El diseño de moda como carrera no le llegó por casualidad a Valentina Amengual. La pasión por la moda, el diseño y la confección se fue labrando en ella desde la infancia. Mientras las demás niñas jugaban a la casita, ella lo hacía con telas. Su pasatiempo predilecto era acompañar a su abuela mientras cosía en su taller. “Ella nos tenía unas cajas a las nietas, éramos 11, llenas de pepitas y retazos de tela. Yo no hacía nada en concreto pero siempre estaba jugando con eso”, recuerda Amengual. Y así comenzó. En el colegio no podía volcar su atención a lo que decían las profesoras porque se distraía a través del dibujo. “Nada muy concreto. Hacía unas muñequitas, les ponía ropa ‘cool’ y ya”. Era una incipiente versión inocente e infantil de lo que se transformaría en su carrera y su gran pasión.
Claro que por un breve instante dudó. “Me gustaba mucho la gastronomía, me gustaba muchísimo cocinar. Entonces estaba en la diatriba de estudiar diseño o gastronomía. Una cosa muy rara porque todo el mundo en mi casa estudió carreras súper serias”, comenta Amengual. Con miedo a la negativa de sus padres, consiguió una pasantía por tres meses en el restaurante Malabar. Pero en aquellas paredes le bastaron apenas tres meses para entender que allí no estaba su verdadera pasión. “La verdad, me encantó. Pero descubrí que no era lo mío. Era demasiado coqueta y demasiado femenina para estar todo el día con un paño en la cabeza”, confiesa entre risas.
Dejando atrás sus sueños y atuendos culinarios, Amengual decidió retomar el diseño. Aplicó para el Instituto de Diseño Ambiental y Moda Brivil donde comenzó a estudiar Diseño de Modas. “¿Y sabes cuando algo es lo tuyo? De verdad caí en lo mío y dije: ‘vamos a echarle pichón’”. Y así fue. A lo largo de sus estudios fue reconocida por sus creaciones, trabajó un tiempo con el diseñador Eduardo Kano y finalizó su carrera con grandes expectativas para el futuro.
La siguiente parada para Valentina era salir del país. Decidida a continuar su formación, llegó a la ciudad de Madrid para realizar un máster en Visual Merchandising y Escaparatismo, el dominio de «la cara» de las tiendas. Terminado el reto, mantenía ansias de crecer. Por eso se inscribió en un segundo máster, esta vez en su gran pasión: diseño de accesorios de moda. “Yo siempre había querido hacer zapatos. En teoría me iba a quedar seis meses en España y terminé quedándome tres años”, cuenta Amengual. Durante ese tiempo ganó un premio que le permitió realizar una producción de zapatos para una empresa española.
Chaquetas en el trópico
Durante su tiempo afuera, Venezuela no la olvidó. El Instituto Brivil le otorgó el premio Dedal de Oro Internacional por sus proyectos en España. “En ese momento justo estaba en Caracas y lo recibí en un desfile aquí. Fue sumamente especial”, recuerda la caraqueña. Pero su vida seguía estando en Madrid. Luego trabajó en la tienda de lujo Agent Provocateur de Londres para “probar un poco de todo”, y encontró lo que sería su primera fuerza de inspiración. “Quería meterme en el mundo del lujo pero sin que fuera un exceso, algo intermedio. Que fuera asequible para ciertas personas. Aunque traigo las telas de afuera, realizo piezas únicas y soy muy minuciosa”, explica.
Pasado algún tiempo, el destino le deparó una nueva carta. Agobiada por las dudas sobre su futuro, un novio y un nuevo impulso le pusieron la mira en el retorno: nos vamos a Caracas. “Después de tantos años, volví. Y me vine porque tenía oportunidad. Me llamaban para que usara mi talento, que no me quedara trabajando en visual. Y así hice”, relata Amengual. Pero estar de nuevo en la capital venezolana no fue sencillo. El estilo del guardarropa europeo del que venía acostumbrada no conjugaban con el trópico y tampoco con lo que ella se había convertido. “Un día, de la nada, pero de la nada en serio, le dije a mi mamá que yo no encontraba chaquetas acá. Siempre he tenido una debilidad por las chaquetas, nunca salgo sin algo para ponerme encima. Y le dije a mi mamá que como no encontraba las chaquetas, las iba a hacer yo misma”, relata. Así nació el concepto de lo que terminaría siendo su marca.
De hacer ropa para sí misma, Valentina Amengual creó un sello bajo su mismo nombre, especializado en chaquetas y kimonos. Aprovechando que tenía telas españolas, de Marruecos, de Francia y de Italia, logró crear su primera colección: Metal Chaos. “Eso fue un verdadero caos metálico. El tema del dinero, ajustar las chaquetas a este clima, todos los cambios. Era un caos. Y bueno, tengo debilidad por los metálicos. Van con todo, de día o de noche”, comenta Amengual. De ahí en adelante, la máquina (de coser) no se detiene. El 28 de noviembre pasado cumplió tres años de haber iniciado su emprendimiento con el cual ya tiene cuatro colecciones: Metal Chaos, Solstice, Kimono Fever, y su más reciente propuesta: Spectrum. En ésta, se atrevió a presentar más que chaquetas, destacando los vestidos y las faldas. “Después de dos años y medio, tenía ganas de sacar otro tipo de ropa. Me decían que no podía todavía sacar otras cosas, que me quedara con las chaquetas. A mí no me importaba lo que decía la gente y decidí sacar mi primera cápsula de ropa”, admite. La prenda cambia pero la esencia no, siempre con piezas únicas, de detalles minuciosos y telas de excelente calidad.
“Me lancé con esto y no puedo estar más feliz”, celebra. Y se nota. Recién logró abrir su propio espacio donde mantiene su taller y pauta encuentros con sus clientes. Desde allí mantiene un constante ir y venir, entre ventas y búsqueda de materiales, y sin perder la sonrisa ni el buen humor. Además, los proyectos y las ideas no se le agotan. “Quiero muchas cosas a la vez, pero el tema de la ropa casual me apasiona mucho. Ropa de diseño pero casual, poder usar de diario. Ropa de diario pero sin perder el diseño”, explica. No rechaza a explorar una línea para caballeros, porque “me piden muchísima ropa de hombre”. Las chaquetas seguirán allí, al igual que los detalles y el esfuerzo que imprime en cada pieza. Son la constante de su trabajo.