“La soledad”: el país como una casa en ruinas

La realidad de Venezuela no deja de estar presente en su cine. El malandro de Clemente de la Cerda en Soy un delincuente (1976) o las prostitutas de Román Chalbaud en El pez que fuma (1977) son dos ejemplos clásicos de una tradición que aún persiste. Jorge Thielen Armand, con La soledad, llevó a las pantallas del Festival de Venecia la crisis del país de hoy: la de las colas y los anaqueles vacíos, la de la búsqueda infructuosa de medicamentos, la de los hospitales abarrotados, la de hombres y mujeres que tratan de sobrevivir mientras todo a su alrededor se cae a pedazos.

El autor caraqueño utiliza, en su primer largometraje, una casa en ruinas llamada La soledad como metáfora de la nación. Retrata el drama de una familia —cuya abuela era antigua empleada de la casona— que se ve obligada a desalojar el lugar que habita ante la petición de sus dueños de venderlo. Y mientras intenta encontrar una solución al conflicto aparece el país como trasfondo, con sus problemas, que agudiza los males de cada uno de los miembros de esa familia: el protagonista, José, que no tiene un trabajo estable, la mujer que quiere irse a Colombia, la abuela que enferma de la tensión, la niña que sueña con ver la playa y un joven, hermano del primero, que intenta ganarse la vida con sus negocios (“tiramos un par de secuestros express y tienes tu cuenta en dólares. Eso es lo único que paga en esta vida”, le dice uno de sus compañeros).

Si el filósofo francés Gaston Bachelard indica en su libro La poética del espacio que la casa le sirve al hombre como resistencia ante las adversidades de la naturaleza y de la vida, para José ya no hay refugio en su propia morada. No tiene respuestas a las preguntas de su pareja sobre las incertidumbres del presente, del día a día, del qué hará hoy. A su lado, en constante diálogo, están la abuela, como testimonio de esa casa que en algún momento tuvo su época de esplendor, y la niña, que le recuerda a su padre la urgencia del futuro, de seguir el camino, hacia el mar o el infinito.

Jorge Thielen Armand, también realizador del corto documental Flor de la mar (2015), huye de sentimentalismos al narrar su historia. Su estilo, de corte naturalista, se acerca a ese cine tan en auge en estos días que aproxima la ficción al documental. Como el español José Luis Guerín o el brasileño Sergio Oskman, Armand utiliza a personas comunes (no actores profesionales) para interpretarse a sí mismos ante conflictos reales. Así, José Dolores López, Marley Alvillaes López, Adrializ López y María del Carmen Agamez Palomino protagonizan un largometraje al que al principio cuesta adaptarse, por el tono bajo de sus actores frente al ruido de ambiente.

El aspecto diferenciador de La soledad es que también coquetea con lo fantástico, o lo onírico. Porque mientras el relato avanza y la crisis continúa, el protagonista alucina con espíritus que habitan esa vieja casa, supuestos guardianes de reliquias y morocotas escondidas desde el siglo pasado. He aquí otra analogía con Venezuela, que remite a la obra Profundo (1971), de José Ignacio Cabrujas: el hombre que se obsesiona con un tesoro inexistente como única salida ante el derrumbe. No habrá monedas de oro ni pastillas para la tensión que alivien a la abuela. Tampoco Gran Misión Vivienda. Armand y su guionista, Rodrigo Michelangeli, dejan sus historias abiertas. Habrá que seguirles la pista en sus próximas películas. Si el país sigue en pie.

Ficha Técnica:

Título: La soledad

Año: 2016

Duración: 89 minutos

País: Venezuela

Director: Jorge Thielen Armand

Guión: Rodrigo Michelangeli y Jorge Thielen Armand

Fotografía: Rodrigo Michelangeli

Reparto: José Dolores López, Marley Alvillaes López, Adrializ López, Jorge R. Thielen, Maria del Carmen Agamez Palomino

Productora: Alfarería Cinematográfica, Ardimages, Biennale College – Cinema

Género: Drama

Web: https://www.facebook.com/LaSoledadFilm