De Gina Prince-Bythewood, esta es una obra controversial por necesidad. La llegada al cine de la historia del ejército femenino del reino africano de Dahomey, atiza la discusión sobre su rigurosidad. ¿”La mujer rey” manipula sucesos de considerable interés para la sensibilidad contemporánea?
Las Agojie, las llamadas Amazonas de Dahomey, son parte de un mito que engloba una mirada sobre la mujer y en especial, la de raza negra, muy poco frecuente. La idea de un ejército femenino capacitado para la actuación militar y con prerrogativas culturales propias es una excepción histórica asombrosa. En particular en el continente africano, donde la misoginia y los a menudo, brutales cambios políticos, hacen complicado profundizar en la trascendencia.
Pero en el reino de Dahomey, el grupo fue parte de la sociedad y la cultura por casi tres siglos. Su influencia aumentó con el correr del tiempo y también, su lugar en la forma de analizar el poder en un período histórico complicado. Como era inevitable, también es el origen de la concepción de un tipo de influencia política y cultural muy definido. La condición del resguardo del poder dinástico a través de un emblema de guerreras de formidable capacidad, es casi una percepción mítica acerca del rango.
Era inevitable que un concepto semejante saltara a la cultura pop. Pero al hacerlo, también trajo aparejado todo su carácter alegórico de un continente indómito, poderoso y desconocido. Desde las fantasías irreverentes de Werner Herzog de las mujeres guerreras, hasta la inspiración evidente para las Dora Milaje de “Black Panther” de Marvel, las referencias a las Agojie son un tributo a un mito específico que se relaciona con un tiempo inimaginable, además de una condición portentosa.
“La mujer rey” intenta hacer confluir todas las visiones en una única mirada. También, trasponer el escenario en algo más parecido a un “que hubiera pasado si” que una rigurosa épica histórica. Es esa flaqueza, la que provoca que la película atraviese un terreno complicado. Pero la mayoría de las veces, es un alegato sobre una historia extraordinaria con una cualidad trágica casi dolorosa. Algo que la directora Gina Prince-Bythewood tiene en cuenta desde las primeras escenas del film.
Con una estilizada precisión visual, las secuencias iniciales analizan el trasfondo de una historia que es una leyenda. La cámara sigue de cerca a sus personajes y las contempla, desde una distancia respetuosa. También a sus habilidades, puro poder físico y voluntad convertida en un atributo que se exhibe con el mismo orgullo que las cicatrices en la piel.
Pero a diferencia de otras producciones en las que las mujeres muestran su fortaleza y capacidad física, en esta ocasión no se trata solo de destreza. Las formidables guerreras son implacables y profesan una profunda lealtad territorial, poco usual en narraciones semejantes. La directora y el guion de Dana Stevens, hacen hincapié en que este ejército no es un estereotipo. Tampoco es una idealización del poder femenino.
Un escenario complejo
Con una intención evidente de crear su propio mensaje acerca de la grandeza moral de su personaje, el film se interesa por sus grises morales. En “La mujer rey” no hay héroes y villanos. Al menos, no de forma tan evidente.
Esta es una batalla de intereses ideales que se entrecruzan con otros más pragmáticos. Nanisca (Viola Davis) es un general en funciones, con todo el conocimiento y la experiencia para saber el significado de las peligrosas fracturas que rodean al trono. Algo que nota a medida que la forma en que se detenta el poder se hace más violento.
Por otro lado, Amenza (Sheila Atim), Izogie (Lashana Lynch) y Nawi (Thuso Mbedu) son percepciones de la misma connotación del poder físico y la lealtad. Todas tienen lugares propios, un espacio que el argumento se permite desarrollar con cuidado.
John Boyega representa al peso de la herencia, corrompido de manera inevitable. El Rey Ghezo no está a la altura del regimiento que le sostiene y protege. Uno de los puntos de mayor interés del guion es la forma en que el contraste es evidente. Y es justo en ese contraste donde la película cae en el maniqueísmo y se confronta con la idea central.
