Entrevista

Elisa Lerner: "Cada vez soy menos personaje"

Sus páginas son una escuela del pensamiento, una ventana a la lucidez, un viaje a la más bella e inteligente escritura, eso hace y más Elisa Lerner. Cronista, dramaturga, novelista no gusta de los géneros porque de ellos forjó uno propio: su verbo. Es la homenajeada por el Festival de la Lectura Chacao 2016

fotografías: Efrén Hernández
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Elisa Lerner es literatura. No sólo cuando escribe, cuando conversa sobre autores y lecturas, cuando se aproxima a la realidad que la circunda o a escenarios lejanos. Elisa Lerner vive dentro de la palabra. Es la palabra entramada. No cuenta su vida; se relata. Y aunque elude de manera consciente su lado personal —“yo hablo de escritura”—, su voz termina narrándola, haciendo de ella, y sin ella quererlo, un personaje. Su biografía, siendo realidad y datos objetivos, tiene la riqueza que entrañan las ficciones.

Sus padres arribaron a Venezuela desde ciudades europeas con fronteras móviles. Lugares que, por caprichos del poder y de la historia, pasaban del mapa de un país al de otro. En el equipaje, la lengua, en la maleta materna, el alemán, idioma que dejó de hablar en el hogar con la aparición del nazismo. Pero antes de ese silencio, Mathilde le cantaba canciones alemanas a su hija Elisa para que se bebiera la leche. La primera señal que Elisa atiende y entiende como temprana premisa literaria es la relación con el idioma. El idioma que no aprendió y el idioma del país en el que nació en el acento de sus padres. Así se lo cuenta en una entrevista a Viviana Marcela Iriart. “Y entonces a mí me quedó como una añoranza, una doble añoranza de haber perdido un idioma sin haberlo aprendido. Y por otro lado quería hablar un español correctísimo porque mis padres nunca llegaron a hablarlo bien”. Hablaban correcta y fluidamente pero para la autora el dominio y la perfección son un asunto de pureza, de pulitura, de brillo liso, de gema limpia.

A eso ha dedicado la vida: a mirar, a escuchar, a tañer y bruñir la palabra. Se logra ejercitándola y Elisa nunca eludió la empresa. Muy niña, quizás apenas con la estatura para alcanzar una mesa, presentía los mundos que contenían el reguero de renglones en las cartas que escribían sus padres para enviar al otro continente. Probablemente observando la esfera en la que se recogían mientras escribían las misivas, aprendió que el silencio y la soledad son indispensables para escribir.

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Pobló su mundo infantil de historias. Las que le contaban los padres, las que leía en la revista Billiken, las que ideaba para siluetas recortadas de las páginas de moda, las que absorbía de la prensa para hacerlas propias. Cuenta que de niña creaba con la voz obras de teatro para personajes de papel. Cuenta también que fundó un periódico en el que fungía de directora, editora y lectora. Un diario vestido del collage que resultaba de los artículos de prensa que ella seleccionaba de distintas fuentes y que pegaba en la pared formando una totalidad. En ese universo particular, en ese tiempo detenido y moldeado a su persona, Elisa se convirtió, como ella misma le comentó a Milagros Socorro, en “una atleta de la soledad”.

Nace en Valencia en 1932 y los recuerdos de su vida en esa ciudad son vagos. La memoria de esos días es la que le trasladó su madre. Sabe que Gardel cantó allí y evoca el enojo por no haber asistido. Años más tarde, la familia se traslada a Caracas. La capital cincelaría a la escritora. El estímulo cultural, el despliegue sonoro, la riqueza visual, la invitación de las calles a ser caminadas, las estampas minúsculas dentro de lo que se perfilaba como una gran urbe fueron un punto de partida. Observadora pertinaz, escrutadora del detalle, dueña de una mirada capaz de detectar los hilvanes invisibles y de un oído privilegiado para decodificar arpegios cifrados. “Una mujer que es un ojo que escribe y mira, que mira y escribe”, apunta Juan Carlos Méndez Guédez coincidiendo en su aproximación con Eugenio Montejo quien, en el prólogo de Homenaje a la estrella, suma a la vista el oído de la autora: “La escritura de Elisa Lerner parece estar guiada por un ojo que, sin distraerse propiamente de ver, se muestra destinado sobre todo a oír”. Para el poeta, los tres cuentos que conforman el libro tienen una hechura tan magistral que son aval solitario para hacer de la autora un nombre de peso y brillo en la historia de la literatura. Son los ojos y las orejas, vista y oído en práctica, sus herramientas fundamentales, arte poética que desliza en Con Viola al fondo del Ojo. “El ojo derecho tiene sonoridades amplias y tormentosas de viola. El ojo izquierdo, sonoridades (visiones) tenues y precisa de violín”. El ojo derecho podría abarcar la vastedad de una obra que embate al lector, en la que está imbricada su vida personal porque las circunstancias de la autora permean la obra. El ojo izquierdo podría contener una escritura minuciosa, microscopio que fija el lente en lo entendido como corriente y lo hace hablar, tecleo que es látigo elegante, desnudez y tacto.

