Economía

La memoria corta que padecen los comerciantes por la hiperinflación

Los precios suben día a día. Y mientras las cifras van cambiando, al venezolano se le hace cada vez más difícil mantener en su memoria los montos de los productos. Recordar cuánto costaba un artículo hace unas semanas es engorroso, intentarlo con respecto a noviembre de 2017 luce tarea imposible. En los locales comerciales, las listas de precio causan risa, y espanto. Venezuela cumple su primer año en hiperinflación

PORTADA: AFP | FOTOS EN EL TEXTO: DANIEL HERNÁNDEZ
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“Venezuela entró en proceso de hiperinflación”. Con esas palabras pronunciadas en una sesión ordinaria de la Asamblea Nacional el 8 de noviembre de 2017, el diputado Ángel Alvarado le daba la bienvenida pública y oficial al acelerado proceso económico en el que los precios aumentan sin control y la moneda sepulta su valor a cada instante.

El parlamentario detalló en esa oportunidad que Venezuela había pasado las líneas hiperinflacionarias desde octubre de 2017 con 44,5%, el mes con mayor inflación hasta la fecha. En los años 50, el economista Phillip Cagan señaló que 50% era el monto que servía de referencia para saberse dentro de la hiperinflación. El fenómeno lleva un año sacudiendo al país y el bolsillo de los venezolanos.

Comerciantescita4Las elevadas cifras en la nación alcanzaron 148,2% en octubre de 2018, un índice anualizado que llegó a 833.997%, según datos suministrados por la Asamblea Nacional. Mientras tanto, el Fondo Monetario Internacional proyecta que la inflación de este año será de 1.350.000% y para el cierre de 2019 alcanzará 10.000.000%. «La crisis económica de Venezuela puede ser catalogada como una de las más severas de la historia económica reciente, con una hiperinflación anual cercana a 500.000% a septiembre de 2018», afirmó el Banco Mundial en reseña de la agencia EFE.

En la calle, la crisis se vive –y padece- en un entorno que ronda la demencia. El veloz aumento de los precios ha hecho casi imposible que los venezolanos recuerden el valor de los productos de hace un año. Al otro lado del mostrador, los comerciantes tratan de mantenerse a flote en una economía que cada día intenta ahogarlos.

Cálculos complicados

Julio Recharte chocó de frente con la hiperinflación. “Esto es una locura”, suelta incrédulo mientras ojea las facturas viejas de los productos que le despachaban los distribuidores hace un año, o incluso pocos meses atrás. Sacar la cuenta del precio actual de cada artículo se le hace difícil, sobre todo después de pensar en la reconversión monetaria que entró en vigencia el pasado 20 de agosto por orden presidencial. Nadie lo preparó para un impacto de tan grandes magnitudes.

El salto brusco de bolívares fuertes a los “soberanos” aturde sus cálculos, esos que dejaron de ser fáciles y automáticos. Con los recibos en una mano y la calculadora en la otra para ayudarse a contar, el joven trata de hacerse una idea del valor de la mercancía. Confiesa que siempre había tenido la curiosidad de revisar los recibos que tenía guardados en los estantes de su negocio para comprobar el aumento desproporcionado de las cosas.

Entre las carpetas de enero de 2017, encuentra el monto de una lata de Toddy: 900 bolívares fuertes. “Ni siquiera sé cuánto es eso ahora, ni yo sé decir”, admite. La calculadora le sopla: 0,009 bolívares actuales, de los soberanos. No existe billete o moneda en el nuevo cono monetario que le permita hacer la equivalencia. Tampoco el producto, pues dejó de venderlo.

En cambio, en el anaquel sí tiene jabón en polvo Las Llaves. En enero de 2017 lo vendía en 868 bolívares. Ahora, entrado noviembre de 2018, el precio alcanza los 245 soberanos; es decir, 24.500.000 “de los viejos”. Hace exactamente un año, en noviembre de 2017, el jabón de panela marcaba 34 mil fuertes y para noviembre de 2018 el monto es de 280 soberanos, 28 millones de los anteriores. Es decir, con lo que una persona compra hoy una unidad, podría adquirir más de 820 jabones hace 12 meses. Y si las fechas se acercan, el monstruo de la hiperinflación se hace más aterrador. El helado Tío Rico de Oreo salía en 624.375 bolívares fuertes en marzo de 2018. Ahora, ocho meses después, vale 1.399 soberanos. Sumándole cinco ceros, la cifra da 139.900.000.

La venta de refrescos era el fuerte de la Distribuidora Recharte, un establecimiento que Julio y su hermano levantaron juntos en 2011 para tener un patrimonio, algo propio, que les permitiera dejar de trabajar para otros. En el momento de mayor prosperidad del negocio, en 2013, despachaban al mayor a otros comercios de la zona, en la parroquia Santa Rosalía del centro de Caracas. “Antes manejábamos hasta 1.100 cajas de refresco semanalmente”, asegura. Explica que con las ganancias que obtuvieron en esa época se dieron “el lujo” de adquirir un depósito, carros, motos y hasta camiones. El negocio mantiene cuatro bocas de su familia.

