Economía

Los billetes cuentan la historia de la inflación en Venezuela

Un recorrido por el Museo Numismático del Banco Central enseña cómo en los últimos 25 años los cambios monetarios son precedidos de elevadas variaciones en el índice de precios al consumidor. Fue Páez quien una vez dolarizó el país para estabilizar la economía, un dato anecdótico a recordar ahora que el Gobierno anuncia una nueva reconversión monetariaapenas 10 años después de la última

Portada: EFE
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La historia de la inflación en Venezuela tiene 65 años, al menos desde que en el país se mide la variación del índice de los precios al consumidor (IPC). Si algo muestra la evolución de este indicador económico desde los años 80 del siglo pasado hasta la actualidad es cómo sus alzas conllevan imperiosamente a nuevas acuñaciones o desapariciones de monedas y la emisión de billetes.

Esa situación ha ocurrido en muchas naciones y América Latina tiene una trayectoria en ese sentido sin que Venezuela sea la excepción en el pasado y mucho menos ahora con un nuevo máximo inflacionario de 2616%%, acumulado al cierre de 2017 según la Asamblea Nacional.

En 2016, el presidente Nicolás Maduro avaló la petición del directorio del Banco Central de Venezuela (BCV) de sacar de circulación metálicos decimales —los de 25 y 50 céntimos. Asimismo, permitió que se emitieran billetes de mayor denominación: 500, 1.000, 2.000, 5.000, 10.000 y 20.000 bolívares fuertes, que equivaldrían desde 500 mil hasta 20 millones de los viejos bolívares.

En 2018 la situación ha empeorado tanto que el Gobierno decidió hacer una nueva reconversión monetaria y lanzar un nuevo signo, el «bolívar soberano» restándole tres ceros al «bolívar fuerte» que morirá apenas al cumplir su primera década. Una nueva familia de monedas y billetes circuará a partir del 4 de junio, según anuncio oficial, cuando se desmonetizará el actual papel moneda. Apenas han pasado 10 años desde que Hugo Chávez decidiera tomar una medida similar.

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Este tipo de distorsiones no son nuevas en el país. Podría decirse que, desde el mismo momento de la Independencia, vienen ocurriendo, pero se han hecho más frecuentes en los últimos 25 años debido a las sucesivas devaluaciones del bolívar frente al dólar.

Antes de febrero de 1983, mes cuando se puso fin a la estabilidad que tuvo la tasa de 4,30 de los viejos bolívares por dólar durante el gobierno de Luis Herrera Campins, los cambios de monedas y billetes obedecían a asuntos más políticos, de celebración o modificaciones en el nombre del país.

Por citar tres ejemplos de lo anterior: el primero, durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez —en 1953—, el país pasó de llamarse Estados Unidos de Venezuela a República de Venezuela y las monedas y billetes tuvieron que presentar la nueva inscripción; el segundo caso: en la primera presidencia de Rafael Caldera, quien siempre fue un ferviente admirador de Andrés Bello, y en 1971 con bombos y platillos celebró el primer billete venezolano —el de 50 bolívares— tuviera un personaje civil, docente y encima maestro de Libertador Simón Bolívar; y el tercer ejemplo es en la gestión de Herrera Campins, a quien correspondió la celebración del bicentenario de Bolívar. Semejante fiesta no podía quedarse sin acuñación de monedas y reimpresión de billetes alusivos a tal fecha.

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Los primeros años del chavismo, con niveles de inflación moderada —inferior o por el orden de 20%—, no escaparon a realizar modificaciones a la moneda. El caso más emblemático se dio en 2000. El país fue rebautizado al aprobarse la nueva Constitución. Con una orden impartida, el presidente Hugo Chávez exigió al BCV la impresión de billetes con la inscripción “República Bolivariana de Venezuela”.

Posteriormente, en 2007, como una manera de propiciar una simplificación en el uso de la moneda, se ordenó la reconversión, que no fue más que la eliminación de tres ceros y la sustitución por un nuevo cono monetario con el nombre de Bolívar Fuerte.

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 Los “Tinoquitos”

El primer pico de inflación significativo registrado en Venezuela ocurrió en 1989 cuando la variación del IPC fue de 89%. Se venía de un programa de ajustes económicos adoptado a inicios del segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez, que eliminó los controles de cambio y precios establecidos seis años antes.

Hasta ese momento, era usual la circulación de monedas de uno y dos bolívares, pero la cantidad de níquel utilizado ocasionó que estas piezas pasaran a convertirse en una especie de objetos de culto y veneración por parte de los fundidores de metal y por supuesto se cotizaban a precios que prácticamente multiplicaban por cinco y hasta por diez el valor nominal que tenían.

¿Consecuencia? Comenzaron a ser retenidos, revendidos y, por supuesto, desaparecieron al punto de que no había cómo pagar ni dar el vuelto. El presidente Pérez había designado al banquero y empresario Pedro Tinoco como presidente del Banco Central. Entre sus primeras acciones estuvo la de estampar su rúbrica en unos pequeños billeticos azules de uno y dos bolívares que se plantearon para ser temporales y reemplazar a las antiguas monedas.

No faltó quien comparara esos billetes con los que se utilizan en el juego de Monopolio por su tamaño. En la historia numismática del país quedaron bautizados como “los tinoquitos” en homenaje al entonces titular del BCV.

