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Funcionarios públicos, hartos del chavismo

No hay quien no se alebreste, queje y subleva en los organismos públicos del Estado. En ministerios lo mismo que en gobernaciones y alcaldías el clamor bulle en susurros: el repudio de las decisiones de Maduro y su gabinete. Muchos hablan de que el Ejecutivo destruyó la herencia de Chávez y otros simplemente pierden la fe del cambio mientras hacen cola por pollo o pan

Fotografía: News Report
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 Cada mañana, desde bien temprano, inician las labores. Dar los buenos días en la puerta donde se ven algunas caras largas, tanto del pueblo como de compañeros de trabajo, es lo primero que los recibe. Marcar la llegada y tomar asiento detrás del escritorio dan el inicio formal de la jornada laboral en la institución del estado —también ministerios de poderes populares— donde se escuchan como susurros los quejidos de un conglomerado de empleados que solo piensa en una cosa: qué se podrá comprar hoy en los abastos de zona.

El amor por el legado de Chávez y las ganas de defender la revolución han sido sustituidos por la necesidad de conseguir pollo, harina de maíz, papel tualé, pasta, arroz, mantequilla o cualquier insumo para llevar a casa. Han sido desplazados por las ganas de salir a hacer cualquier cola que les permita comprar a precio regulado alimentos para la familia.

“¿Qué habrá en los chinos? ¿Qué venden hoy en el mercado de la esquina? ¿Cuál es el terminal de cédula que toca?”, son las preguntas obligadas en la jornada laboral que inicia las 8:00 de la mañana y que ahora, por el ahorro energético, termina al mediodía. Recorte de horas que ha venido a aliviar un poquito la inconformidad que se respira en el aire de esta Alcaldía chavista-socialista del estado Carabobo, donde sus trabajadores sienten que la situación del país ya no da para más, donde expresan bajito, muy bajito que trabajar ya no vale la pena “porque la plata no alcanza para nada”.

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Mariangel Pérez, es licenciada en relaciones públicas, tiene cargo de jefa en una dirección y su sueldo no llega a los 20 mil bolívares. Es amable con todo el que acude a ella. Labora en la Alcaldía desde hace varios años y por primera vez en mucho tiempo le cuesta animar eventos en los que tiene que exaltar las bondades de esta revolución, no porque no sea lo suficientemente profesional para lograrlo, sino porque el pueblo mismo ya no responde como lo hacía antes. Cumple con sus funciones con las uñas y aleja de su mente los quejidos de sus dos hijos pequeños por quien a diario se preocupa por alimentar. Su dinero ni el de su esposo alcanzan para sostener la unidad familiar. “Estoy preocupada. Trato de mantener la calma y pensar en positivo, pero ya ni eso puedo. Tengo miedo de que mi marido se enferme y ya no soporto el hecho de escuchar a mi hijo menor cuando pide tetero y no tengo leche para darle. Quisiera saber cuándo va a acabar esto, porque ya no aguantamos más”, relató angustiada en la oficina donde las paredes tienen oídos.

“Yo no estoy de acuerdo con que entreguen cestaticket”, fue el comentario que hicieron varios en el comedor cuando se enteraron de que la Alcaldía entregaría a personas de escasos recursos tarjetas de alimentación abonadas con 14 mil 400 bolívares mensuales, para realizar compras de alimentos y medicinas. Mercedes Colmenares, personal de mantenimiento, rechaza que ni siquiera el bono de alimentación de la Alcaldía alcance esa suma cuando se mata trabajando día a día por la revolución. “Siguen creando vagos, siguen creando parásitos. ¿Para qué trabajar si por ser pobre me van a dar dinero?”, fue el comentario que hizo mientras leía en la prensa.

A pesar de la queja, toca aplaudir en el acto público de entrega de tarjetas, sonreír y gritar la consigna al cierre del mismo, ya que no mostrar gestos de apoyo podría ser informado a cualquier superior como una insubordinación, y el trabajador podría hasta ser despedido por quejarse de la revolución bonita. Detrás de las camisas rojas y de las gorras de “los ojitos” hay personas que no soportan más la situación económica, que dejaron de creer en el Gobierno Nacional. La rabia se siente en cada departamento, sin importar el cargo, ni el nivel de instrucción. La falta de comida y las fallas en servicios públicos, como agua y luz, han convertido a los trabajadores públicos en personas que están resentidas con Nicolás Maduro y por la destrucción de lo que supuestamente dejó como legado Hugo Chávez.