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Pero la bonanza quedó atrás. “Seguimos teniendo el mismo depósito, pero vacío, lleno de cachivaches”. Y la compra de refresco por cantidades, la efervescencia de las ventas, se acabó. “Ahora llegamos, si acaso, a cinco cajas semanales y es mucho. A veces ni siquiera puedo pagar las facturas porque no me alcanzan los reales”, dice el comerciante de 28 años. En ocasiones prefiere llevarse el refresco a la casa que dejarlo frío en la nevera del negocio. Peor es nada.

Julio saca su propio índice inflacionario. Echa mano de algunas facturas de pedidos viejos para reafirmar el deterioro económico. Las que sobrevivieron el paso del tiempo sirven para tener una pista: en enero de 2017, una Coca Cola de dos litros costaba 2.274 bolívares fuertes. Siete meses después aumentó a 25.000. Y en noviembre de 2018, se paga en 525 bolívares soberanos (52.500.000 de aquellos). “No son algo necesario, la gente no los está tomando. Hay semanas que ni siquiera compro cajas”.

El otro estrago hiperinflacionario para la Distribuidora Recharte ha sido la reposición del inventario, cada vez más difícil de cumplir. “Todos estamos jodidos en Venezuela, pero creo que el comerciante está peor. Vendo y no tengo para reponer. Nos ha costado mucho”. Julio cuenta que años atrás decidieron mandar a hacer un estante de hierro para organizar de forma más atractiva los enlatados. Atún, sardinas, aceitunas y champiñones se acomodaban en lo alto del establecimiento. Ahora la repisa roja rojita solo queda para albergar polvo porque los productos enlatados se volvieron cada vez más costosos y nadie los pide. Pedirle al mayorista más de cinco latas de atún en 2018 sería excesivo, casi una pérdida. “Para venderlos barato, mejor me los llevaba a mi casa”. Detalla que las latas que todavía conserva en su hogar, desde hace un año, muestran el precio: 2.600 bolívares fuertes. “Ahora los atunes están en 600 soberanos. En algunos meses podría volver a traerlos y venderlos al precio que tienen marcado, así de fuerte ha sido la hiperinflación”. La vuelta al círculo.

Incluso el local les quedó grande. Hace dos semanas recortaron el espacio del sitio que meses atrás estaba abarrotado de mercancía. Movieron el mostrador unos cuantos metros hacia el frente al igual que las neveras para que el comercio no se viera tan vacío. También invirtieron en charcutería, una apuesta “segura” pues la gente “nunca deja de comprar”. “Este es el último intento que hacemos, le inyectamos plata de nuestros propios ahorros al negocio”, explica Julio. Si las ventas no mejoran para mediados de 2019, la santamaría quedará abajo de forma permanente.

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Suben los precios, bajan las ventas

Un merengue de los años 80 resuena a todo volumen en el Frigorífico Taguapire. Un empleado está encaramado en unas escaleras altas para alcanzar el techo que intenta pintar de blanco mientras el local luce vacío. Detrás del mostrador está Yulmist Ferreira, la dueña del establecimiento ubicado en la avenida Victoria de Caracas. Han pasado apenas algunas horas desde que los proveedores le enviaron por mensaje de texto los nuevos precios del jamón y el queso. Entonces, ignoró la cartelera de plástico que guindaba en una pared, el listado que anteriormente servía para mostrar los montos de su mercancía, y escribió los nuevos montos en un papel que pegó detrás de la nevera, lejos de la vista del público, pero lo suficientemente cerca de ella para recitárselos a los compradores en caso de ser necesario. Pero el tiempo invertido en anotar el costo de la charcutería fue en vano. Pocas horas después del primer mensaje, recibió otro: “Los precios subieron otra vez”, expresa con desánimo.

Lo mismo le había ocurrido con la carne. La última vez que recibió el alimento fue un martes y el costo para la venta al público estaba en 870 bolívares soberanos. Una semana después, el kilo llegó 1.100. Los valientes que preguntaron, se fueron corriendo. Salieron con las mismas con las que entraron. “Todos los días me pregunto qué vamos a hacer, en cuánto vamos a vender la carne. La gente se asusta con esos precios”. Y la pesadilla parece no tener fin. “Capaz el jueves me diga otro monto”.

Comerciantescita2Yulmist no ha visto otra opción que bajar la cantidad de carne que pide para la venta. Si acaso compra media res semanal. Así evita quedarse con el producto frío en la nevera, o que “le caiga” la Superintendencia Nacional para la Defensa de los Derechos Socioeconómicos (Sundde). “Ellos dicen que la carne está regulada, pero es mentira”.

Si en el reproductor sonara otro merengue, seguro Juan Luis Guerra cantara que El costo ‘e la vida sube otra vez. “De hace un año es que se ven esas variaciones locas de precios, cada dos o tres días. Antes no era así. Las cosas aumentaban, pero no era una locura. Era más estable. Tú sabías que después de los aumentos de sueldo, los primero de mayo o en diciembre venía un incremento”.

