Espectáculos

Cuatro divas emblemas del exilio y símbolos de libertad

Los ojos del mundo están sobre Cuba, escenario de inéditas y encendidas protestas ciudadanas. El momento es oportuno para recordar a dos de las luchadoras más emblemáticas del exilio cubano, Celia Cruz y Olga Guillot, dos cantantes que compartieron su arte con su activismo por ver libre a la isla. Otras dos mujeres en otras latitudes hicieron lo mismo: Melina Mercouri en la Grecia de la “Dictadura de los coroneles” y Miriam Makeba en la Suráfrica del apartheid. He aquí sus historias

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Fotos: Archivo de Aquilino José Mata

Cuba sigue viviendo uno de los momentos más trascendentales de su historia en más de seis décadas. Hace doce días cientos de cubanos tomaron las calles a lo largo y ancho de la isla, para protestar a voz en cuello por la mala gestión de la pandemia y para denunciar que el gobierno de Miguel Díaz-Canel había aprovechado la crisis sanitaria para subir los precios de los productos básicos.

La situación sigue siendo muy convulsa y la comunidad internacional observa con intriga y preocupación los actos encendidas protestas a lo largo y ancho de la de represión e intimidación del régimen comunista contra sus adversarios.

La situación es oportuna para recordar a dos de las figuras más emblemáticas del exilio, Celia Cruz y Olga Guillot, legendarias cantantes que murieron sin haber cumplido su sueño de regresar a la isla por la que nunca dejaron de luchar por verla libre de la tiranía.

Ambas propician también la evocación de otras dos artistas formidables que compartieron su arte con el activismo contra las tiranías de su respectivos países: Melina Mercouri, en Grecia, y Miriam Makeba, en la Suráfrica del apartheid. Estas son sus historias:

Celia Cruz: “Si quiere, que venga él”

En 1959 Celia Cruz era ya muy popular en Cuba como vocalista de la Sonora Matancera, cuando cantando en la fiesta de un poderoso empresario, arribó Fidel Castro, que unos meses antes había llegado al poder. Contaba la cantante que la “mandó a traer” para conocerla, pues el líder revolucionario aseguraba haber cantado Burundanga cada vez que limpiaba su fusil escondido en la Sierra Maestra. Ella dijo: “A mí me contrataron para estar paradita junto al piano. Si quiere, que venga él”.

Celia Cruz en la época en que decidió abandonar Cuba

No fue. Subordinados la buscaron insistentes en otras ocasiones para cantar en actividades políticas. Ella jamás aceptó.

Pocos meses después, el comandante fue el sorpresivo invitado especial a un espectáculo del Teatro Blanquita de La Habana. Al saber que Celia estaba en el cartel solicitó al empresario que la artista le interpretara Burundanga. Ella instruyó a todos los músicos para decir que no traían la partitura y que no se la sabían de memoria.

El empresario pidió además a todos los artistas que después del show bajaran del escenario para saludar a Fidel. Celia se salió por la parte de atrás. El empresario la abordó para decirle que su acción la dejaba sin salario. Ella se quedó sin paga y Castro sin Burundanga.

Pase de factura fidelista

De eso de pelear por lo que ella quisiera hacer en la vida, la había enseñado su madre, a la que llamaba Ollita y a quien meses después le diagnosticaron un cáncer. El padre tenía a Celia estudiando para maestra y no quería que se dedicara a cantar, pero estaba muy enfermo y moriría. Para auxiliar a Ollita en su enfermedad se necesitaba el dinero y salieron dos buenos contratos por un mes en México: uno en el Terraza Casino y otro en el Teatro Lírico.

El 15 de julio de 1960 subió al avión con la Sonora Matancera. Los contratos se fueron extendiendo. Entonces el gobierno castrista dictó como orden inmediata que todo aquel cubano que quisiera conservar su ciudadanía, tendría que volver a más tardar en octubre. Navegando entre el éxito musical y la decisión de no someterse, Celia desacató y Fidel acusó recibo por lo que consideraba otro desaire.

