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Carritos chocones: golpe y golpe al bolsillo

De atracción en atracción, los concurrentes se alejan de sus cotidianidades entre luces, brincos y canciones. Los parques de diversiones son opción en tiempos de crisis. Sin embargo, ni Mandraque el mago los salva del hechizo de ruina generalizado en el país. Hay aparatos muertos lo mismo que otros averiados por falta de repuesto. Pero su público siempre tiene un ticket más para desafiar el aburrimiento

Fotografías: Andrea Tosta
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“Si te quieres divertir, con encanto y con primor, solo tienes que vivir un verano en Nueva York”, vociferan las cornetas del Parque Italo-Americano al final de la avenida Nueva Granada. Quizás no muchos de los que acuden a ese espacio en el sector La Bandera conocen la mentada ciudad, mas tienen la certeza de que se divertirán en aquel rincón del valle caraqueño. Por lo general, los niños más pequeños administran su atención entre carruseles y norias. Los más grandes desafían su valentía en montañas rusas y atracciones similares. Mientras, los padres sonríen y desembolsan hasta el último centavo.

En Caracas, el Italo-Americano, Bimbolandia y Aventura Luna Park tienen el monopolio de los parques de diversiones considerados tradicionales. Aunque siguen siendo una opción predilecta en vacaciones escolares, su brillo característico pierde intensidad a medida que pasan los años y se añejan las atracciones —que todavía guapean y sobran en un país donde 25 de cada 100 adolescentes son víctima del embarazo precoz, según el Fondo de población de las Naciones Unidas (Unfpa).

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Con armatostes que otrora eran novedad, ofrecen recreación garantizada y efímera en tickets valorados entre Bs. 60 y 100. Los carritos chocones resultan más tentadores para César Pérez, quien prefiere llevar a su hijo de 6 años a aquellas clases de manejo no tuteladas: “Yo tengo dos hijos y en promedio, por salida, me gasto como tres mil bolívares. Aquí les da hambre y quieren cotufas, perro caliente, algodón de azúcar”. Explica que lo lleva al parque “para variar”, ya que pasa más tiempo allí que en el cine, por ejemplo, mientras le da otro boleto al encargado para que sigan los choques intencionales. Como él, otros tres niños hacen relevo en su vehículo sin ruedas favorito.

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En la zona de manejo no hay corneta que valga y ni tránsito que levante los choques. El joven encargado solo se encarga de tomar los tickets y activar el juego con hastío. Allí, seis chamitos ni se disculpan por sus primeras aproximaciones al volante. Las risas opacan cualquier molestia.

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La relación entre el costo y el tiempo de disfrute favorece a aquellos padres que buscan entretener a sus hijos por más horas y a menor o igual precio. “Es más tranquilo y tiene muchos aparatos para la edad de él y se divierte”, dice Antonio Rodríguez, quien en otros tiempos acudía a Bimbolandia con sus retoños y ahora lo hace con su nieto. “Dentro de lo que hay, es más barato porque uno más o menos calcula de doce a quince montadas. Si hay mucha gente es menos. Eso de los gastos es relativo hoy en día”.

En el mismo establecimiento en la avenida Los Ilustres, Mariel Betancourt ve en su varón de 8 al próximo Schumacher o quizá Pastor Maldonado, por aquello del destrozo. “Realmente, vinimos porque le encantan los carritos”, confiesa entre risas y explica que le ganó una a la inflación: “Pensé que me iba a encontrar esto un poquito más caro y me pareció súper barato. Además, me sale mucho más económico porque es él solo el que se monta”, alega mientras señala a su hija adolescente recostada en la baranda.

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Más osados se lanzan al vacío

Los padres concuerdan en que un baño de agua salada también es una opción válida en las vacaciones. Sin embargo, para muchos es un impedimento movilizarse en avión luego de que el Ejecutivo autorizara un incremento de 400% en las tarifas de los boletos aéreos de todas las aerolíneas nacionales, el pasado mes de mayo. Los Dumbos voladores naranja en la Avenida Intercomunal Guarenas-Guatire brindan esa sensación por menos de cinco minutos y siguen guiñando a los visitantes más pequeños, aunque no todos los elefantes mecánicos suban y bajen como deberían. Tras bajarse de uno de ellos con su hijo de seis años, Jairo Rivero sobrepasó los Bs. 7.421,67 que representan el sueldo mínimo actual en tickets y misceláneas. Lleva acumulados en un día cerca de 9 mil bolívares en gastos dentro de Aventura Luna Park y asegura que allí, por lo menos, se divierte un buen rato: “Todo está carísimo. Yo vivo por acá cerca y prefiero traerlo a dejarlo ahí en la casa viendo televisión. Viajar también se ha vuelto muy caro, antes lo hacíamos, pero ya no”.

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“La falta de turismo nacional beneficia a estos centros de diversión”, afirma Gregorio Accetta, gerente del Parque Italo-Americano. Allí no importa si hay cielos nublados, las tazas voladoras están listas para dar vueltas, aunque no haya muchos interesados. Accetta explica que, salvo días de luto, de elecciones o un toque de queda, el establecimiento siempre abre sus puertas. “A dientes o pedradas trabajamos. Somos como una clínica. La gente necesita diversión y se la tenemos que dar”, dice. Aunque los encargados y empleados concuerdan en que el día del niño es su momento estelar, las vacaciones escolares representan alta afluencia de clientes.

