llevaron detenido. Lo metieron, junto a los otros cuatro capturados, dentro de las tanquetas. A todos los golpearon. Los represores ofrecieron un acuerdo a los cientos de manifestantes: si no trancaban la calle hasta las diez de la noche, devolvían a los detenidos. Así se hizo. El último en ser liberado fue un chamo de 17 años, cuya mamá le dijo al periodista Ronald Daniel que a su hijo los guardias lo obligaron a grabar un video en el que dijera que en los Altos Mirandinos les pagaban a los muchachos que estaban protestando para que trancaran las vías.
Un video, entonces, circuló en Twitter. Una treintena de hombres, rostros cubiertos por franelas y paños, se pararon frente a una cámara mientras uno decía: «Esto va al gobierno nacional y a las autoridades del país. Somos la Resistencia de Montaña Alta. Estamos acá para proteger a nuestra comunidad y a nuestros vecinos, al Centro Comercial La Cascada y al Centro Comercial Colinas de Carrizal. No apoyamos el saqueo. Y si es necesario que defendamos nuestro territorio, lo vamos a defender. No nos pagan para esto, solamente estamos acá por voluntad propia. No queremos políticos, no queremos más presencia de guardias. Estamos protegiendo lo nuestro. Necesitamos la renuncia del Presidente: que se vaya Maduro. Y estaremos en la calle hasta que esto suceda».

El viernes 19 de mayo, un convoy de la Fuerza Armada rodaba por la Panamericana a las 2:30 pm. No era la GNB, no era la PNB: era un camión en el que solo iban un conductor y un copiloto. La «Resistencia Montaña Alta», cual toro, se enardeció ante el color verde. Dijo a los militares que no podían pasar, los bajaron del vehículo, lo manejaron unos metros y lo incendiaron. Los dos militares, a quienes nunca pusieron un dedo encima, fueron llevados por un vecino de la zona al Conscripto. Dos noches antes, cuando ocurrieron los saqueos, las fuerzas de seguridad brillaron por su ausencia. Pero ante un camión quemado lucieron rapidez. En menos de 45 minutos, al lado de La Cascada ya había siete tanquetas, un convoy y 35 motos con dos guardias sobre cada una. Un pensamiento flageló a la «Resistencia Montaña Alta»: se les había pasado la mano.
Luego de la tormenta
Domingo 21 de mayo. Dos días después de la quema del convoy. Montaña Alta parecía una mujer agredida que no supo maquillarse: hay un caucho por allá y pedazos de madera por acá. El día anterior corrió un rumor: la GNB iba a allanar viviendas. Los muchachos de Colinas de Carrizal, sector apodado Los Marrones, taparon parte de las huellas de los enfrentamientos. Las protestas se congelaron, las calles estaban vacías. Nadie cubría su rostro.
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En Los Marrones, quienes trancan la Panamericana resguardan su identidad. Incluso entre ellos se llaman por un nombre ficticio acompañado de un número, o una letra. Lo importante es que entre ellos se entiendan, y más nadie. No quieren que ningún guardia oiga sus nombres reales. Nunca se comunican por sms, llamadas ni WhatssApp. Todo es cara a cara, sin las capuchas que portan después.
Uno de ellos, vigilante en el portón que da acceso a Colinas de Carrizal, aprieta la quijada mientras muestra en su teléfono un artículo de Aporrea en el que se lee: «Fanáticos opositores afirman que estos compatriotas encapuchados no son terroristas tarifados ni tampoco guarimberos intoxicados sino más bien héroes fundadores de la nueva República Separatistas de Los Altos Mirandinos, porque ya dirigen un autogobierno que impone toque de queda a los vecinos, le da duros golpes a la GNB». Es absurdo, ridículo. Peor: es mentira. «Los muchachos de allá abajo están que no quieren nada, ni fotos, ni declaraciones. Yo les digo que eso es un error, porque nosotros tenemos aquí un mes mamándonos y nadie en el país sabe nada. Si queremos que las protestas trasciendan hay que contar lo que está pasando. O lo que es lo mismo, si no quieren que el gobierno use los medios que tiene bajo su poder para imponer sus mentiras, tienen que contar lo que está pasando», defiende el joven.
Por eso busca a otros cinco chamos. Les explica que les van a hacer una entrevista. Hay cuatro de menos de 25 años. Uno es tajante: «No. Yo no quiero». Desconfía porque tiene miedo. Otro muchacho, de unos 30 años, comenta que sí, que él va a hablar. Finalmente, se reunen varios de los hombres que han trancado calles. La edad promedio se mece entre los 17 y los 25 años, aunque también hay señores de 30, y algunos de 50. «Aquí hay de todas las edades pero los que tienen más fuerza son muchachos entre 18, 25, 28 años. Son los que sienten más el peso de la crisis porque no ven un futuro», explica uno de ellos.