Cuando en abril de 1962 murió Ollita, Celia Cruz estaba en Nueva York. Hizo trámites de inmediato para acudir al sepelio de su madre y Fidel Castro no se lo permitió. Ella juró no volver en tanto Fidel existiera, sin imaginar que viviría hasta 2016, trece años más que Celia.

Cuba nunca dejó de estar en el corazón de Celia

Un recuerdo de Guantánamo

En 1990 es invitada por el congreso de Estados Unidos para cantarle a cubanos exiliados en la Base Naval de Guantánamo, en el extremo sureste de Cuba, territorio militar de 117 kilómetros cuadrados ocupado por Estados Unidos desde 1903, producto de un tratado cubano-estadounidense.

En algún momento del viaje, el fotógrafo del Miami Herald, Carlos Manuel Guerrero, la capta agachada, metiendo la mano debajo de la reja que divide los dos territorios. Estaba tomando un puño de tierra del otro lado para colocarla en un vaso. “Para que lo pongan en mi ataúd”. Y así sucedió.

México, el país desde donde reiniciaría una muy exitosa y destacada carrera fuera de su isla natal, marcaría también el final de sus días. Allí, en noviembre de 2002, ofrecía un concierto en el Hipódromo de las Américas, cuando de repente ya no pudo hablar. Era un tumor cerebral, que se la llevó ocho meses después, en julio del 2003.

En la memoria de muchos han quedado las impresionantes imágenes del funeral de Celia Cruz, primero en Miami y luego en Nueva York, dentro de aquella hermosa carroza, tirada por dos caballos blancos, que circuló entre decenas de miles de admiradores hasta la Catedral de San Patricio.

No se había muerto una famosa. Ahí se puso en evidencia que la reina de la salsa, la guarachera del mundo, era mucho más que eso, pues se trataba de un símbolo, el del dolor del exilio y la rabia del destierro. Entonces su risa eterna cobró sentido cuando tuvo entre sus manos, dentro del ataúd, un tesoro muy preciado: el puñado de tierra cubana que trece años antes había tomado en su visita a la base naval de Guantánamo.

La reina de la salsa fue enterrada con un puñado de tierra de Guantánamo en sus manos

Olga Guillot, anticastrista intransigente

La otra gran exponente del exilio cubano es Olga Guillot. La máxima leyenda del bolero, como Celia Cruz lo fue de la salsa, murió de un infarto cardíaco el 12 de julio de 2010 en Miami, a los 87 años, también sin volver a la Cuba que dejó al poco tiempo de triunfar la revolución.

En 1961, dos años después de la llegada del comunismo, la cantante abandonó su país, rumbo a Venezuela, con su hija Olga María en brazos (fruto de su matrimonio con el compositor René Touzet). Aquí se quedó varios meses y posteriormente se trasladó a México para continuar su carrera.

Estaba trabajando en Venezuela cuando se enteró de que el gobierno había confiscado el edificio donde estaba el apartamento en que vivía, en el elegante sector del Nuevo Vedado de La Habana.

En los 50 años que vivió, desde entonces y hasta su fallecimiento, fue una militante anticastrista de las más intransigentes. “No volveré a Cuba hasta que sea libre y democrática”, sentenciaba.

Olga Guillot salió en 1961 de Cuba rumbo al exilio y su primer destino fue Venezuela

Añoranzas del Tropicana

Su sueño era volver a cantar en el Tropicana, el emblemático cabaret de La Habana, escenario de varios de los momentos de gloria que vivió en el apogeo de la fama, que ya desde esa época disfrutaba dentro y fuera de su isla natal.

“El bolero es mi escuela, mi género, mi estilo”, decía siempre. “El bolero es poesía y existirá mientras haya poetas”. Y añadía también que nadie le había regalado nada, que en su caso el éxito le había llegado de trabajar muy duro.

Su forma de interpretar -sensual, dramática, potente, efectista, todo en una mezcla poderosamente llamativa- le permitió pasar a la historia de los grandes divos de la canción. El bolero, con su especial entorno de amores, engaños, mentiras, celos y arrebatos fue su territorio por excelencia.

