Cultura

A propósito de Chester Bennington: la depresión y la "solución final" en el cine

El suicidio de Chester Bennington, vocalista de Linkin Park, apenas dos meses después del ahorcamiento de su amigo Chris Cornell, cantante de Soundgarden, le pone rostro a una decisión de la que no se habla, o se habla muy poco.

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«El hombre que no percibe el drama de su propio fin no está en la normalidad sino en la patología, y tendría que tenderse en la camilla y dejarse curar». La frase es de Carl Gustav Jung, uno de los nombres más importantes, que dedicó su vida a tratar de entender las depresiones, conjuntamente con Sigmund Freud. De hecho la relación epistolar entre ambos científicos, y sus respectivos enfoques sobres las enfermedades mentales, es el argumento de Un método peligroso, película que dirigió David Cronenberg en 2011.

«La gente no muere de suicidio. Si alguien tiene cáncer, el punto final es una hemarrogia o un paro cardiorrespiratorio, pero la gente dice ‘murió de cáncer’. Con el suicidio es igual, el desenlace es el suicidio, pero la muerte es por depresión u otro trastorno mental», explica Jackie Secades, psicóloga de Costa Rica, que abrió un grupo de apoyo, «Mi nueva Aurora», tras el suicidio de un hermano.
Secades, en la entrevista que le realiza el diario argentino La Nación, es muy pedagógica en el uso del lenguaje y en acercarnos a la complejidad del suicidio: «Quien se suicida no quiere morir, lo que quiere es dejar de sufrir. No es un acto de egoísmo ni de cobardía ni de falta de Dios; es el desenlace de una enfermedad».
Si damos por cierta la nota de suicidio de Kurt Cobain, y revisamos un obra de ficción y un documental sobre su vida, podemos tener cierta idea de lo que habla Secades. En The Last Days (2005), Gus Van Sant echa mano de la soledad y el aislamiento de un cantante, interpretado por Michael Pitt, para sellar su trilogía sobre la muerte, que inició con Gerry (2002) y continuó con Elephant (2003).

Kurt Cobain: Montage of Heck (2015) es mucho más inquietante, porque el director, Brett Morgen, tiene acceso a un gran material audiovisual y de archivo para enumerar ciertos eventos en la vida del cantante de Nirvana que podrían explicar el deterioro emocional y la fatal consecuencia.
La hiperactividad mal tratada, los celos por el nacimiento de su hermana, el divorcio de sus padres y el rechazo familiar, un debut sexual fallido, la presión de los medios y las sospechas de infidelidad, atormentaron a Cobain de una manera determinante.
«La música le salvó de muchas cosas a Kurt. Fue un bote salvavidas desde el que mirar a la tormenta que tenía alrededor con un mínimo de esperanza. Tras dar rienda suelta a su talento formando Nirvana y alcanzando el éxito planetario, entraron tres nuevos actores en su vida. Los medios, Courtney Love y el dolor de estómago. De hecho, Morgan intercala imágenes animadas de vísceras humanas en plena digestión con el resto de planos, consiguiendo plasmar una sensación de malestar que, cuando termina el filme, ha invadido al espectador», escribe Nacho Serrano en el artículo de ABC, «¿Por qué se suicidó Kurt Cobain?» 

Chester Bennington (41 años) se ahorcó el pasado 21 de julio. De padres divorciados, abusado sexualmente y consumidor de drogas desde los 11 años, el cantante de Linkin Park encontró un salvavidas parcial en la música. Heredero del grunge que elevó a Cobain, tomó la decisión prácticamente dos meses después que su mejor amigo, Chris Cornell (53 años) se suicidara. «No puedo imaginar un mundo sin ti en él; rezo para que encuentres la paz en la otra vida», le escribió al vocalista de Soundgarden.
Según la Organización Mundial de la Salud, «la depresión es la principal causa de problemas de salud y discapacidad en todo mundo». Estiman que más de 300 millones de personas viven con depresión. Entre 2005 y 2015, los casos han aumentado en 15%. Explica la OMS que «la falta de apoyo a las personas con trastornos mentales, junto con el miedo al estigma, impiden que muchos accedan al tratamiento que necesitan para vivir vidas saludables y productivas». Por esta razón, en marzo de este año se lanzó la campaña «Hablemos de depresión».
Prozac fue el nombre comercial escogido para el clorhirato de fluoxetina. Se trató de un fenómeno en los 90s. Parecía la fórmula mágica para tratar la depresión. Mucho tiempo después se conocerían y adaptarían las advertencias debido a los efectos secundarios, entre ellos tendencias al suicidio. Fue en esta década (1994) que Elizabeth Wurtzel, una joven de 26 años publicaría su experiencia en el libro «Prozac Nation», todo un best seller. En 2001 llegaría el largometraje, protagonizado por Christina Ricci.

