Cultura

El 14-F desde la óptica de un corroncho

Sigo con mis papás después de viejo, no le he gustado a las que me han gustado y nunca sé determinar el momento exacto para arrimarle la bemba a alguien. Vivaquearé el Día de los Enamorados lejos de la ruta de las reservaciones de restaurante y los globitos metalizados.

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Este domingo haré más o menos lo que hago casi todos los domingos. Subiré alguna de las montañas alrededor de Caracas o caminaré muchas horas por la ciudad, mientras me hace compañía la que creo que es la única FM con programación cultural los fines de semana (en realidad, varios de los programas se grabaron hace tiempo y los repiten año tras año). Al mediodía recorreré algún mercado popular buscando ofertas de verduras o algún producto regulado en reventa. En la tarde me sentaré frente a la computadora y adelantaré algo de trabajo en el apartamento en el que vivo con mis padres, mientras ellos ven Venevisión Plus. Me acostaré muy temprano. Supongo que represento a un sector demográfico que también existe.

Si estuviéramos en temporada de Grandes Ligas, estaría pendiente de mis equipos imaginarios. Alguien me enviará un mensaje de texto que no contestaré. Probablemente yo también enviaré alguno muy parco. Trataré de reprimir el reflujo de canciones tan pavosas como aquella en la que Fito Páez lanza el alarido de que nadie puede, y nadie debe, viviiiiir, viviiiir sin amoooor, y recordaré que siempre termino teniendo relaciones que no son ni chicha ni limonada. Supongo que, en mi recorrido, evitaré los patéticos arreglos de globitos y ositos o los restaurantes repletos a pesar de la crisis. Aunque me la haya dado muchas veces de arrechito diciendo que el 14-F me resbala, la realidad es que siempre desearé que pase muy rápido. Una vez más, me pondrá frente a mí mismo, de hecho acepté escribir sobre él. Prefiero los días que no son importantes.

No sé si utilizo bien la palabra corroncho. Para mí, se refiere a un pez rugoso y solitario que pega la bemba al vidrio de la pecera y que es poco agradable a la vista o carismático. Me describo como una persona del sexo masculino que no es gay, que generalmente se siente intimidado ante hombres capaces de tumbar aguacates de los árboles o cosas por el estilo, que ha servido de confidente a una ya larga fila de amigas pero que prácticamente nunca ha tenido una relación de pareja mínimamente duradera o formal. El beso de boca se me hace sobrevaluado. Carezco de toda paciencia para el cortejo. Nunca pude (o me atreví a) mudarme a vivir solo y mi mamá se sigue preocupando cada vez que se hace de noche y no he llegado a la casa, lo que de entrada recomiendo que es algo que no debería ocurrir. Me debato entre el razonamiento lógico de lo insensato que es reproducirse en la Venezuela de 2016 y el arrebato jactancioso de que: yo como que dono mi semen, da dolor que se desperdicien estos genes.

Aquí es donde seguramente viene a su mente alguna pregunta relacionada con la película Virgen a los cuarenta, en todo caso estoy de acuerdo en que pretender la asexualidad es un mito. Todos somos seres eróticos de pies a cabeza y eso brinca del corral tarde o temprano. Otro mito es aquello de “si no has conocido a tu pareja, no desesperes, tarde o temprano llegará”, tan falso como aquello de “no busques batear jonrones, salen solos”. Básicamente, me han gustado mujeres a las que yo no les he gustado, y yo le he gustado a mujeres que no me terminan de convencer. Siempre encuentro alguna excusa para no pernoctar: por ejemplo, me tengo que quitar los lentes de contacto y no traje los de montura.

