En el verano de 1958 Eleazar López Contreras tenía 75 años. Había nacido en Queniquea, Táchira, el 5 de mayo de 1883. Su padre, el coronel Manuel María López, era un caraqueño descendiente de notable familia valenciana. En 1882 se casa con Catalina Contreras, hermana del presbítero Fernando María Contreras, pero el matrimonio duraría muy poco. Antes de nacer su hijo Eleazar, el coronel López tiene que salir del pueblo a toda carrera por intrigas políticas. Y poco después fallece en Cúcuta de fiebre amarilla.
Tenía 30 años y falleció sin llegar a conocer a su único hijo, quien encontraría una figura paternal en su tío, el cura Contreras, un tutor atento y vigilante que se ocupó muy especialmente de su educación y de que el muchachito huérfano templara el carácter y la voluntad en una disciplina férrea.
La historia de Venezuela nos dice que un año después de recibir el título de Bachiller en Ciencias Filosóficas, en el Colegio del Sagrado Corazón de Jesús, en La Grita, dirigido por monseñor Jesús Manuel Jáuregui, en 1898, el joven Eleazar ya está combatiendo al gobierno de Ignacio Andrade, en las huestes del general Cipriano Castro. Y no sería un combate aislado. Participa en varias batallas en calidad de ayudante adjunto del batallón Libertador; y en la de Tocuyito recibiría una herida que lo sacó del campo para enviarlo en repetidas ocasiones al quirófano. Cuando Andrade sale del poder y Castro se instala en el Capitolio con un programa de gobierno sintetizado en el lema “nuevos hombres, nuevos ideales y nuevos procedimientos”, se abre para López Contreras un destino de intensa actividad militar y cargos de relevancia variable, pero siempre con tendencia ascendente, que se inicia a sus 17 años, cuando se convirtió en edecán del presidente de la República.
A partir 1915 se catapulta su carrera como oficial del Ejército.
En 1923 es ascendido al grado de general de brigada y se le otorga el mando de la Guarnición de Caracas. Adquiere experiencia militar y conocimiento técnico y profesional, al tiempo que se hace un experto en intrigas palaciegas. A la muerte del general Gómez, en diciembre de 1935, López Contreras, entonces ministro de Guerra y Marina, es investido como encargado del Poder Ejecutivo por el gabinete ministerial, que reconoce en él un “liderazgo indiscutible frente al país y el Ejército”.
Una vez convertido en presidente de la República, López Contreras acorta su mandato y en 1941 ya está entregando el coroto a Isaías Medina Angarita, quien no concluiría el suyo porque el gol- pe de octubre de 1945 lo depone del poder. La Junta Revolucionaria dicta una resolución en la que se acusa a los principales funcionarios de los gobiernos de López y Medina —éstos incluidos— de haber incurrido en enriquecimiento ilícito. Tras un juicio al parecer poco ajustado a la ley, se le detiene durante un mes y se le ex- pulsa de Venezuela. En medio de grandes dificultades económicas, López sale exiliado hacia Miami y tres años después marcha a Nueva York. Regresaría el año 51 y un año después se establecería definitivamente en Caracas hasta su muerte a edad provecta.
Esta foto, que muestra un insólito López Contreras sonriente, no tiene ninguna relación con ese viaje intempestivo al destierro. Tampoco es exactamente una travesía turística, aunque lo acompaña su esposa y una de sus nietas. La imagen fue captada en la cabina de un avión de Aeropostal donde, casualmente, se encontraba un fotógrafo de prensa que, con los reflejos propios del oficio, captó el momento en que el llamado precursor de la democracia se arrellanaba en su butaca para emprender viaje a Nueva York.
A su lado se encuentra su esposa María Teresa Núñez, quien vino a constituir su tercer y último enlace matrimonial. María Teresa era hija del científico monaguense Manuel Núñez Tovar, según el Diccionario de Historia de Venezuela de Fundación Empresas Polar, “médico, naturalista, investigador y escritor, entomólogo y parasitó- logo. […] Ha sido considerado como el primer entomólogo venezolano y su nombre lo llevan, además de varias especies de mosquitos descubiertos por él, un liceo y el Hospital Universitario de Maturín”.
Cuando María Teresa era una jovencita, la familia estaba instalada en Maracay, donde su padre, el médico investigador, había recibido el nombramiento de médico de brigada, adscrito a la guarnición de la capital aragüeña.