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En el portón de acceso, junto a un vigilante de la tercera edad, una chica chequea quién sale, quién entra. Aprovecha también para informar que en la tarde habrá una reunión de vecinos para conversar sobre las protestas. La muchacha cuenta que el viernes 19 de mayo, dos días antes, entró a su apartamento una bomba lacrimógena. «Mi hijo, que tiene 12 años, estaba solo con su abuela de 90 años. Todo se llenó de humo. Él se paró por una rendija a pegar gritos. En eso llegó mi papá, que tiene 60 años. Los vecinos oyeron y, entre todos, ayudaron a sacar a mi abuela y mi papá». Ya es común: vidrios rotos por perdigonazos, por bombas lacrimógenas. Pero también hay hoyos de bala sobre las fachadas de los edificios. Alguna vez han llegado junto a la GNB grupos de motorizados, sin identificación, portando armas de fuego.
Hasta mil personas han estado trancado la Panamericana, contabilizan en esa «Resistencia». Cuando llega la represión, se quedan entre 100 y 200, distribuidos en diferentes puntos. Ha habido protestas de señoras aprovechando la luz roja de los semáforos para saltar a la vía a mostrar carteles. Cuando aparece la luz verde, se quitan. Hasta en esos casos la GNB ha lanzado bombas lacrimógenas. En otras jornadas, el paso ha estado inhabilitado durante más de 12 horas. Los protestantes incluso conversaron con la gerencia de La Cascada para que abriera Central Madeirense hasta las dos o tres de la tarde, en el break de la protesta. Las colas para comprar comida se volvieron kilométricas.
Llega la (tensa) calma
«Que una persona se proteja el rostro no es indicativo que sea delincuente ni terrorista. Lo hace para preservar tanto su vida como la vida de otros compañeros, amigos, la familia. Porque si aquí existiese una democracia, usted podría salir sin la necesidad de cubrirse el rostro y protestar por derecho sin que nadie te castigue. Pero como no hay garantías constitucionales, cada quien se resguarda precisamente para no ser maltratado ni violado ni castigado ni puesto a las órdenes de ningún tribunal militar para sentenciarlo entre 15 a 28 años», explica, sin capucha, uno de los vecinos del lugar.
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En Los Marrones consideraron la quema del convoy como un exceso, resultado de ánimos volátiles de algunos, que los demás tratan de contener. Les preocupa que las manifestaciones se desvirtúen hacia un simple choque contra la GNB. «Este un movimiento ciudadano, social, que sobrepasa la perspectiva de la política. No hace falta que un líder político nos dirija. Esto es una lucha para que haya alimentos, que la gente no siga comiendo de la basura y las personas que no tengan acceso a las medicinas las puedan tener. Aquí quienes nos agreden con sus equipos bélicos es la Guardia Nacional. Nosotros más que la renuncia de Maduro queremos un proceso de elecciones. Estamos luchando por el derecho a elegir. Nosotros queremos a través de un proceso electoral, de un voto universal y secreto, expresarnos. La dictadura de Nicolás Maduro tiene secuestrados nuestros derechos», comenta Fulanito G.
Otro de los participantes de las protestas admite que «sí ha habido restricciones en el libre tránsito, ha habido restricciones para abastecernos de alimentos, pero la gente está consciente que ese sacrificio hay que hacerlo porque en condiciones normales el país es básicamente una restricción de todo». Se planta en que la gente se cansó «y dijo vamos para la calle y vamos a tratar de cambiar este proceso».
Pero en Montaña Alta el enemigo viste verde oliva. «¿Cómo es posible que el jueves estuvieron aquí siete tanquetas y había saqueos en Los Teques? Ningún guardia estaba allá. Es increíble que a unos muchachos que lo que están haciendo es protestar en la Panamericana nos envíen siete tanquetas a toda máquina y había saqueos en Los Teques», lanza Fulanito B. El joven sabe que los uniformados deben dispersar, y hasta reprimir, manifestaciones con gas del bueno para despejar la vía, «pero de ahí a disparar bombas lacrimógenas a quemarropa o perdigones a quemarropa hay un trecho», apunta.
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Por eso la pregunta clave es si a ellos -hijos, padres, esposos­­- les da miedo que los asesinen. «En Venezuela estamos en un punto de que nos puede matar un GN o un choro, caminando, saliendo aquí al portón. En mi caso, trato de sacar esa idea de mi cabeza porque estamos expuestos a que en cualquier momento nos roben o nos maten», responde uno. «Yo prefiero morir luchando por Venezuela que morir a manos de la delincuencia», responde otro. «¡De bolas que me da miedo! Mi esposa no me deja salir, mi mamá me llama, pienso en mi hija. ¡Me tengo que escapar de mi casa! Pero es que ya esta crisis es insostenible», confiesa un tercero.
A final de tarde, se realiza la reunión de vecinos. Aunque la gran mayoría adversa a Maduro, no todos quieren que se siga trancando la calle. Necesitan ir a trabajar, a estudiar o solo temen a los represores. Acuerdan crear mesas de trabajo para que los vecinos propietarios escojan las formas de protesta y las acciones que se llevarán a cabo. Estas, sin imposiciones, se coordinarán con los otros dos sectores. El lunes 22 de mayo, la GNB, la PNB y el Conas (Comando Nacional Antiextorsión y Secuestro) irrumpen en San Antonio de los Altos. Entran a apartamentos, roban, golpean, se llevan detenidos. El exabrupto alarma a la comunidad de Montaña Alta. La calle no vuelve a trancarse, los manifestantes desaparecen. Las alarmas están al tope. La dictadura regó la semilla del miedo. Ha pasado un mes, y todo sereno.]]>

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