Quizás me he puesto demasiado selectivo, en vez de probar a hacer swing. Quizás en el fondo lo que tengo es un gran miedo a perder mi independencia o lo bien que la paso solo. Quizás el balance de la distribución de mi tiempo está muy equilibrado entre tratar de mantenerme en forma, trabajar y hacer colas, y no deseo complicar la ecuación. Quizás me he vuelto más pichirre que Ebenezer Scrooge. He llegado a un punto de mi vida en el que me importa menos la opinión ajena. No me acompleja ya morirme sin saber cómo es un matrimonio o transitar al lado de parejas que se devoran como Aliens en Los Caobos. Tan mal no la paso. No soy un protagonista que tendrá final feliz, como nos enseñan las películas. No me considero ya tan imprescindible, no creo jugar un rol más decisivo en el universo que un bachaco.

O quizás ese es otro de tantos autoengaños. La vida es un ciclo de presunta fortaleza interior estilo 172 horas antes del accidente y esa irreversible vulnerabilidad que casi nunca me agrada. Uno de mis mejores amigos dice que un hijo cambia la vida. Aún estoy a tiempo. Pero el tiempo tampoco es inagotable.

Spring, summer y de nuevo spring

Me pidieron escribir del 14-F, repito, y para ponerme algo en contexto, traté de ver una típica comedia romántica elegida al azar en el puesto de algún vendedor informal. Agarré Posdata: te amo (2007), y cuando la empecé, recordé que ya la había visto y la había olvidado por completo, pero no importa. Hay cartelitos que dicen spring, summer, autumn, winter y de nuevo spring, lo que es un enorme lugar común de un género cinematográfico por cuyas convenciones en el fondo siento una admiración reverencial.

Gerard Butler hace de irlandés guapísimo que conoce a turista estadounidense sosísima (Hilary Swank, que básicamente no hace pareja con nadie), muere prematuramente por un cáncer o algo así y se sigue comunicando con ella a través de un legado de cartas premonitorias (algo así como el legado de Chávez), preparándola para que supere el duelo (lo que no hizo Chávez).

En un flashback, Gerard Butler (Gerry) hace lo que jamás podré hacer: intuir cuándo hay que acercarle la bemba a la chica y rasparla con la barba que raspa como lija. “Es un chico que no sabe besar”, dice él, refiriéndose a algún ex noviecillo estadounidense no menos soso, justo antes de cerrar magistralmente los ojos y alargar el piquito que está en el extremo opuesto de la escala evolutiva al de un corroncho. A mí una chama me dijo una vez, después de un beso: “Tienes que tratar de aprender a no soltar tanta saliva”. Con eso digo todo. Todo lo que a Gerard Butler la sale encantador, a mí me saldría baboso. Lección para la vida que no viví: la seducción tiene un componente práctico que se puede aprender, o al menos pulir.

Todas las películas son más o menos mentirosas, de lo contrario no serían películas y no valdría la pena verlas. Es mentira que, como sugiere Posdata: te amo, todas las chicas como Holly (Hilary) tengan una especie de artista escondido adentro que solo está esperando que le den un empujón para convertirse en diseñadora de zapatos Carolina Herrera, de hecho Hilary Swank no merece ponerse tacones.

Sin embargo, coincido en ciertos planteamientos de fondo: hubiera sido ciertamente un pelón cinematográfico que Holly, para sacarse el clavo del muerto, terminara empatada con un tipo tan mequetrefe y con tan poca personalidad como Daniel (Harry Connick Jr.), el neoyorquino depresivo que tiene un tío que es guachimán del viejo Yankee Stadium, o algo por el estilo.

También puedo estar de acuerdo con reflexiones de cierre tipo “hay muchos tipos de amor”. Sí, el amor (o algún tipo de energía interpersonal llámese-como-se-llame) se puede expresar de varias maneras, incluso de maneras torcidas, no solo como un osito de peluche o un globito de textura metalizada, que también son bastante contrahechos y con los que supongo que también comparto el planeta Tierra. De manera riesgosamente poco varonil, de niño siempre me sentí mejor durmiendo con ositos, pero es que hasta los del 14-F suelen ser los peluches peor fabricados de todos.

Siempre llenamos las 24 horas con algo. Todo 14-F tendrá su 15-F. Pero en el fondo, el maldito de Fito Páez tiene razón.

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