Miénteme, La gloria eres tú, Tú me acostumbraste, Voy y La noche de anoche encabezan su interminable lista de éxitos. Era una de la cantantes consentidas de compositores como Juan Bruno Tarraza, José Sabre Marroquín, Frank Domínguez, César Portillo de la Luz, Chamaco Domínguez, José Antonio Méndez y Alvaro Carrillo, entre otros.

Alternó con Sarah Vaughan, Edith Piaf y Nat King Cole, a quien, según sus allegados, le dio algunos consejos sobre la manera de cantar en español cuando este grabó su famoso disco en español en Cuba.

El día que se dio a conocer la muerte de la bolerista, Raquel Pouget, vocera de la familia, recordó que hacía apenas unos días, en una reunión familiar, la artista expresó que entre los dolores de su vida, el mayor había sido el de no ver a su país liberado. “Ella dijo: ‘si yo me muero mañana, el dolor que me llevo en el alma es no ver a Cuba libre’”, evocó Pouget.

“¡Jamás se olvidaba de Cuba!”

“Fuimos amigas desde que llegamos al exilio”, dijo en aquel momento al Nuevo Herald la compositora cubana Concha Valdés Miranda. “Era única. ¡Tan alegre y tan patriota! ¡Jamás se olvidaba de Cuba! Siempre decía que volveríamos. En lo artístico, era una actriz de la canción”.

La bolerista era una anticastrista intransigente, como ella misma se definía

Su opinión coincide con la del productor Emilio Estefan, quien destacó que “Olga cambió el bolero, algo muy difícil para un intérprete, y su estilo influyó en el de muchos artistas. Se le echará mucho de menos. Cuando se habla de libertad y Cuba, hay que hablar de ella”.

La Guillot se definía como “directa, intransigente y vertical” cuando se refería a su militancia en la causa del exilio cubano. El congresista Lincoln Díaz-Balart decía que ella era “un genio que nunca será olvidado por todos los amantes de la música. Pero, sobre todas las cosas, Olga Guillot era una patriota cubana”.

La Guillot con María Félix y Carmen Miranda

“Nunca en domingo” y la huella de Melina

Actriz de cine y teatro de fama internacional, la griega Melina Mercouri (1920-1994) fue un personaje emblemático y brillante, que siguió una trayectoria identificada con las mejores causas.

Michael Cacoyannis («Zorba, el griego») le dio su primera oportunidad en el cine. Su cinta debut, «Stella» (1955) la estrenaron en Cannes, donde Mercouri conoció al que sería su segundo marido, el cineasta estadounidense de origen francés Jules Dassin. Esta cinta estuvo nominada a la Palma de Oro y supuso una inmejorable carta de presentación para la intérprete griega.

En una escena de ‘Nunca en domingo’, por la que ganó en Cannes como mejor actriz

En 1960 le llegaría la consagración definitiva tras actuar en «Nunca en domingo», una película de Dassin, quien supo explotar las habilidades interpretativas de Melína, hasta el punto de llevarla a una nominación al Oscar y ser galardonada como mejor actriz en el Festival de Cannes.

Juntos trabajarían en numerosas ocasiones, tanto en la gran pantalla como en el teatro. En las tablas la dirigió en el musical de Broadway «Illya Darling» (1967), por el que resultó nominada al Tony, el Oscar del teatro neoyorkino.

Antes de su retiro del cine, a finales de los setenta, su prolífica filmografía incluía numerosos títulos, entre los que destacan «Phaedra, Gaily, Gaily», «Dulce pájaro de juventud» y «Topkapi» (1964), otro resonante éxito internacional, en el cual compartió roles estelares con Peter Ustinov y Maximilian Schell.

Durante su vida también ejerció como cantante profesional. Sus temas lograron ser muy populares en la Francia de los años 60. Grabó cuatro álbumes, siendo tres de ellos en francés y uno en su idioma natal.

