Varias veces me han preguntado «¿qué es mejor, la bolsa o la caja CLAP?». Aunque no terminaba por entender la razón de la pregunta, contestaba «la bolsa» sin pensarlo mucho. Para mí, la respuesta era más que obvia. Pero la verdad es que ahora no sabría muy bien qué decir. ¿Encogerse de hombros cuenta?
Cuando empezamos a recibir la bolsa CLAP, hace más de un año, esa era la mejor opción o al menos yo lo veía así. Venía de todo, y más de un tipo de producto. Recuerdo que mi tía, que ella sí recibía la caja, se quejaba de que le daban alimentos que no eran muy buenos, entre esos las dichosas harinas mexicanas que las entregaban para que la gente hiciera arepas con eso. En mi casa le dimos la oportunidad una sola vez y definitivamente no era lo mismo. Arepas con olor a taco no cuadra.
De un tiempo para acá las bolsas CLAP vienen cada vez más chimbas y con marcas rarísimas, eso sin contar los productos que ya ni llegan porque o dejaron de mandarlas o alguien más las revende por ahí, o quién sabe. En cambio, las cajas están cada vez más resueltas. Que nada más vengan tres o cuatro latas de atún, para mí es más que suficiente. Y a mi mamá, que es fan del aceite, le da un infarto cada vez que le llega la caja CLAP a mi tía con dos litros. Salsa de tomate, mayonesa, granos, leche, azúcar, harina de trigo. A nosotros en la bolsa nos matan con cinco harinas y pasta chimba.
Desde que empezaron a entregarlas, siempre he pensado que los niveles sociales se medían con bolsas o cajas CLAP. Si vivías en el este o en el centro de Caracas, recibías caja. El resto, bolsas.
Ahora que la diferencia entre sectores es más marcada, la idea en mi cabeza es más fuerte. Ya no hay clases sociales, hay cajas o bolsas. El detalle es que, al final del día, todos somos pobres.