Conversación con

Edgardo Mondolfi, el historiador enguerrillado

Es un obsesionado por la etiqueta de frágil puesta en la caja que guarda la civilidad en Venezuela. Luego de Temporada de golpes, su disección de las intentonas militares contra Rómulo Betancourt, Edgardo Mondolfi prepara un gran fresco sobre la insurrección de izquierda. Y sin embargo, disuelve sus angustias actuales en la leche materna de cultura electoral que ha mamado el venezolano desde 1958

Fotografía: ANDRÉS KERESE robertomata.net
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Por su temperamento flemático, alguien que ha trabajado con él le retrata como un “lord inglés en el trópico”. Pero él se resiste a pasar a la historia como un músico del Titanic. Donde otros presencian el naufragio de un proyecto democrático, con cuatro poderes alineados como icebergs que le han apagado el motor al averiado casco legislativo, él huele la resistencia: “Siempre he dicho que las repúblicas no se terminan. La república ha tenido muchos finales, pero no se ha acabado con la república”.

En Temporada de golpes(2015), Edgardo Mondolfi Gudat diseccionó, como el zoólogo que fue su padre, los cuatro levantamientos militares de envergadura que entre 1960 y 1962 buscaron derribar al primer presidente de la democracia, Rómulo Betancourt. Ahora el historiador trabaja en un gran fresco de la guerrilla, que llama tentativamente La insurrección anhelada, título que hace un guiño a Juan Liscano, el poeta que quedó aislado del resto de la intelectualidad de los años 60 cuando se negó a respaldar el recurso de la violencia contra gobiernos emergidos de unas elecciones.

Más afecto a procesos que a individualidades, a Mondolfi le obsesiona la fragilidad de la civilidad en Venezuela. Y sin embargo, no la ve mucho más amenazada ahora, cuando la ataca no tanto un agente patógeno externo, sino un carcinoma que creció dentro de sus entrañas y la ha convertido en un régimen de facto que desconoce su propia constitución.

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Es mentira que un historiador maneja la escala del tiempo y siempre nos va a dar una palmadita en la espalda: “Tranquilos, que no hay mal que dure cien años”. Es mentira que un historiador no se angustia. Claro que lo hace, porque está igualito que usted y que yo: no tiene idea de qué va a pasar en este país. Y sin embargo, Edgardo Mondolfi lo disimula muy bien.

“Cualquier angustia la compenso con lo que para mí significa la energía política que está en la cultura electoral del venezolano. Un régimen como éste no ha podido ni podrá escapar del reclamo electoral. No hay otro camino. Y eso es probablemente lo que en mi caso matice las angustias. Insisto mucho, no es baladí lo que estoy diciendo: la cultura electoral del venezolano ha sido obra de una construcción a lo largo del tiempo, y este gobierno además apostó a hacerla su mayor fuente de legitimidad. Es imposible que pueda rehuir, así sea en el último capítulo, de lo que significa ese compromiso”, confía el comelibros que, tan seriecito como usted lo ve, está muy pendiente de las noticias del beisbol venezolano y de la Vinotinto de fútbol.

Proféticamente, días después de sus palabras, el CNE, más vale tarde que nunca, se acordó de que habrá algo llamado elecciones regionales en una fecha de 2017 que a alguien le mortifica precisar.

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Primero Conrad que Rómulo

Lo del lord inglés con apellidos de raíces toscanas y alemanas no es tan casual, porque algunos de sus ensayos históricos, como El águila y el león (2000) y El lado oscuro de una epopeya(2011), han versado sobre las relaciones entre Gran Bretaña y Venezuela. Mondolfi lo explica porque primero fue sábado que domingo: antes que la historia, estuvo su pasión por la literatura, en especial, por Joseph Conrad y otros autores insulares, y a ella se entregará después de su enguerrillamiento actual. Y antes, admite, pensó en seguir la vocación de su padre fallecido en 1999: la militancia ecológica. Hay, por cierto, un tercero en la línea de sucesión, el adolescente Edgardo Ignacio Mondolfi Blanco (16 años), uno de sus dos hijos, junto a Josefina Eugenia, de 11.

