Internacional

Mike Pompeo, el secretario de Estado "agresivo e implacable"

Un conservador del ala dura del Partido Republicano sustituye a un multimillonario al frente de la Secretaría de Estado de Estados Unidos. Con su estilo agresivo, Mike Pompeo asume la diplomacia de Donald Trump, ubicando a Venezuela como una amenaza por sus relaciones con Rusia, Chinca y hasta Hezbollah Mike Pompeo, nombrado este martes como secretario de Estado luego de dirigir la CIA durante un año, se ganó la confianza de Donald Trump brindando los informes presidenciales diarios de seguridad nacional y alineándose políticamente con el mandatario.

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Ahora, remplazará a Rex Tillerson al frente del Departamento de Estado y traerá con él la disciplina de un egresado de West Point, la prestigiosa academia militar estadounidense, así como la experiencia política adquirida en cuatro períodos en la Cámara de Representantes del Congreso, donde integró el controvertido Comité de Inteligencia.

Como director de la Agencia Central de Inteligencia, Pompeo cortó camino hacia el círculo más cercano a Trump elogiándolo con frecuencia y dando personalmente muchos de los cruciales informes de inteligencia en el Salón Oval. «Con Mike Pompeo, tenemos una forma de pensar muy similar», dijo Trump el martes 13 de marzo, confirmando que comparten la línea dura respecto a Irán y Corea del Norte, por ejemplo.

Estrella fugaz

Pompeo, de 54 años, realizó una carrera meteórica, apoyada fuertemente en oportunidades políticas que finalmente lo llevaron hacia Trump. Nacido y educado en el sur de California, se graduó con la mayor graduación de su clase en la academia militar de West Point en 1986, especializado en ingeniería. Hizo el servicio militar durante cinco años –nunca en combate– y luego ingresó en la facultad de derecho de Harvard.

Más tarde fundó un empresa de ingeniería en Wichita, Kansas, donde sus apoyos financieros incluyeron a los conservadores hermanos Koch, multimillonarios petroleros y poderosos operadores del Partido Republicano. Los Koch también apoyaron su exitosa campaña para entrar al Congreso en 2010, donde promovió una legislación sobre energía que agradó a los grandes capitales.

Rápidamente pasó a integrar el Comité de Inteligencia de la Cámara de Representantes, que, como organismo de control de la CIA y otras agencias, estaba al tanto de los secretos mejor guardados del país. Pero Pompeo ganó notoriedad en un comité especial que los republicanos formaron para investigar la muerte en 2012 del embajador en Libia y otros tres estadounidenses en Bengasi.

Luego, se convirtió en la voz principal de la campaña republicana contra la rival de Trump, Hillary Clinton, a quien como secretaria de Estado se la acusaba de tener responsabilidad política por los asesinatos. Y al llegar el mandatario a la Casa Blanca, asumió el control de la CIA.

Como director de la CIA, Pompeo igualó el tono de los pronunciamientos de Trump sobre política exterior. «Para ser exitosa la CIA debe ser agresiva, implacable, tenaz», afirmó. Bromeaba con asesinar al líder norcoreano Kim Jong Un, alentando temores de un retorno de la tendencia de la agencia a apoyar asesinatos de dictadores que no gozaban del favor de Washington.

Sobre Venezuela, ha dicho que es una amenaza a tomar muy en serio, debido a las relaciones de la revoluci[on bolivariana con Rusia, China y Hezbollah.

Adiós al discreto

Mike Pompeo sustituye en el cargo a Rex Tillerson, un millonario discreto perdido en la marea del trumpismo. Se trata de un empresario que hizo fortuna en el ramo petrolero, y ahora perdió su puesto de Secretario de Estado sin haber encontrado su lugar en la máquina diplomática estadounidense y tras un año de choques con el presidente Donald Trump.

A fines de 2016 estaba preparando su jubilación después de años de conducir la gigante transnacional ExxonMobil cuando recibió una invitación de Trump para asumir el departamento de Estado, a pesar de carecer de cualquier experiencia diplomática o en la administración pública. Al frente de la petrolera, este texano sexagenario fue responsable por la ampliación de los negocios en Rusia, al punto de conocer personalmente al líder Vladimir Putin, quien llegó a condecorarlo con la Orden rusa de la Amistad.

En abierto contraste con el estilo escenográfico de Trump, Tillerson rápidamente se destacó por mantenerse lejos de la prensa, evitar declaraciones rimbombantes y viajar estrictamente lo necesario. En el gabinete, desarrolló una relación próxima con el secretario de Defensa, Jim Mattis, con quien mantenía contacto regular para discutir estrategias desde el punto diplomático y militar. Esa sociedad informal llegó a ser vista como un elemento de contención racional a la impulsividad de la Casa Blanca.

Tillerson «es un patriota, y piensa honestamente que su papel es permanecer en el Departamento de Estado para controlar al presidente, evitar el caos», dijo un diplomático a fines del año pasado. Sin embargo, Tillerson tuvo que aplicar significativos cortes en el presupuesto del departamento de Estado, y aún un año después de su investidura existen decenas de cargos importantes en la estructura que no han sido nombrados.

Ácido en Twitter

En un escenario marcado por la volatilidad del jefe de la Casa Blanca y las enorme diferencias de estilo, la relación entre Tillerson y Trump muy rápidamente mostró rajaduras que era imposible disfrazar. En octubre del año pasado esa tensión llegó a un punto imposible de mantener después que Trump utilizó la red Twitter para ridiculizar a Tillerson por su insistencia en tener algún canal de diálogo con Corea del Norte. Dos días más tarde, diversos testigos dijeron a la prensa que durante una reunión en el Pentágono, el secretario de Estado se refirió a Trump como «un estúpido».

A partir de ese punto, la salida de escena de Tillerson era considerada apenas una cuestión de tiempo. La gota que colmó el vaso y dejó al descubierto la total desconexión entre ambos llegó la semana pasada, cuando el secretario de Estado se encontraba en una gira por países africanos. Durante una conferencia de prensa en Etiopía, Tillerson dijo que la posibilidad de que Estados Unidos y Corea del Norte establezcan una negociación directa por la política nuclear norcoreana «está aún lejos». Pocas horas más tarde, en Washington, la Casa Blanca confirmó que Trump había aceptado una oferta del líder norcoreano Kim Jong Un para una entrevista, precisamente el escenario que Tillerson había descartado.

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