Un día, Eleazar López Contreras fue a Maracay como edecán de Gómez y en la residencia de la familia le fue presentada la joven hija del doctor Núñez, a quien el circunspecto oficial superaba en edad por 30 años. Ya López Conteras tenía dos matrimonios en su haber. Tal como apunta la historiadora Clemy Machado de Acedo, autora del volumen dedicado a López Contreras en el conjunto de la Biblioteca Biográfica Venezolana, éste se había casado por primera vez con Luz María Wolkmar, descendiente de austriacos avecindados en Puerto Cabello, con quien tuvo seis hijos. Al enviudar contrae nupcias con Luisa Elena Mijares, de quien se divorciaría sin tener descendencia. Es por esto que estaba soltero cuando conoció a María Teresa Núñez durante un día de playa en Ocumare de la Costa. Rápidamente se comprometieron y se casaron en julio de 1934. De este matrimonio nacerían Mercedes Enriqueta, conocida como Checheta y quien se convertiría en una respetada médica, y María Teresa, apodada Maruja.
La foto muestra al general López Contreras en apariencia relajado, feliz de tener a su nieta sentada en su rodillas, y empuñando una caja de chicles Adams casi en actitud publicitaria. No hubo tal, naturalmente. La verdad es que el general tenía constantes molestias en el oído izquierdo —su lado dominante era el derecho—, desde que en su juventud fue pateado por una mula cuando venía de los Andes en dirección a Caracas a hacer lo que se ha llamado la Revolución Liberal Restauradora, a cuya cabeza estuvo desde sus inicios Cipriano Castro al mando de sesenta hombres justos: “Así que disponemos de 58 hombres; y el General Gómez y yo somos 60…” había resumido Cipriano Castro.
Entre esos 58 hombres se encontraba el bisoño Eleazar, quien integraba la asonada restauradora iniciada el 23 de mayo de 1899 en los márgenes del Río Táchira hasta llegar victoriosa, cinco meses después, a Caracas, el 22 de octubre de 1899. El bachiller con- fundido en la mesnada llegó glorioso, pero con un terrible dolor de oídos por haberse interpuesto en la ruta de una coz. Nunca se libraría del todo de esa molestia, que se acentuaba cuando volaba, sobre todo en los ascensos y descensos, que le provocaban un zumbido detestable. Por eso tiene la caja de chicle en la mano, el fotógrafo lo pilló cuando iba a meterse uno en la boca o cuando acababa de hacerlo.
En la fotografía aparecen López Contreras, su esposa María Teresa y su nieta, Mercedes, de 5 años. Pero el grupo lo completaba su hija Checheta, en ese momento fuera del cuadro. El patriarca necesitaba todo el apoyo de sus mujeres. Viajaba con el objetivo de hacerse un chequeo médico del estómago y la vesícula biliar. En Caracas le habían advertido con toda claridad que tenía cálculos en la vesícula, pero iba buscando un médico extranjero que le dijera que se curaría sin necesidad de una intervención quirúrgica… quién lo diría de uno de los 60 hombres de la Restauradora, que, en ese viaje de 81 días hasta Caracas enfrentaron numerosos hechos armados y escaramuzas, entre los que destacan: Tononó (26.8.1899), Las Pilas (27.5.1899), El Zumbador (9.6.1899), Cordero (28.6.1899), Tovar (6.8.1899), Parapara (26.8.1899), Nirgua (2.9.1899) y Tocuyito (14.9.1989). Pero ahora, con esposa y lleno de hijos y nietos, el tachirense le tenía miedo al quirófano.
Ingresó al Brigham Hospital, de Boston, y no hubo pataleo: lo operaron. Tuvo una recuperación delicada, pero lo logró. Cuando le dieron de alta se fue de paseo con su nieta a Central Park. Eso lo tenía planeado desde que despegó aquel luminoso día caraqueño cuando el fotógrafo aprovechó la luz natural para tomar esta foto, que luego regalaría a la familia.
Es una imagen histórica. Pocas instantáneas lograron captar la sonrisa de López Contreras. Lo que sí es permanente en todas es ese cuello de excepcional longura: el hombre tenía una vértebra cervical de más.
Liberado de las dolorosas “piedras” en la vesícula, López, el político de más larga actuación en el siglo XX, moriría en Caracas, en enero de 1973, casi a los 90 años, de un infarto al corazón.