—De su investigación actual, ¿qué animal guerrillero le ha cautivado?

—De animales guerrilleros, diría que Teodoro Petkoff es uno de los que más me interesa. Me he encontrado con muchas voces que he tenido que volver a revisar, como Anselmo Natale, luego militante del MAS, o el cineasta Luis Correa. Las conversaciones que tuvieron con Agustín Blanco Muñoz han sido para mí una cantera testimonial fundamental. Me ha acercado a la forma como la izquierda de ese contexto se fue fracturando en torno al hecho armado. Porque una de las cosas que más llama la atención cuando te metes en la dinámica de la época es ver, precisamente, cómo desde el poder se ha actuado con un notable sentido de coherencia frente a las permanentes contradicciones de la izquierda.

—¿Vivimos la más grave situación institucional y económica desde 1830? ¿Es comparable a la Guerra Federal? El presidente de Conindustria decía recientemente que la producción industrial es hoy una novena parte de lo que fue antes de los gobiernos de Chávez y Maduro. 

—Lo que pasa es que a veces cuesta que la historia admita comparaciones. Así como las repúblicas no tienen final, también pueden recuperarse. Dicho sea de paso, el deterioro del parque industrial venezolano hay que atribuírselo no solamente al avasallamiento del régimen actual con respecto al sector empresarial, sino a las tendencias de la economía mundial. Eso es algo que no podemos dejar de mencionar. Sí creo posible recuperar parte del tejido industrial en la medida en que cambien las reglas que están planteadas en este momento. ¿Por qué no? Todavía Venezuela es un país con una capacidad instalada, que tiene un nivel de formación de recursos humanos bastante importante y una mano de obra calificada. Sin que dejemos de lado la desindustrialización y los riesgos de reprimarización de muchas de nuestras economías en función de las tendencias globales actuales. Porque no es solamente el caso de Venezuela, también de Brasil o Argentina.

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—¿Nunca antes ha estado tan cerca antes la república de su disolución?

—Es que yo no comparto esa visión tan… ¿apocalíptica? Sí, bueno, podemos hablar de coyunturas económicas tremendamente duras, como el desplome de la economía cafetera a fines del siglo XIX. En cuanto a lo institucional, es cierto que esta gente ha llegado más allá de lo que fue capaz el perezjimenismo. Ni siquiera en el régimen militar se dio eso de que el Tribunal Supremo de Justicia, en su denominación de la época, asumiera al menos formalmente el control de las cuentas de la nación. Porque un parapeto de formalidad hizo posible siempre que un congreso obediente al régimen fuera capaz de cumplir con esas funciones. Pero ni siquiera despojar al congreso de ello. Han ido incluso más allá en la acumulación de poder.

—Su libro Temporada de golpes deja bien claro que las intentonas militares contra Rómulo Betancourt, más que de derecha o de izquierda, deben clasificarse dentro un mismo pretorianismo, burdo o sofisticado. ¿Pasa lo mismo con este gobierno? ¿En el fondo no es de derecha ni de izquierda, sino pretoriano?

—Uno puede advertirle flecos a la idea de que aquí hubo un control civil militar sobre la fuerza armada entre 1962 y 1992. A mi juicio lo que hubo fue un control civil intermedio, bastante respetable para lo que se logró, por cierto. Persistió un pretorianismo latente en las Fuerzas Armadas. Que se manifestara en esa coyuntura de 1962, a partir de los intentos de la izquierda de cooptar a los elementos disidentes a favor de un proyecto civil militar, o en su versión no izquierda, de todas maneras lo que revela es que persistía, y persiste, ese afán de las Fuerzas Armadas de interferir de manera abusiva en la política nacional. Efectivamente, es un pretorianismo que puede buscar pretextos, pero pretorianismo a fin de cuentas. Y como se ha dado en la actualidad, una reedición del proyecto civil militar, con una cobertura aún mayor para esas apetencias pretorianas.

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—¿En el fondo los civiles siempre estaremos tentados a aguardar, consciente o inconscientemente, que el ejército aparezca y nos defienda como el Chapulín Colorado?

