Cultura

Fences: bienvenidos al show de Viola Davis

La película dirigida por Denzel Washington es toda una paradoja. Como ejercicio cinematográfico podría aburrir por su excesiva teatralidad, pero ese mismo error potencia a un elenco maravilloso que consigue su punto más alto cuando Viola Davis entra en escena. Por otra parte, era hora de que el gran público pudiera acercarse a la obra de August Wilson. 

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No será la primera ni la última vez que una obra de teatro intente conquistar Hollywood. Hairspray (dos veces), Chicago, Sweeney Tod, Frost/Nixon e Incendies, por nombrar algunas recientes, dan fe de ello. De hecho, ningún otro autor ha sido tan usado (y abusado) en el cine como Shakespeare. 308 versiones, unas más fieles que las otras, han sido contabilizadas. Igual de extensa es la literatura que detalla la relación entre ambas manifestaciones artísticas. «Teatro y cine», del catedrádito, guionista, productor y colaborador de Cahiers du Cinéma, Charles Tesson, es uno de los textos que mejor aborda el tema.

El trabajo de Tesson apunta a que muchos directores necesitan volver al teatro en búsqueda de una identidad para sus películas. En consecuencia, la «teatralidad» no debe tener una connotación negativa porque desde el inicio del cine se ha buscado esa asociación, esa convivencia. Recordemos, además, que las primeras grandes salas se hicieron a imagen y semejanza del hermano mayor. Inclusive el mayor deseo de aquellos noveles directores, que en su mayoría se habían formado en las tablas, era el de transmitir en la gran pantalla lo que antes se conseguía en vivo.

«Es verosímil, por ejemplo, pensar que Welles, hombre de teatro, construyera su puesta en escena a partir del actor. Se puede imaginar que la intuición del plano-secuencia, de esta nueva unidad de la semántica y la sintaxis de la pantalla, nace de la visión de un director habituado a relacionar actor y decorado y para el que la planificación tradicional no supone ya una facilidad del lenguaje sino una pérdida de eficacia, una mutilación de las virtualidades espectaculares de la imagen», reflexionaba el editor de Cahiers du Cinéma, André Bazin (1918-1958), sobre el trabajo del director de Citizen Kane.

Pero no es necesario viajar tanto en el tiempo. Tomemos a Denis Villeneuve, en boga en estos días por la extraordinaria Arrival. En 2010 dio un golpe en la mesa con Incendies, adaptación de la obra La Mujer que cantaba, del libanés Wajdi Mouawad. «El proceso de escritura fue realmente duro. Valérie Beaugrand-Champagne trabajó conmigo como una especie de asesora de guión. Al leer una primera versión que envié al productor, me dijo: ‘¡Enhorabuena! Ya sólo te queda el 80% del trabajo’. Me hizo revisar 18 veces el guión para conseguir personajes verdaderos, y no sólo ideas o representaciones. En cuanto a la estructura del filme, creo que es muy reveladora porque las pesquisas de la hija y la historia de la madre no tienen una equivalencia exacta, pero siempre hay cierto eco y una continuidad dramática entre ambas líneas narrativas. El mérito no es mío. Esto ya era así en la obra de teatro, cuya estructura dramática me encantaba, pues te prepara para un desenlace realmente sorprendente, así que decidí mantener la misma idea», dijo el canadiense cuando se le preguntaba sobre el proceso de adaptación.

Villeneuve hace énfasis en la estructura del libro original. Tuvo la suerte de contar con el apoyo del propio Mouawad, quien le solicitó que se «adueñara de la obra». Diferente fue el camino que recorrió Fences para llegar a la gran pantalla. El proyecto siempre estuvo rondando los estudios de cine, pero su autor, August Wilson (1945-2005), se negaba a trabajar con un director que no fuera afroamericano. El título se traduce como vallas, las cercas que rodean a las casas. «Algunas personas construyen cercas para mantener a la gente fuera, y otras personas construyen cercas para mantenerlas adentro», dice Bono (Stephen McKinley Henderson) a Troy (Denzel Washington), su mejor amigo, protagonista y director de la película. Es, obviamente, una metáfora a las barreras, prejuicios y también, por asociación, una alusión a las defensas o anticuerpos que generamos para superar los golpes de la vida.

Fences es la sexta obra de un total de 10, que juntas forman el famoso The Pittsburgh Cycle, llamado así porque la mayoría de las historias se desarrollan en el Hill District de Pittsburgh, precisamente donde nació Wilson. Cada una representa una década: Gem of the Ocean (1900), ; Joe Turner’s Come and Gone (1910); Ma Rainey’s Black Bottom (1920); The Piano Lesson (1930); Seven Guitars (1940); Fences (1950); Two Trains Running (1960); Jitney (1970); King Hedley II (1980) y Radio Golf (1990). 

