Música

Onechot y un sueño por componer

La música y la musa le revolotean la cabeza, ganándole espacio a la bala que aún aloja desde que la verdadera “Rotten Town” le mostrara sus dientes roídos. Nacido en Caracas y forjado en Jamaica, las líricas anotaron primero que los balones en la vida de Onechot, quien prepara su cuarto disco

Fotografía: Alejandro Cremades
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Uno suele ver la vida como un camino largo, hecho de una sola pieza, cuando en realidad se va haciendo con capas que se superponen sin que nos demos cuenta. De no ser por eso, la vida sería más sencilla. Pero también más aburrida. Pongamos el caso de Juan David Chacón cuando no sabía que terminaría llamándose Onechot. Desde muy niño sintió pasión por el fútbol. Tanto, que a los cuatro años, y hasta bien avanzado el bachillerato, lo practicaba. No se perdía ningún juego, los sábados, ni más de una práctica, durante la semana.

Incluso llegó a asistir a una práctica del Caracas Fútbol Club. Ocurrió gracias a una reunión que había en su casa, en la cual estaba Guillermo Valentiner, presidente del Caracas Fútbol Club, quien era amigo de Carsten Todtmann, su padrastro. Conversando con el directivo del club, Juan David se quejó de que en nuestro país sólo había espacio “para sexo, drogas y rock ‘n’ roll”, y no había futuro para la práctica profesional del deporte. Valentiner lo escuchó en silencio, tomó el teléfono, hizo una llamada y le dijo a su interlocutor: “Va a ir el lunes a entrenar Juan David Chacón”.

Al otro lado de la línea estaba Chita Sanvicente, el hoy seleccionador de la Vinotinto.

Ese lunes se presentó, tal cual lo acordado, con un amigo. “Nos sacaron la mierda. No tocamos un balón. Fue pura máquina y circuito de trote. De vuelta a mi casa hasta choqué. Fue la primera y única vez. Se me fue la batata con el clutch”.

La primera y única vez que chocaba. Y, por supuesto, que asistía a una práctica profesional.

Ahí estaba la música

Conversamos una tarde de viernes. Habla pausado. Con un timbre de voz más nasal de lo que se aprecia en sus grabaciones. Su apartamento es amplio y silencioso, ideal para quien disfruta pasar horas en su sola compañía. Sentados en el sofá vimos pasar la tarde hablando de esas capas que se superponen una a otras y nos tejen un nuevo camino cuando aún nos creemos en el anterior.

De haber sido futbolista, ya estaría retirado. Entonces no pensaba en eso. Y si no insistió fue porque la música había estado haciendo su camino paralelo, terminando por tomar el testigo. Tiene 38 años, quince de ellos viviendo donde ahora conversamos. En su adolescencia formó, junto a su ex guitarrista Edgard Rodríguez, quien vive en España, un grupo llamado Catalepsia. Ese grupo venía de Caos, una bandita que formó en quinto grado con Rodríguez y Douglas Valera. “Éramos tres panitas que se sentían músicos, pero nadie tocaba nada. Bueno, Edgard empezó a tocar guitarra y Douglas tocaba tambor en el conjunto de gaita, pero en realidad no tocábamos nada. Yo lo que hacía era cantar”, rememora.

Estando en bachillerato, en el Ceapucv, fueron a Miami “y nos compramos unos Marshall. Ya yo estaba tocando guitarra y nos armamos hasta los dientes”. En esa época recibía clases de guitarra con Iván Cardozo, y luego comenzaría Teoría y Solfeo con Gerry Weil. “Estuve recibiendo clases por diez años, hasta que Gerry me dijo: ‘Ya olvídate de esto. La música se siente y tú la sientes. Comienza tu camino y no pienses en música porque si no la vas a perder’. Yo creo que es el mejor aprendizaje que un maestro te puede dar”, comenta.

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Catalepsia estaba conformada por bajo, dos guitarras y batería. No había cantante. “Ahí empezamos a probar con cantantes pero, o eran muy irresponsables o nunca llegaban, entonces en una fiesta me vi forzado a cantar yo. Y un amigo me dijo: Chamo, canta tú, lo haces de pinga”.

Parecía comenzar su carrera como cantante y guitarrista de power metal.

La tierra prometida

Luna, su madre, está pendiente de que todo esté en orden. Es una madre cuidadora, como ella misma se define. Ofrece de tomar, muestra discos, acota datos. Habla de su único hijo con mucho orgullo. El calor de la tarde apretó otro poco. Ella advierte que va a abrir uno de los ventanales del balcón. Onechot se ausenta brevemente y vuelve con su raqueta para matar mosquitos.