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Bimbolandia recibe más de mil personas en sus mejores temporadas, según la encargada de personal, Teresa Jara, quien ha visto caras conocidas desde hace más de veinte años que trabaja en el lugar. “También viene mucha gente de afuera, del interior. Uno los reconoce porque no son los mismos de siempre”, dice la empleada, aunque admite que no ha incrementado mucho su clientela. Los padres olvidan la inseguridad que se vive fuera de las paredes del parque y sueltan a su descendencia —que corre de arriba para abajo despertando a los empleados de las estaciones menos populares, a quienes los párpados les pesan más que cualquier tuerca o palanca a activar.

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No muy lejos, el Parque Italo-Americano también se lleva parte de la torta. “Por estas épocas vienen alrededor de 600 a 700 personas a la semana, sobre todo en los meses de julio, agosto y septiembre. En lo que llevamos de año, vendrían como unas 500 semanal, en promedio”, dice el jefe del recinto ubicado frente al Terminal de Pasajeros La Bandera. Sin embargo, aquel lugar que ha presenciado desde quinceaños hasta bodas familiares ha perdido su popularidad progresivamente desde hace dos años, dice Accetta. La montaña rusa, el vulcano y el martillo le roban clientela al tradicional gusanito, que descansa apagado a la espera de su recorrido por la manzana. Los barquitos tampoco llevan en su proa a muchos de aquellos 500 concurrentes.

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En estas clínicas de la diversión, como las llama, se sienten los azotes de inflación aún no promulgada por el Banco Central de Venezuela (BCV). Dado que costaba más conseguirla y ofrecerla, el Parque Italo-Americano dejó de ofertar agua al público desde hace aproximadamente dos meses porque les generaban saldo negativo, explica quien lleva 15 años en la gerencia de operaciones del parque. Fueron uno de los últimos establecimientos de esta índole en hacerlo, ratifica. “Tampoco vendemos churros. La masa está súper carísima y cada vez sube más de precio. Para que el cliente se pelee con uno porque le tenemos que aumentar 30, 40, 50% a lo que cuesta, prefiero no venderla y no pelear con nadie”, asevera Accetta.

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Así como escasea el aburrimiento de los clientes, también lo hacen los utensilios destinados al mantenimiento de las máquinas. El presidente de la Cámara Nacional de Comercio de Autopartes (Canidra), José Cinnirella, declaró el mes pasado a Globovisión que existe “un desabastecimiento real” de repuestos en el país producto de la pérdida de crédito con los proveedores por morosidad. Además, señaló que aún no se ha convocado a la subasta “que debió realizarse en enero pasado” para cumplir con la importación de los mismos para diciembre de este año. Accetta lo vive a diario. El mantenimiento preventivo —no correctivo— que se lleva a cabo en el Parque Italo-Americano cada vez se hace con menos piezas venezolanas. “Nosotros tenemos un stock de repuestos desde hace bastante tiempo que vamos reponiendo a medida que lo usamos. Todavía hay cosas que se consiguen acá, como las bandas de freno, pero la mayoría de las cosas las tenemos que importar de Italia más que todo. También se importa de Estados Unidos y China”, explica.

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Un párvulo señala interrogante un conjunto de hierro, ruedas, cables y bombillos que solían ser un reto para los más grandecitos. “Esa no, mi amor. Vamos a la rueda que es chévere”, le dice su madre, mientras lo lleva prácticamente arrastrado a la diversión. Como si se pudiese tapar el sol con un dedo, en Bimbolandia las dañadas se ocultan, sin suerte, con coberturas de plástico. Incluso, se arrumban en las esquinas del parque. “Nosotros hacemos mantenimiento todas las semanas por la mañana. Cuando una se daña tenemos que esperar un tiempo porque los repuestos no se consiguen”, explica Jara, quien también los importa de Italia y por los que espera entre mes y mes y medio, si tiene suerte.

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El mismo modus operandi se observa en la Avenida Intercomunal Guarenas-Guatire. Entre los ejemplares empolvados del siglo pasado que hay en Aventura Luna Park, los que no sirven se cubren como un ataúd. Los que sí, se maquillan. Juan Carlos Ruíz se encarga de que Magic Loop esté presentable y funcional. A su parecer, esa montaña rusa es una de las más populares del parque, junto con Fly Zone y los carritos chocones para adultos. Entre el estruendo que provoca el rápido paseo del vagón por las riendas, Ruíz explica que “las mangueras del freno siempre se joden, pero esas todavía se consiguen. No se sabe hasta cuándo”. Lleva más de un año trabajando en el parque y afirma que, por lo menos, asisten cerca de 200 personas. “¿Eso fue todo?”, dice una niña de aproximadamente 10 años cuando, luego de una vuelta, el vagón de la recién pintada montaña rusa se detiene. Ni la escasez de repuestos ni sus altos costos parecen interesarle. Con su padre, se van hacia los carritos chocones pues, como dice la canción, ella solo se quiere divertir, con encanto y con primor.

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