Obviamente Wurtzel no fue la primera en enfrentar problemas sicológicos. Sylvia Plath y David Foster Wallace tomaban Fenelzina, un fármaco recomendado para el trastorno bipolar. Alejandra Pizarnik abusó hasta el fin de las anfetaminas, al igual que Tennessee Williams. La lista de escritores y adicciones es larga. Por eso cada cierto tiempo aparece un estudio que vincula el proceso creativo con las dependencias, al alcohol o cualquier otra sustancia.
En el libro El precio de la grandeza: resolviendo la controversia entre creatividad y locura (1995), el profesor de psiquiatría Arnold M. Ludwig estudia a más de 1.000 personalidades y concluye que los artistas son los que enfrentan mayores problemas. En su estudio, entre los poetas, 20% había cometido suicidio. En las otras profesiones, ese número llegaba apenas a 4%. Los poetas, además, vivían un promedio de 59,6 años y los científicos sociales, 73,5. Los escritores de no ficción llegaban a los 70,6 años y los músicos apenas a los 57,2.
Gwyneth Paltrow interpretó a Plath en la película Sylvia (2003), bajo la dirección de Christine Jeffs. El filme, de ambiguos resultados, hace énfasis en la manera cómo la poetisa se aferra al amor de manera patológica y ni la existencia de sus dos hijos, la persuaden de abrazarse a la muerte.

Pocos recuerdan que en 1986, Gary Oldman rebajó tanto que tuvo que ser hospitalizado para meterse en la piel de Sid Vicious, cantante de Sex Pistols. La película se llama Sid y Nancy, y cuenta la destructiva relación entre el representante del movimiento Punk y la grupie Nancy Spungen. El director Alex Cox recrea cómo la adicción a la heroína termina por consumir a la relación. El año pasado se cumplieron 30 años del filme.

«Probablemente muera antes de llegar a los 25, pero habré vivido de la manera que quería», dijo Vicious. Murió de sobredosis a los 21. Casi la misma edad de Ian Curtis (23 años). El líder de Joy Division, poeta y compositor, se ahorcó en su casa después de una larga lucha contra la epilepsia, la adicción a varios fármacos y el vacío que dejó el divorcio. Deborah Curtis, la viuda, escribió la biografía titulada Touching from a distance: Ian Curtis and Joy Division. El libro fue la base de la película Control.

Pero alejados de las biografías, muchos directores han indagado sobre el efecto de la depresión y el coqueteo con la muerte. Qué bello es vivir (1946), Interiores (1978), Gente Corriente (1980), El sabor de las cerezas (1997), Las vírgenes suicidas (1999), Viviendo al límite (2001), Los Tenenbaums (2001), Las Horas (2002), Little Miss Sunshine (2006), Revolutionary Road (2008), Helen (2009), Solo un hombre (2000), Una historia casi divertida (2010), El Castor (2011), Las ventajas de ser invisible (2012), Efectos Secundarios (2013) y Cake (2014) conforman un buen listado de largometrajes para quienes deseen pasearse por el género.
Sin embargo, vale la pena detenerse en la trilogía de la Trilogía de la Depresión: Anticristo (2009), Melancolía (2011) y Nymphomaniac (2013). Parecerán malas o buenas, pero lo más importante es entender esta obra como la declaración abierta de las dificultades emocionales que enfrentan los creadores, en este caso Lars von Trier.
Dice el director danés, tras el estreno de Melancolía: «Soy melancólico desde los 6 años. He superado una depresión y hace mucho tiempo que padezco ansiedad. Por otra parte, me gusta mucho la palabra melancolía. Es una especie de masoquismo que te permite celebrar la belleza de tu dolor. Es como el lobo aullando a la luna llena. Es como el blues en la música y la sal en la cocina. La mayoría de la gente inteligente pasa por una depresión en algún momento. Es imposible observar las estrellas sin sentirse aterrado por el vacío, por el frío y por las fuerzas de la naturaleza. Para mí, mirar al cielo es como observar la boca de un tiburón». 

La confesión de Lars von Trier coloca en primer plano la paradoja del artista que encuentra un medio para expresar sus demonios. A veces funciona y a veces no. Allí está el ejemplo de Robin Williams, un hombre que por sus personajes, creíamos más cerca de Mork y Mindy o Patch Adams que de Seymour Parrish.

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