Poco creen en los planes que anuncia el Ejecutivo Nacional. No creen en bolsas de comida y apuestan al fracaso de los proyectos que ni siquiera han nacido —la evidencia indica que poco dura en pie cualquier cosa que se plantean.

Cuando ingresan a portales web y leen noticias como “Maduro admitió corrupción en el sistema de distribución urgente de medicinas, publicada el 4 de abril por Runrunes, apenas poco más de un mes después de haberse activado el programa gubernamental, lo comentan con aquellos que son de “confianza”, se indignan, leen rápido y cierran la página, ya que si alguien equivocado los ve leyendo podrían meterse en problemas. Estos trabajadores cansados no solo se ocultan de las miradas de aquellos chavistas que aún no confían en el fantasioso proyecto, sino también de los jefes de círculos de lucha y miembros de consejos comunales que entran y salen de la sede utilizando los recursos del ayuntamiento hasta para festejos personales, como si figuraran en la nómina como uno más.

 Permiso porque llegó la harina

Si algo ha hecho la crisis alimentaria que atraviesa el país es convertir a los jefes de direcciones en personas flexibles con los horarios. Y es que, cuando llega harina, arroz, pasta, pollo o cualquier otro producto de la cesta básica a cualquiera de los abastos de la zona, el permiso es obligado para que el empleado público salga unos minutos a ver si logra comprar algo.

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Usar el carnet de la institución, si es que tienen, o portar la camisa —con el pecho inflado— que los identifica como funcionario público son algunas de las tretas que empuñan trabajadores para eludir los golpes y jalones de pelo y otros coleados en las inmensas colas de día a día.

Cuando el horario de ahorro energético se implementó, a una directora le pareció apropiado decir que el recorte de horas les iba a permitir hacer colas en las tardes para poder llevar comida a sus hogares. Aunque muchos le dieron la razón, cuando esta se dio media vuelta la indignación se dibujó en sus rostros.

 Aumento de sueldo, ¿para qué?

El anuncio del incremento de sueldos para empleados públicos, hecho por el vicepresidente de la República Aristóbulo Istúriz, parecía ser un analgésico al mar de quejas que se agita en las instituciones del Estado. Unos cuantos bolívares más en la cuenta, que servirían principalmente para comprar comida, cambiarían el humor de muchos dentro de esta Alcaldía de Carabobo. Sin embargo, la ilusión no pasó de ser eso: una ilusión; y el anuncio se quedó en eso, en otro más, baladí, insignificante, embaucador. Sobre todo, cuando se corrió la voz de que “no hay presupuesto” para aplicar “semejante” sueldo.

Una vez más la revolución les falló, y se vieron caras largas, inclusive en aquellos que aún creen de corazón en el legado de Chávez. Y es que hay que admitirlo, pese al evidente descontento, aún quedan muchos que dan el alma por la revolución —aunque la entelequia les falle. Hay quienes piensan con gloria y entusiasmo en Chávez y en lo que construyó, pero rechazan contundentemente el accionar de Maduro.

Esta situación tiene al sindicato “a punto de caramelo”, pues aunque se homologó el aumento del sueldo mínimo, que fue anunciado en febrero, del incremento en línea que se hace detrás de este, no se ha sabido nada. “No pagan ni una cosa, ni la otra. Con este accionar solo le quitan a uno las ganas de trabajar”, fue otro comentario que se dejó colar en la hora de almuerzo por un señor del departamento de hacienda.

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Mientras todos esperan que el sindicato encienda la mecha y luche por los derechos de los trabajadores descontentos, los directores fingen demencia y siguen exigiendo a los empleados que den lo mejor de sí mismos. La nómina sigue asistiendo y cumpliendo cabalmente con sus funciones e incluso con sus horarios “mochos” —en una institución pública no hay inamovilidad laboral que los ampare.

Aplauden y asienten como focas, los desatinos y la toma de decisiones de ministros, dirigentes, parlamentarios. ¿Por qué?  “Yo cuido mi trabajo, cuido mi quincena”, musitan por debajo de las mesas.

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