Opinión

Opositor, no tienes derecho a nada. No existes

Chávez y sus cómplices trabajaron siempre la descalificación de su contrario. Hacerlo insignificante e invisible fue propósito y norte. Negarle sus derechos políticos, decretar su inexistencia. Ya no hay disimulo: si el adversario siempre fue enemigo, ahora el enemigo es un insecto que debe destruirse cuanto antes

Fotografía: Andrea Hernández
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El envío internacional de medicinas y comida a Venezuela ha devenido negocio grande, además, naturalmente, de una encomiable práctica de solidaridad. Escriba usted en Google una frase alusiva al transporte de mercancías hacia nuestro país y le saldrá una ristra de compañías que han encontrado en la tragedia venezolana oportunidad para prestar un servicio sin el cual, por cierto, muchos venezolanos, hipertensos, diabéticos, enfermos de cáncer… estarían muertos.

Topé con tal proliferación al buscar datos sobre las recientes prohibiciones que el régimen de Nicolás Maduro ha impuesto sobre las encomiendas que para muchas familias constituyen el principal —o único— origen de su consumo alimenticio. Ahí estaba la lista. “Normas de envío, prohibiciones y restricciones estándar a considerar en el momento de realizar envíos Express a Venezuela”, se llama. Muy comprensiblemente, está prohibido enviar por esa vía: Material peligroso o combustible —de acuerdo con los reglamentos de la IATA—, pornografía y objetos falsificados que burlan el derecho de autor. Pero cómo se justifica que los venezolanos residenciados en España, Estados Unidos, Colombia o Chile, donde hay tantos compatriotas empujados por el empobrecimiento y la falta de libertades causadas por el chavismo, no puedan enviar a sus familias kits de primeros auxilios, gotas para ojos, batas quirúrgicas, gasas / esparadrapos médicos o antiácidos.

Los empleados de varias de esas empresas nos lo explicaron por teléfono. El Gobierno lo ha prohibido porque podrían ser usados para atender a los heridos en las protestas. Así. Con toda sencillez. Los manifestantes y los familiares de los emigrados no tienen derecho a nada. No pueden ser atendidos en clínicas ni hospitales, ni siquiera si ellos llevan los insumos, muy escasos en el país, desde luego.

Es el extremo —que aún puede profundizarse— de una política que empezó con Chávez antes, incluso, de llegar a la Presidencia. Ya en la campaña electoral, el golpista del 92 ofreció “freír la cabeza” del adversario si el electorado lo favorecía con su voto. No calcularon, quienes premiaron el talante ya entonces visiblemente grosero y antidemocrático, que el rival de un autócrata va cambiando según sus caprichos, impulsos y sucesivas ansias de dominio. Poco después de instalado en Miraflores decidió que quienes se le oponían eran “escuálidos”, esto es, algo de poca monta, insignificante, lo que nunca fue correcto. Era una manera de hacer invisible al otro, de negarle derechos políticos, de decretar su inexistencia.

Todo fue a más. Y ahora, cuando el chavismo no tiene ningún interés en conservar el barniz democrático que les sirvió de coartada a sus cómplices para hacer negocios y saquear a Venezuela, solo queda el terror descarnado, el que estuvo desde el origen. Pero como ya no habrá elecciones para ellos, ya no hay disimulo: si el adversario siempre fue enemigo, ahora el enemigo es un insecto que debe destruirse cuanto antes. Un gusano, como diría Fidel Castro.

Por eso, nosotros no tenemos patria. Somos “apátridas”, como Chávez nos condenó y sus cómplices repiten —y demuestran, cuando nos arrebatan los pasaportes, graban nuestras comunicaciones y exigen nuestros datos. No podemos convocar elecciones regionales, de rectores o referéndums revocatorios, todos previstos en las leyes, que no son para nosotros. No podemos ir al piso 4 del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) a adherir un documento contemplado por la Constitución. Nuestro voto vale menos y nuestros diputados no tienen reconocimiento, inmunidad parlamentaria, salarios ni papel sanitario en los baños del hemiciclo. Nuestros hijos y alumnos, que protestan en las calles, no tienen derecho a hacerlo: son terroristas y pueden ser perseguidos, apresados, torturados, violados, heridos y asesinados. Pero cuando se los llevan muertos a sus madres, estas, desesperadas de dolor, no pueden contar con una mínima justicia. Ni siquiera pueden llorarlos, porque serán objeto de burla, tal como vimos en la cuenta de Twitter de Venezolana de Televisión (VTV), donde se reían del desgarramiento de la madre de Neomar Lander; la hermana de este joven, abatido por la precesión, es tildada de “tierrúa”, sin importar que se trate de una menor. Nada cuenta. Nada los frena.

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Nuestras casas no son recintos sagrados. Nuestras propiedades no tienen por qué ser respetadas. Los esbirros y su enjambre de paramilitares pueden violar nuestros hogares cuando les dé la gana; y si nuestros perros les ladran, pueden darles un tiro. Y cuando esto ocurre, la exesposa de Chávez, Marisabel Rodríguez, puede burlarse de nuestro horror y de nuestra pena. Porque si nosotros no somos nada, nuestras mascotas son un churrete en el piso. El régimen de maltratadores puede hacernos blanco de su bullying, de su maltrato, en todos los niveles posibles, en todos los grados e intensidades.

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Esta es una realidad que ha ido en incremento. Pero no es nueva. Está en el germen del chavismo. Chávez era un maltratador y usaba los medios de comunicación del Estado para dar rienda suelta a esta aberrante característica. Muchos lo percibían como una gracia: los fanáticos. No pensaban que un día ese látigo podría batirse contra sus espaldas. Por eso creo que es genuina la perplejidad de la fiscal Luisa Ortega Díaz cuando clame ante la prensa que el Sebin la amenaza a ella y a su familia. ¡Muchos de nosotros, millones de venezolanos, hemos vivido bajo la amenaza del chavismo desde el primer día! Pero ella estaba ciega por el fanatismo. Ahí están las miles de denuncias que muchos hicimos en el Ministerio Público, en su casa, pues. Hablo en primera persona para enfatizar el hecho de que me consta que esos reclamos existen y que han sido profusos y constantes.

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“Hago responsable al Ejecutivo de lo que le pueda pasar a mi familia”, dijo la fiscal. Bueno, es exactamente lo mismo que gritan las madres de tantos fallecidos por el hampa común y el hampa uniformada.

“Una institución se gana el respeto dando respuesta, no negando los pedimentos”, dijo también. En algún momento comprenderá lo que su desmedido fervor socialista le impidió ver: Chávez no es que negaba los pedimentos, es que descartaba la mera existencia de los pedimentarios —perdónenme el disparate.

Ortega Díaz añade, como sorprendida, que todas sus iniciativas han “sido desechadas, inadmitidas, desconocidas o negadas, sin que se produjera un pronunciamiento de fondo”.

Por eso mismo murió Franklin Brito. Por ese muro de indiferencia frente al otro hay en las cárceles centenares de presos políticos. Con eso toparon los miles de expropiados, confiscados, secuestrados, despedidos de sus trabajos…

Ojalá encontramos en esto una lección que nos blinde frente a la tentación de cegarnos a la existencia y las razones de los demás. Abrir los ojos ante la circunstancia de la fiscal puede ser un buen entrenamiento.

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