Esta semana la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) presentó la hoja de ruta para la salida gubernamental del presidente Nicolás Maduro. Es un compromiso para el cambio. Presentan en conjunto la exigencia de la renuncia del señor Maduro mediante una movilización popular nacional; la aprobación de una enmienda constitucional, que reduzca el mandato presidencial a cuatro años, y se convoque a elecciones en 2016; así como el inicio del proceso para el referendo revocatorio mediante la aprobación de la Ley de Referendos por parte de la Asamblea Nacional (AN).
Si bien es un documento difuso y no establece tiempos concretos, por lo menos es un primer paso hacia la salida de una pesadilla que ha durado 17 años. El abandono de la decencia en las altas esferas gubernamentales y la exaltación de soberbios antivalores, como el divisionismo, la agresión, la deshonestidad y el odio, han convertido al venezolano en un cómplice de la miseria moral y en un excluido de su propio progreso como ciudadano.
No es para menos. Ha sido excesiva la ansiedad de no saber si llegará la luz, el medicamento, el sueldo o el hijo a casa. Son miles los fallecidos, las colas, los presos políticos, los enfermos y los pobres cercanos a todos. Venezuela se hunde mientras un incompetente continúa rodeándose de violinistas que tocan loas a un país que no existe sin escuchar al fondo el canto de las sirenas. “Venezuela es un país potencia”, escupe el hombre en cada cadena como si diciéndolo mil veces de repente se convierte en verdad. Táctica que no sorprendería. A fin de cuentas, su canciller por lluvia reza.
Venezuela no es un país potencia. Una nación que ocupa los últimos lugares en todos los índices mundiales de libertad económica, seguridad y estado de Derecho no es potente sino impotente. Un territorio donde cada 18 minutos muere un ciudadano a manos del hampa y Caracas sobresale por ser la capital más violenta del mundo. Un país donde la gente saquea camiones accidentados, se colea, echa tiros al aire y olvidó la funcionalidad de un rayado peatonal no es una tierra de todos sino una tierra de nadie.
La salida de Nicolás Maduro es necesaria. No para volver a la Venezuela de antes sino para descongelar el camino hacia la Venezuela posible. Nadie quiere ni la cuarta ni la quinta república sino la que mejores posibilidades de desarrollo pacífico le dé a sus ciudadanos. Por ello, a la par de un nuevo líder, Venezuela necesita explosiones urgentes de valores y de ciudadanos que dinamiten los horrores sufridos por la negación de masacres, el maquillaje de cifras, el control del dinero, la falta de producción nacional y el vilipendio al talento.
Es innegable que 17 años de desgobierno han dragado con experticia en todos los ciudadanos tremendos canales de conformismo, apatía e indefensión. Estos deben ser atacados con el mismo vigor que el solo cambio de un Presidente por otro. La hoja de ruta para un cambio gubernamental presentado por la MUD es solo el primer paso hacia la Venezuela posible. Solo esperamos que los antivalores de esta revolución no hayan permeado lo suficiente en nuestras mentes como para no creer que nosotros, también, debemos cambiar.