 Billetes con triple cero

Niveles de inflación por debajo de 40% prácticamente resultaron imposible de lograr a principios de los años 90, pese a la política de apertura y los niveles de crecimiento que se anotó Pérez después de desmontar los controles en 1989.

Es así como en 1991 debuta el primer billete del bolívar con tres ceros: 1000. Una cantidad que se pensaba estrambótica pero que sería solo el preámbulo de lo que vendría durante la década; porque la economía se vio afectada primero por problemas políticos —los dos intentos de golpe de Estado de 1992 y la destitución de Pérez de la presidencia— y luego por la situación financiera que se exacerbó en 1994 con la crisis bancaria que estalló a escasos días de que Rafael Caldera asumirá por segunda vez la presidencia de la República.

Ese mismo año —mientras los bancos iban cayendo en seguidilla— aparecieron los primeros billetes de 2.000 y 5.000 bolívares. El tipo de cambio frente al dólar libre cruzaba la barrera de los viejos 100 bolívares por dólar y se intensificaron las presiones inflacionarias que auguraban un nuevo récord.

El colapso bancario obligó al gobierno a retomar nuevamente una política de controles. Se mantuvo por dos años, hasta abril de 1996, cuando Caldera con un sollozo en boca tuvo que aprobar la firma de un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI). Tres años antes en plena campaña electoral juró que nunca pactaría con ese organismo.

Se adoptó un nuevo plan de ajuste y desregulación bautizado como “La Agenda Venezuela” y las consecuencias de esas medidas llevaron a un nuevo pico de inflación: 103%. Producto de todas las distorsiones económicas de esos años, un grupo de economistas y empresarios propuso que se adoptara el dólar de Estados Unidos como divisa local porque de un día para otro se acabaría la inflación.

No obstante, esa tesis de la dolarización generó críticas dentro del ámbito de los políticos y rechazo por parte del equipo económico de Caldera. Entonces se optó por recoger monedas, no hacer más acuñaciones y ocurrió algo impensable para la colectividad: entraron en circulación los billetes de 10.000, 20.000 y hasta 50.000 bolívares.

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Escasez y excentricidad

Un recorrido por el Museo Numismático del Banco Central puede ser bastante pedagógico para conocer cómo la vida republicana del país, desde el mismísimo 19 de abril de 1810, ha estado marcada por escasez y pérdida de poder adquisitivo de su moneda.

Apenas se declaró la Primera República, una de las primeras decisiones que tomó el gobierno del presidente Cristóbal Mendoza fue ordenar una emisión de papel sellado con valor metálico que se imprimieron como parte de talonarios, cuya circularon ocurrió entre noviembre de 1811 y julio de 1812. Sin embargo, durante su vigencia predominaron las denuncias de falsificación y cuando los españoles derrotaron ese primer intento republicano los billeticos perdieron todo valor.

Una situación similar se repitió entre 1821 y 1830 cuando Venezuela formaba parte de la Gran Colombia. Por decisión del poder central en Bogotá se permitió la acuñación de los cuartos de real de plata, pero al momento que se concretó el movimiento separatista de La Cosiata nadie en territorio venezolano —mucho menos en Caracas— reconoció esos metales. El general José Antonio Páez, ya investido como presidente, tuvo que afrontar una confusión de monedas.

A Páez no le quedó más remedio que ordenar la importación de 1 millón de centavos de dólar de Estados Unidos para cubrir la escasez, lo que quiere decir que ya una vez Venezuela estuvo dolarizada y el precio de los bienes y servicios estuvo marcado por la moneda norteamericana.

No fue sino hasta 1865, dos años después que terminó la Guerra Federal y el general Juan Crisóstomo Falcón se afianzó en el poder, cuando finalmente el país pudo exhibir una divisa propia: el peso fuerte o venezolano de oro. El mérito mayor se lo lleva Antonio Guzmán Blanco, quien en la década de los 70 del siglo XIX adoptó las primeras medidas monetarias significativas del país.

El guzmancismo consideró que era un problema continuar importando monedas y formalmente ordenó instalar en el país un centro de fabricación que pudiera aprovechar el oro extraído en Guayana. Esa iniciativa se concretó el 16 de octubre de 1886 con la inauguración de la Casa de La Moneda de Caracas con apoyo técnico de la compañía francesa La Monnaie. Un detalle de esa época fue que una de las personas más poderosas del país —después de Guzmán Blanco— fue un señor llamado Jacinto Pachano, quien ocupó el recién creado cargo de Inspector Nacional, cuya función no era otra sino la de autorizar la acuñación y circulación de monedas.

Vale decir que Guzmán Blanco prohibió la dolarización de la economía y, por primera vez, se ordenó utilizar la imagen del Libertador en el signo monetario del país al cumplirse el primer centenario de su nacimiento. Pero ese intento soberano en materia monetaria fracasó por los conflictos entre La Monnaie, el gobierno y el propio fin de la era guzmancista.

En la dictadura de Juan Vicente Gómez, se delegó a bancos establecidos en Caracas y Maracaibo que pudieran emitir sus propios billetes ya con la denominación de bolívares. Esa potestad pasó a ser centralizada a partir de 1939 tras las creación del BCV, y con el inicio de operaciones de este organismo en 1940 durante la presidente del general Eleazar López Contreras.

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