Mientras que los precios crecen como la espuma, o de forma súbita como Hulk, las ventas van en picada. “En 2017 la situación estaba muy ruda, pero uno se bandeaba, hacías ofertas, combitos para la gente. Todo era más llevadero. Ahora no”. La reconversión monetaria entorpeció todo. “El soberano nos vino a joder por completo”.

Trabajar con clientes fijos, esos que no se quejan del incremento y pagan sumas exorbitantes sin chistar, ha sido otra de las alternativas, aunque a su frigorífico llega de todo. Gente que utiliza hasta cuatro tarjetas de crédito para una misma compra que no pasa de los 1.000 bolívares soberanos y otros que deben dejar la mercancía despachada porque los fondos de sus cuentas bancarias no dan para más. Incluso ha tenido que lidiar con los insultos de quienes la ven como la culpable. “Me dicen ladrona. Yo me pongo en sus zapatos, yo también voy a comprar a la panadería, a la farmacia, compro verduras. Nuestro poder adquisitivo es el mismo”.

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Adaptarse para sobrevivir

La memoria de Arnaldo Linares no le da para acordarse cuánto valían los productos hace un año, cuando la nación recién estaba pisando los estrepitosos caminos de la hiperinflación. Tanta rapidez en el incremento de las cifras le enmaraña los recuerdos. “Es difícil acordarse por el cambio de moneda y porque los precios están cambiando constantemente, no se mantienen”, se excusa. Los montos que todavía mantiene frescos, si acaso, son los de los productos de hace algunas semanas. Su mente no halla montos en fuertes, sino en soberanos.

Suelta con precisión que el queso amarillo Los Frailes aumentó “2000% desde el día de la reconversión para acá”. En aquellos días, en septiembre de 2018, el kilo costaba 170 bolívares soberanos. “Pasó a costar 1.800 o 2.000 soberanos. El salchichón que salía en 300 soberanos, ahora vale 4.000 el kilo”. Lo mismo ocurrió con el jamón de pierna, uno de los más económicos, “pasó de 200 a 2.000 a la venta al público”. Menciona que el queso duro, de los artículos que los compradores más piden, la segunda semana de noviembre vale 550 el kilo, “cuando había quedado en 50 soberanos tras la regulación. Mira en cuánto está dos meses después. Esto no es una hiperinflación, es una mega hiperinflación”.

El comerciante afirma que los precios aumentan a cada instante. Lo que hoy tiene un valor, mañana puede ser el doble. A veces, el incremento ocurre en solo horas. La Asamblea Nacional ha proyectado una inflación de alrededor de 4% diario. En ocasiones, Linares ni ha tenido oportunidad de cancelar los recibos antes de que el costo de los artículos vuelva a subir. “Hoy compré el kilo de jamón de pierna en 1.170, pedí dos cajas. Horas después le escribí al distribuidor para pedir más y el mismo jamón estaba costando 1.970. Ni siquiera había pagado las facturas de las dos cajas despachadas y ya había subido”. Las ganas de pedir más se le fueron. Se quedó con sus dos cajas.

Comerciantescita1La solución de Arnaldo ha sido comprar en pocas cantidades y actualizar los precios todo el tiempo. “Ahí es donde uno mantiene el negocio”, asegura. Menciona que ha sabido mantenerse a flore por estar “a la mitad” de la hiperinflación, ni por encima ni por debajo. Hasta se ha tenido que olvidar de los frutos que debería dejarle las ventas. Su truco está en siempre vender, así sea poco. “De nada te sirve tener la mercancía más cara que todo el mundo. No todo es ganancia. Si no vendes, estás jodido. Si tienes el negocio lleno, pero no vendes… vas a la quiebra”. Tampoco se anda con rodeos: “Uno va pensando en la hiperinflación del lunes siguiente y cuadra los precios por delante”. Suena engorroso, pero ya es su rutina. “Uno ya está acostumbrado a ir cambiando los precios en seis u ocho días. Hasta dos días, dependiendo de la distribuidora. Si un producto te llega a un precio diferente, ¿qué haces? Subes el precio”. Sin remordimiento.

Pero las estrategias solo alivian el impacto del puño de la hiperinflación, no lo evitan. “La clientela ha bajado muchísimo, como un 40% menos que el año pasado. De 1.000 kilos de charcutería que se vendían, ahora se despachan 400. Cuando mucho, 500 kilos semanales”.

Linares ha sido vendedor toda su vida, y nadie lo preparó para esta realidad que trata de enfrentar pues cerrar el establecimiento no es una opción. Piensa que, algún día, tarde o temprano, lo dejarán trabajar en paz. “Ser comerciante ya no da para nada. No es que vas a reunir para comprarte un apartamento o un carro. Estamos jodidos. Los que trabajamos en mostrador estamos fregados. Te mantienes o fracasas”.

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