El argumento intenta mostrar que Dahomey pudo –debió- tener un papel más activo de rechazo a la esclavitud. Pero la historia parece no tener tanto peso como la opinión a la periferia de la producción. El resultado es una confusa versión sobre un punto frágil y complicado que amenaza la elegante narración del film.
El poder del trono y sus lugaresoscuros
En realidad, “La mujer rey” es una búsqueda consciente sobre el elemento que une a la leyenda histórica con complejas percepciones sobre la raza. También de la identidad y la pertenencia cultural. Todos temas que despiertan sensibilidades en la actualidad.
Quizás por ese motivo, la épica rozó una incómoda polémica sobre su rigurosidad histórica. Acusada de disculpar la participación del Reino de Dahomey con la esclavitud o en el mejor de los casos, justificarla, la película recorre lugares espinosos.
Tanto en pantalla como en el contexto que le rodea, el argumento ensalza a las Agojie como un tipo de elaborado poder que destruye prejuicios evidentes. Pero, ¿resulta creíble la premisa siendo una versión libre de un hecho histórico? ¿Cómo apuntalar la idea de un film que intenta reconstruir ideas y que no parece incluir los puntos oscuros que podrían hacerlas tridimensionales?
“La mujer rey” se enfrenta a un escrutinio duro. ¿Hasta qué punto la ficción puede reinventar la historia? Al otro lado, ¿necesita hacerlo para sustentar sus puntos más fuertes? ¿Cuál es el hilo que separa la rigurosidad de la crónica de la ficción cinematográfica?
“La mujer rey” y la ambigüedad
El film se enfrenta a los cuestionamientos anteriores con una puesta en escena sólida y la brillante ejecución de un guion sofisticado. La trama no se limita a contar la noción sobre la fortaleza de un territorio asediado por contradicciones. Esta versión incompleta acerca del Reino Dahomey y su regimiento femenino, no es solamente una abstracción destinada a celebrar una rareza antropológica. En realidad, es una exploración sobre el símbolo que fue el reino en el África occidental entre los siglos XVIII y XIX.
El regimiento de mujeres guerreras se aborda desde una serie de temas complejos que, casi de forma inevitable, le hacen rozar la controversia. Desde la fortaleza femenina (en especial, el poderío militar de la mujer, un tópico cinematográfico casi inexistente) hasta las manipulaciones de la influencia política.
“La mujer rey” tiene la suficiente inteligencia narrativa para plantear varios escenarios que confluyen en la posibilidad de una excepción en el devenir de la historia. Más allá de la deslumbrante posibilidad de un imperio africano fuera del alcance del hombre blanco, la condición de Dahomey es insular. También, una construcción precisa sobre las posibilidades de un escenario poco usual en los dramas históricos al uso.
Pero falla en su necesidad de justificar sus errores, contradicciones y el hecho de que su apego a lo histórico es circunstancial. La película pende de un delicado equilibrio que termina por decaer en su último tramo. De nuevo, la pregunta si la ficción cinematográfica puede por necesidad ser considerada rigurosa, es pertinente en este caso. Mucho más con la evidente necesidad de “La mujer rey” de sostener la brillante condición del tiempo, el bien y el mal como un escenario que cambia con rapidez.
¿Es manipuladora y poco veraz “La mujer rey”? Lo es, en la medida en que no profundiza en puntos controversiales y convierte al film en una serie de miradas cruzadas sobre temas críticos. Tal vez, es su ambigüedad lo que la hace menos creíble y mucho menos contundente de lo que podría ser.
Dicen que la tercera es la vencida y para Viola Davis fue este domingo: se llevó el Óscar a mejor actriz secundaria por su papel en la adaptación para el cine de la obra "Fences".
La película dirigida por Denzel Washington es toda una paradoja. Como ejercicio cinematográfico podría aburrir por su excesiva teatralidad, pero ese mismo error potencia a un elenco maravilloso que consigue su punto más alto cuando Viola Davis entra en escena. Por otra parte, era hora de que el gran público pudiera acercarse a la obra de August Wilson.