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El ojo derecho o los zapatos para un premio

Estudió derecho y se graduó de abogado pero siempre supo que iba a ser escritora. Sus profesores de la Universidad Central de Venezuela también lo intuían y la animaban para que caminara esa senda. Lo hizo y no paró ni miró hacia atrás. Dado el primer paso, dado el primer trazo de la letra que no se fatiga. Reseña cine firmando como Elishka en una revista especializada, forma parte del grupo literario Sardio junto a voces como Adriano González León, Guillermo Sucre, Rodolfo Izaguirre, Luis García Morales y Salvador Garmendia. Explora la crónica y la entalla hasta hacerla suya. Va a Estados Unidos a hacer un posgrado. El brillo de las páginas y la agudeza perceptiva le abren las puertas para trabajar en instancias culturales relacionadas con el entorno diplomático en Madrid. Regresa a Venezuela y sigue escribiendo. Se lee rápido una carrera, una trayectoria, un latido, la constancia, la firmeza y el talento de excepción que se concentran en una bibliografía que pasea por géneros varios —aunque la autora rechace la segmentación de la creación escrita.

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En teatro: Bella de inteligencia (1959), En el vasto silencio de Manhattan (1961), El país odontológico (1966), La mujer del periódico de la tarde, Vida con mamá (1976). En crónica: Una sonrisa detrás de la metáfora (1969), Yo amo a Columbo (1979), Crónicas ginecológicas (1984), Carriel para la fiesta (1997). En cuento: En el entretanto (2000), Homenaje a la estrella (2002). En novela: De muerte lenta (2006). Esta andadura la llevó, entre otros reconocimientos, al Premio Nacional de Literatura.

Elisa Lerner es dueña de una mirada que sortea los óbices que esconden el provenir. Sabía que iba a caminar mucho escribiendo. Por eso siendo niña le pidió a su padre que le comprara un par de zapatos especiales para escritora.

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El ojo izquierdo o la grafía de la memoria y de la desmemoria

Cees Nooteboom explica en una conversación con Alberto Manguel que su vida empieza a los seis años porque esa edad sitúa el primer recuerdo. Antes del primer recuerdo es la ausencia. Pero, ¿cuántas memorias hay? ¿Cuándo empieza cada memoria? Lerner arrastra memorias ajenas y propias y en esa suma está su vida y las explicaciones e interpretaciones de la misma. La escritora se desdobla en sus creaciones, entra, invade y regresa de las crónicas que maneja en un torno hasta lograr lo inimitable. Ella rompe los moldes al estampar su firma. Crónica relato, crónica poética, crónica Lerner. Hace estallar los géneros porque, en palabras de Milagros Socorro, “su escritura es el género en sí misma”. La crónica se mueve entre lo histórico y la actualidad. Elisa Lerner indaga en el pasado y busca pistas en lo remoto para explicar el presente y aventurar el futuro.

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Esa búsqueda y proyección son memoria frente al espejo y memoria del provenir, que se conjugan en escenarios variados: el país, el paisaje, la historia, la dictadura, la democracia, la crítica literaria, la pintura, la escultura, el cine, las actrices, los autores, el cómic, la telenovela, la moda, las prácticas culturales, los objetos utilitarios. Sus cavilaciones no se quedan en la crónica. Están presentes en su teatro, en sus relatos, en su novela. Cada trabajo despliega la realidad como una baraja en arco. Arco que la lectura recoge y que la escritura vuelve a desplegar con una figura distinta. “Lerner busca destruir sus fantasmas personales y liberar al país de sus espectros”, según Silda Cordoliani.

Así se lee en sus páginas que “la memoria ha sido tomada como ironía y no como grandeza”, que ante la memoria “hemos preferido lo mágico”. O que el país se marea entre el silencio y el estruendo. El silencio como consecuencia de las sucesivas dictaduras. El estruendo como efecto de la bonanza petrolera. Eso no deja espacio para el diálogo. La incapacidad para dialogar explica la historia de Venezuela. Entiende que este país es desmemoria y sordera. ¿No es eso la palabra anulada? ¿La palabra en fuga? ¿No es la escritura lo que la fija? Un país que solo va a encontrar respuestas cuando se encuentre con la palabra, en la palabra.

Elisa por Elisa

Cuando irisa con su sombra colorida las páginas de A muerte lenta en el personaje de la escritora Alma Blatt. Cuando Eugenio Montejo la canta como: “alfabética lluvia que siempre escribe a máquina”, mujer que “se muestra tan tenaz, como si el mundo precisara su ardor para salvarse”. Cuando José Balza describe su discurso como: “la metáfora de lo cotidiano, y ello a la vez, metáfora acerca de generalidades hondas”.Cuando Cortázar en una carta escrita a una tercera persona elogia su monólogo La mujer del periódico en la tarde.  Cuando ella contesta que “en la soledad encuentro mi sala de fiesta para elegir las palabras, que joven abrazas al mundo, que mayor te abrazas a ti misma”.

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Cuando cuenta que las muñecas de trapo que la acompañan se las compró cuando Margo Glanz, autora mexicana con la que comparte pasión por la escritura y por los zapatos, la invitó a un congreso en el D.F. Cuando precisa: “cada vez soy menos personaje, acaso soy una mezcla de metáfora y de ironía”. Cuando desea: “devolver un país, devolverme un país a mí misma con la escritura”. La contemporaneidad de Elisa Lerner es tan rompedora que sus letras son vigencia permanente.

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