Luis Enrique Sánchez (Pulga), amigo de Edgard y Juancho, había trabado amistad con los miembros de la banda jamaiquina Mystic Revealers durante una visita que hicieron al país en 1994. Recordaron ese contacto ese día de 1996 que decidieron conocer Jamaica y, desde el hotel, llamaron a uno de los miembros del grupo jamaiquino. “¿Dónde están? ¿Quieren irse de gira con nosotros?”, fueron las preguntas con las que lo recibió. En efecto, los pasaron buscando y se los llevaron a una gira de tres días. Durante esa aventura alguien los enseñó a tocar skankin, la técnica de la guitarra para reggae. Mento, ska, dub, ganya, reggae, rasta. Tres intensos días que les abrieron un universo desconocido.

“Eso fue ‘La Experiencia’. A mí me cambió la vida totalmente”, rememora.

De vuelta de Jamaica nació Spanish Town, un nombre efímero que un día se les antojó poco serio, pero que serviría para dar paso a Negus Nagast Yelijosh (hijo del Rey de reyes), una banda de tributo al reggae que conformaron junto a Pulga, quien ahora vive en Miami, y otros músicos. “Con esa banda pateamos mundo por primera vez en la vida y di mi primer show profesional”, señala Onechot.

Una noche, luego de varios años tocando con Negus Nagast, durante la época del paro, armó con varios músicos una banda para tocar en un jam session que hubo en La Belle Epoque. Lo motivaba una secreta necesidad de cantar en español. Tenían que ponerle nombre. La inscribieron como Papashanty (El papá de la paz).

Esa banda, que arrancó conformada por Onechot, Paparazzi, Bosta’s Brain y Luis Quintero, en las voces, Danel Sarmiento (Desorden público) en la batería, Magú (KP 9000) en la guitarra y Germán Álvarez (argentino tecladista de Todos tus Muertos y Lumumba), aunque nacería espontáneamente, resultó una de las más célebres agrupaciones de reggae en Venezuela, con la cual viajaron fuera del país y cuyo primer disco vendería la nada despreciable cifra de quince mil copias.

Al regreso del viaje donde fueron a grabar el segundo disco, algo se rompió en el ambiente del grupo, como si no se hubieran podido recuperar de un jet lag emocional. “Volvimos de grabar y, como empezó se acabó. Repentinamente”. Ese segundo disco nunca salió.

Desde su primer viaje a Jamaica dejó de comer carne y abrazó la cultura rasta. En Jamaica fue bautizado como Onechot, ya que uno de los amigos de allá le costaba eso de “Juancho”. En Jamaica, mientras entrevistaba a Bunny Wailer, éste le obsequió involuntariamente unas palabras que apenas escuchó supo que utilizaría en alguna pieza: “Right is right and wrong is wrong, truth is truth and lies are lies…”. En Jamaica, para explicarle la situación de Venezuela a un amigo, compuso “Rotten Town”. En Jamaica, donde vuelve cada año, tiene hermanos del corazón, con los que se comunica en broken english (Patuá). En Jamaica nació Onechot.

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De vuelta a Rotten Town

Fidel Nadal le dijo en una ocasión: “Las bandas pasan y uno queda”. Siguiendo ese consejo, desde 2002 estuvo alimentando un proyecto personal, acumulando grabaciones hasta que, en 2008, cuando los miembros de Papashanty dejaron de reunirse, se dedicó a trabajar en 1st Shot, su primer disco solista, donde reunió piezas que había grabado con Boomer, Fidel Nadal, Mikel Rose y otros músicos, junto a otras en solitario.

Ese disco incluye la polémica “Rotten Town”, que contó con un video de lujo de la mano de Hernán Jabes, quien vislumbró los ríos que se deben atravesar para llegar a Babylon, como los ríos de sangre que estamos atravesando para superar nuestro propio Rotten town. La demoledora realidad mostrada en la pieza no pasó desapercibida por el gobierno que, a través de uno de sus voceros, se encargó de hacerle promoción, descalificándola.

¿Es cierto que entonces vivías en España?

Jamás he vivido en España. Yo no sé de dónde sacaron eso.