Feroz “dictadura de los coroneles”

Su papel en política es más que considerable. Fue una feroz opositora de la llamada “Dictadura de los coroneles”, que asoló su país desde 1967 a 1974, años en los que vivió el exilio en Francia

A Melina Mercouri la despojaron de su nacionalidad por luchar contra la dictadura de los coroneles en Grecia

Dio varios conciertos y organizó numerosas marchas contra el régimen usurpador. Se reunió con políticos e intelectuales de renombre mundial para crear conciencia contra la junta. Durante su lucha, fue objetivo de varios intentos de asesinato y la tiranía le retiró la ciudadanía griega, a lo que ella respondió: “Nací griega y moriré griega. Stylanois Pattakos (el jefe de la junta) nació fascista y morirá fascista”.

Además, de censurar sus discos y películas y confiscar todos sus bienes,
el régimen dictatorial se organizó para enfrentarse a ella de cualquier manera. En su expediente, publicado años después del retorno de la democracia, entre otras cosas escribieron:

“Recojan lo dicho sobre Mercoúri por los comunistas, que se demuestre que su acción sirve a las aspiraciones del comunismo en Grecia. Ese material debe usarse en cada oportunidad para abonar en el extranjero la creencia de que la actriz es comunista. Pero, independientemente de la existencia o no de ese material, se debe canalizar constantemente a través de rumores y publicaciones que Mercouri es comunista y que no trabaja para la democracia sino para el comunismo”.

El 7 de marzo de 1969, en un teatro de Génova, Italia, se encontró una bomba dirigida a ella. Al explosivo lo descubrieron por accidente, luego de revisar la escena.

Estaba ubicado exactamente en el lugar desde donde Melina hablaría. Se llamó de inmediato a los bomberos y a la policía de la ciudad. Tras ser colocada en el patio del teatro, la bomba explotó, afortunadamente sin víctimas.

Glorioso regreso

Una vez restaurada la democracia, la actriz regresó a Grecia, donde participó en la creación del Pasok (Movimiento Socialista Panhelénico) y desempeñó un papel activo en el movimiento de reivindicación de la mujer griega. Resultó elegida diputada al Parlamento en 1977 con el mayor número de votos. Tras esa victoria, dedicó sus energías a la política y la cultura.

Melina fue ministra de la Cultura al retornar la democracia

Cuando su partido ganó las elecciones de 1981, fue nombrada ministra de Cultura, cargo que ocupó durante ocho años. Sus logros supusieron una transformación del país, que vio cómo los yacimientos arqueológicos de Atenas quedaban integrados en una zona cerrada al tráfico y se implantaba el acceso gratuito a museos y yacimientos arqueológicos para los ciudadanos griegos, en el marco de un esfuerzo educativo general.

También puso en marcha la campaña para la recuperación de los mármoles del Partenón exhibidos en el Museo Británico y, como era de esperar, fue una defensora activa del teatro y el cine helenos.

Homenajes de Camilo Sesto y Freddie Mercury

Uno de sus mayores logros fue la creación del título de Capital Europea de la Cultura, cuya primera acreedora fue la ciudad de Atenas en 1985. Esta iniciativa había sido fruto de una reunión organizada por Mercouri con los ministros de Cultura de los diez Estados miembros de la época.

Vale destacar que la canción Melina, del cantante y compositor español Camilo Sesto (del álbum Amor libre, de 1975) está dedicado a ella. Y Freddie Mercury, cuyo verdadero nombre era Farrokh Bulsara, adoptó su apellido artístico por esta actriz. Además, solía firmar como “Melina” en comunicaciones a sus allegados.

Melina Mercouri murió el 6 de marzo de 1994 en el Memorial Hospital de Nueva York, donde había sido intervenida de un cáncer de pulmón. Su esposo, el cineasta Jules Dassin, estaba a la cabecera de su cama. Las luces de los teatros de Broadway se apagaron por un minuto en señal de duelo.

Miriam Makeba, activista antiapartheid

La cantante surafricana Miriam Makeba, conocida también como Mamá África e intérprete del éxito mundial Pata Pata, fue un icono de la lucha contra el racismo y el apartheid en su país, que la mantuvo condenada al exilio durante más de tres décadas. Con su voz cálida y agresiva, se consolidó internacionalmente gracias a un repertorio compuesto, tanto por cantos populares africanos y afroamericanos como por canciones ligeras.