Decía Wilson: «Como no soy historiador sino escritor de ficción, me pareció que mi tarea era inventar personajes. Estas historias personales no solo son representaciones de la cultura sino que aclaran el contexto histórico de la época en que ocurre la obra tanto como del continuo de la vida negra en EEUU, que se remonta a comienzos del siglo 17″.

De las 10 producciones de Wilson, Fences fue la más laureada, aunque 8 fueron galardonadas. Debutó en 1985 en Broadway, con James Earl Jones y Mary Alice como protagonistas y estuvo 525 semanas en cartelera. Consiguió 4 premios Tony, el Premio del Círculo de Críticos de Nueva York y en 1987 el Pulitzer, el segundo que recibiría Wilson en vida. En 2010 fue reestrenada, con Washington y Viola Davis en los roles de Troy y Rose, recibiendo de nuevo magnífica crítica y 3 Tony.

Ambientada en 1959, la trama de Fences se centra en los Maxson, una familia afroamericana dominada por un padre marcado por el pasado, la frustración y el prejuicio. Se nota que Denzel Washington se sabe de memoria la obra. Decidió, a diferencia de Villeneuve, respetar excesivamente el guión revisado que dejó Wilson, lo cual funciona muy bien en los diálogos y el conflicto, pero no así con la dinámica que cualquier película, por más experimental que sea, necesita.

En ese aspecto técnico, Fences tiene muchas coincidencias con The Sunset Limited, un telefilme que dirigió y protagonizó Tommy Lee Jones en 2011, basado en la obra de teatro de Cormac McCarthy. La trama gira en torno a dos personajes: Blanco (Jones) y Negro (Samuel L. Jackson). El segundo salva al primero, tras un intento de suicidio. Sentados en la casa de Negro, ambos discuten sobre el sentido de la vida y la fe. La cámara debe moverse entre las cuatro paredes para darle intensidad a un duelo sobre la existencia o no de Dios.

The Sunset Limited enfrenta los mismos problemas que Fences, pero Jones toma una decisión acertada: no alarga la duración más allá de la hora y media. Washington, sin embargo, entrega casi dos horas y media de metraje, lo que hace más difícil que la atención -y tensión- se mantenga. Y he allí el meollo del asunto, la cinta solo trasciende cuando hay enfrentamientos entre padre, madre e hijo. Esto podría deberse a que el equipo que trabaja en la cinta es el mismo del de la obra. Scott Rudin se encarga de la producción y Tony Kushner si bien se encarga del guión, renunció a aparecer en los créditos porque aseguró que no le cambió ni una coma al texto original.

En una entrevista, Wilson explicaba sobre su acercamiento a los problemas de la población afroamericana, que teje en cada historia de The Pittsburgh Cycle, lo siguiente: «Cuando buscas la palabra ‘negro’ en el diccionario, encuentras definiciones que dicen: ‘Afectado por una situación indeseable’. Empiezas a pensar que lo negro tiene algo malo. Cuando los blancos dicen ‘No veo color’, lo que están diciendo es ‘Estás afectado por esa situación indeseable, pero voy a fingir que no lo veo’. A lo que yo respondo: Mírame. No me avergüenzo de quién soy y de qué soy».

Troy pareciera hacer suya esa última frase. Está muy orgulloso de haberse redimido de un pasado delictivo, de haber conquistado al amor de su vida y de criar a su hijo con una mano de hierro. Pero en el fondo se trata de un juguete roto, que verá desmoronarse su reino, como bien lo escribe Samuel G. Freedman, cual si fuese el Rey Lear. Es en ese desmoronamiento cuando Rose se impone (fantástica escena en la que expone sus anhelos truncados), como la verdadera base de la familia. En este sentido, la actuación de Viola Davis es memorable.

Estamos pues ante un trabajo muy interesante, aún cuando las fallas en la dirección son visibles. En un año en que los Óscar parecen celebrar las diferencias en la narración de las historias (La La Land, Manchester By The Sea y la brillante Moonlight así lo atestiguan), Fences se abre camino para acercarnos a un escritor que encontró en el teatro una manera de exponer los grandes problemas de la población afroamericana, desde la traumática herencia de la esclavitud hasta la crisis de identidad, utilizando el lenguaje de la calle. No se trata de un capricho artístico. Wilson siempre lo repetía: «El blues es la mejor literatura que tenemos los negros».

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