—Árbitro dirimente de la situación, de manera abierta, haciendo uso de su recurso armado, no lo veo en este momento. Pero el gobierno tiene el oído muy puesto en lo que ese sector piensa. Creo que eso es lo que está ocurriendo y lo que va a ocurrir en relación al referéndum revocatorio. Sin que el Ejército y las Fuerzas Armadas tengan que actuar como árbitro de último recurso, creo que el gobierno tiene el oído muy puesto en las presiones que ese sector está ejerciendo de manera silenciosa. Ese es mi parecer.

—¿Pero es el deber ser? ¿Cómo volver a meter a ese sector militar dentro del corral del poder civil?

—Como decía al principio, la experiencia de los 40 años entre 1959 y 1999 nos llevó a un control civil intermedio, donde probablemente hizo falta mucho más control parlamentario del sector militar. Esa es una de las cosas que podría estar en la cuenta del futuro. El problema es que las Fuerzas Armadas se han convertido abiertamente en un actor político. De su pretorianismo latente pasaron a convertirse en una especie de partido militar. Cómo instrumentar de vuelta el control civil, de una manera incluso más exigente de lo que fue posible en esos 40 años, es un gran desafío, sin duda.

—¿Por eso usted ha tenido la obsesión de rememorar, en sus libros, lo expuestos que estuvieron a la violencia gobiernos civiles como los de Betancourt y Leoni, a pesar de que recién emergían de elecciones en los que votaron millones de venezolanos?

—Se han edificado algunas mitologías con respecto a la solidez del sistema. Fue un difícil parto. Y quizás lo que a mí me obsesiona es precisamente lo difícil que fue hacer que ese pacto civil pudiera persistir en el tiempo. A la vuelta de la distancia que suponen los 40 años de 1959 a 1999, dar como por un hecho lo que significó la solidez de ese sistema no deja ver las dificultades que conllevó afianzarlo, consolidarlo; que es algo que asumimos con una enorme gratuidad, me da la impresión.

—Hugo Chávez: ¿una bestia de dimensiones seculares o la historia lo pondrá en su sitio?

—Chávez tiene un calado muy hondo en el imaginario colectivo. Tuvo una facilidad, o quizás más bien una capacidad o un don, para llegar a esas honduras del alma venezolana. Eso es indudable.

—¿Aunque ideológicamente era un arroz con mango?

—Quizás, precisamente, eso es lo que lo hace posible. Hace recordar a Perón. Todos teníamos cabida dentro de su discurso, de alguna manera. Por más que por un lado Chávez le diera fuelle a la polarización, por el otro era capaz de que su discurso fuera para todos y para nadie.

—¿Qué resultado de elecciones entre 1958 y 1998 le parece clave, para bien o para mal?

—La que le dio la elección a Rafael Caldera en 1968. El hecho de que el gobierno de Leoni advirtiera que, por menor que fuera la diferencia entre Caldera y el candidato adeco Gonzalo Barrios, era absolutamente necesario respetar los resultados, es para mí la mayor prueba que tuvo el ensayo democrático en su fase de cuasi consolidación.

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—¿Su padre, con los animales, estaba en una cancha más cómoda que usted en las caimaneras de la historia?

—No creas. Todo lo contrario. El conservacionismo da lugar a mucha polémica. Papá estuvo metido en bregas muy duras, por ejemplo cuando el caso del Imataca o de la declaración de zonas de reserva que hallaron oposición de tal o cual gobierno. Por cierto que el problema del Arco Minero es más grave que cualquiera de los que enfrentó papá en los años 90.

—¿Lee ficción?

— En este momento estoy enguerrillado. Puro tema de guerrilla, para el libro que estoy terminando. Tengo muy abandonada la literatura de ficción, me está haciendo mucha falta. Quiero volver a mis otros predios, a mis querencias naturales: la literatura inglesa y norteamericana. Una vez que me emancipe, probablemente en algún momento me dedicaré al género del ensayo literario.

—¿La historia venezolana ha sido una permanente temporada de golpes, con un breve espejismo de estabilidad entre 1959 y 1999?

—No comparto esa visión catastrófica. Una de las ventajas de dedicarse a la historia es que te da cierta serenidad para entender que las repúblicas no se terminan. Y punto final.

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