Grabó su primer single, Lakutshona Llange, en 1953, como vocalista del grupo Manhattan Brothers, donde conocería al trompetista Hugh Masekela, quien más tarde se convertiría en su primer marido. En 1958 fundó su propia banda, The Skylarks, una formación íntegramente femenina que mezclaba jazz con música tradicional sudafricana.

La gran oportunidad le llegó en 1959, cuando junto a los Manhattan Brothers protagonizó el musical King Kong. En una de sus actuaciones llamó la atención del cineasta estadounidense Lionel Rogosin, quien la incluyó en el controvertido documental Come Back, Africa, un alegato antiapartheid que causó conmoción ese mismo año en el Festival Internacional de Cine de Venecia y que dio a la cantante renombre internacional.

Miriam Makeba, símbolo de la lucha contra el apartheid en Suráfrica

Tras el éxito del filme, Makeba fue invitada a dar conciertos en Europa y Estados Unidos, donde el cantante y activista social afroamericano Harry Belafonte le pidió que lo acompañara en una serie de actuaciones en el Carnegie Hall de Nueva York.

Popularidad indetenible

Cuando intentó regresar a su país para asistir al funeral de su madre, descubrió que le habían revocado el pasaporte. Comenzaba así un largo exilio (Venecia, Londres, Estados Unidos, Guinea-Conakry) que duraría más de tres décadas. Su aparición ante la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1963 denunciando la política del apartheid, suscitó aún más las iras del gobierno sudafricano, que respondió prohibiendo sus grabaciones.

Entretanto, la carrera artística de Makeba progresaba en Estados Unidos al mismo ritmo que su popularidad, a tal punto que incluso llegó a cantar en la fiesta de cumpleaños de John F. Kennedy (1962) y su corte de pelo dio origen al african look, que adoptaron los afroamericanos.

Su relación con Harry Belafonte fructificaría en un doble álbum, An evening with Belafonte/Makeba (1965), que abordaba la apremiante situación política de los sudafricanos negros bajo la segregación racial, y por el que obtuvieron el premio Grammy a la mejor grabación de folk en 1966.

África en los rankings con “Pata Pata”

Pero el mayor éxito de Makeba en esos años fue, sin duda, «Pata Pata». El tema, compuesto por la vocalista en 1957 cuando aún se hallaba en Sudáfrica, apareció en 1967, y se convirtió en la primera canción africana en alcanzar los primeros lugares de los rankings musicales. De estos años son también The Click Song y Malaisha, títulos imprescindibles de su discografía.

‘Pata Pata’ fue la primera canción africana en llegar a los rankings en Estados Unidos

La vida de la artista daría un nuevo vuelco a finales de los años sesenta. En 1969 contrajo matrimonio con el activista pro derechos civiles Stokely Carmichael, líder de la organización radical afroamericana Panteras Negras, que había acuñado el concepto de Black Power.

Bajo su influencia, la lucha de Miriam Makeba por la emancipación de los negros se intensificó y sus canciones pasaron a tener un mayor contenido político. Eso la puso en la lista negra. Las autoridades estadounidenses obligaron a la discográfica RCA a rescindirle el contrato y sus conciertos se cancelaron.

En abril de 1991, después de más de 30 años de exilio, ofreció su primer concierto en su país natal. Al año siguiente protagonizó el musical «Sarafina», y en 1994 se unió a su primer marido, el trompetista Hugh Masekela, en la denominada Gira de la Esperanza.

Más adelante fundó una organización para recaudar fondos destinados a la protección de las mujeres sudafricanas y en 1997 el Madison Square Garden de Nueva York volvió a recibirla en un nuevo concierto con su amigo Harry Belafonte. En 2000 se editó Homeland, su primer disco de estudio en diez años, que fue nominado al Grammy.

La intérprete de ‘Pata Pata’ fue enterrada con honores de estado

A lo largo de su carrera recibió numerosos galardones, muchos de ellos por su contribución a la defensa de los derechos humanos. El 10 de noviembre de 2008, poco después de participar en un concierto en favor del escritor Roberto Saviano, amenazado por la mafia, se sintió indispuesta y sufrió un paro cardíaco. Sus restos fueron repatriados a la República de Sudáfrica, donde recibieron honores de estado.

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