Esa pieza está llamada a convertirse en un clásico. Recientemente Okills la grabó, pero Onechot la ha tocado con ellos, con Cultura Profética, con Desorden Público, con Gaélica, “con quienes la quiero hacer bien, quizás para este disco. Y quizá cantarla en español”, además de que formó parte inevitable del repertorio de los conciertos que se hicieron en su nombre, luego de la fatídica madrugada en que Onechot, haciendo los preparativos para iniciar una gira de medios por el interior del país, se dirigió a la casa de su jefe de prensa a retirar el material promocional.

Lo más complicado de la vida no es que se monte por capas. Es que, como reza la cláusula comercial, lo hace “sin aviso y sin protesto”.

Cuando toca ni que te quites

Ha tocado en Inglaterra, España, Estados Unidos, Argentina y Colombia, y ha sacado dos discos más: Ruff y Natural, mientras prepara Social, su cuarto trabajo. “Pero no lo voy a sacar todo junto, como antes. Voy a ir sacando un single con video por vez. Cuando tenga quince sacaré el disco”.

La madrugada del 28 de febrero de 2012 unos delincuentes intentaron atracar al conductor de una camioneta que se desplazaba por una calle de Bello Monte. El conductor se puso nervioso, intentó acelerar y uno de los tipos disparó. La bala le dio en la cabeza y el carro, que siguió rodando, se estrelló contra un objeto fijo. El ruido hizo asomarse a Rosie, su productora de campo, quien lo esperaba para entregarle el material.

El oportuno pedido de auxilio de ella salvó la vida al músico.

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Eso es lo que se sabe del caso. Y es lo que él repite, lo que le contaron. Para él, la historia comienza en su camioneta y, como una cinta mal editada, continúa despertando y preguntando qué pasó con sus dreadlocks.

¿Tú no recuerdas nada de lo que pasó?, le preguntaron.

¿Me pasó algo?, repreguntó con desconcierto.

“No recuerdo nada. Ni el choque. El cerebro es bastante condescendiente con lo que no se tiene que acordar”, asegura, agregando que no sabe cuánto tiempo pasó en la clínica. “Yo digo que un mes, pero quizá fue menos. Me pusieron Propofol. Estuve un mes sedado. Sin consciencia”, señala.

A pesar de la gravedad del asunto, la recuperación fue rápida. “Todo me duró una semana. Una semana en silla de rueda. Una semana en muleta. Una semana en bastón. Y ya al mes estaba caminando y trotando por ahí. Tengo todavía la bala adentro, fragmentada. Le hacemos seguimiento médico anualmente. Y todo está perfect”, resume.

La vida vuelve a ser la vida

Onechot conversa arrellanado en el sofá. Luce cómodo. Ahí y en la vida. No parece apurado por hacer familia. Sus padres siguen siendo figuras estelares. A su madre le compuso “Luna eres un sol” y, de su padre, el poeta Alfredo Chacón, por quien muestra gran admiración, dice que “yo nunca me he peleado con él, nunca me ha alzado la voz en mi vida. Conozco muy poca gente que puede decir eso”, asevera. Por parte de su papá tiene dos hermanas mayores, Carla y Claudia, a las cuales conoció casi entrando a la adolescencia, pero con las que tiene excelentes relaciones.

De niño coleccionaba peces. Llegó a tener más de veinte peceras por toda la casa. Con el tiempo sólo quedó una, en su cuarto, con un goldfish, que aún mantiene, pese a sus tantas mudanzas. De vez en cuando agarra el piano y se pone a tocar. “Me sé varios nocturnos de Chopin”, comenta. El asunto le viene de su formación musical con Gerry Weil. “Escucho de todo. No tanto reggae, porque me lleno de influencias. Más electrónica. Y mucho hip-hop. Me gustan Benjamin Vaughn, cantante de Midnite, así como Lee Perry y Mike Patton, cantante de Faith No More, que pueden ser tres de los ídolos vivos que tengo”, comenta.

Trato de ver su vida como esas capas que se superponen y me pregunto qué se sentirá estar ahí sentado, teniendo fragmentos de una bala en la cabeza. Guardamos silencio un rato. Al cabo, quise saber qué había cambiando en su vida después de recuperarla milagrosamente.

“Ya no bebo ni fumo. Creo más en la naturaleza. Me vivo todos los días como si fuera el último. Canto más afinado. Y algo muy raro que me está pasando últimamente: sueño lo que voy a componer. Me despierto, agarro el celular y lo anoto”.

¿En serio?, le pregunto.

Sí, me dice lacónicamente mientras mueve la raqueta como si jugara tenis en cámara lenta con una pelota imaginaria, hasta que suena un chasquido.

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