Cultura

Nuestra zona de interés

La película de Jonathan Glazer mostraba el horror del Holocausto desde un ángulo diferente, uno en el que no había culpa ni arrepentimiento. El documental "The Commandant's Shadow" profundiza en la herencia de un militar que comete los más atroces crímenes mientras en casa es el padre más amoroso. ¿Qué dice eso de nuestra humanidad?

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Muertos en protestas

Hace un año se estrenó una película que tenía todos los ingredientes para ser ignorada por el gran público: «La zona de interés». ¿Interesaría otro retrato del Holocausto? Uno que, además, no pone en el centro de la cámara a las víctimas, ni muestra una gota de sangre. La respuesta de la crítica y los espectadores determinó que sí. Esto gracias a que Jonathan Glazer («Under the Skin») consiguió mostrar el horror desde un ángulo completamente novedoso.

El Interessengebiet (en español: zona de interés) era un área restringida de las  Schutzstaffel (El temido escuadrón SS) para el complejo del campo de Auschwitz, en la Polonia ocupada por los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. Para quienes no la han visto, la producción, basada en el libro de homónimo de Martin Amis, pone foco en la familia Höss, que vive separada por apenas un muro de dicha zona.

Glazer no representa las ejecuciones: se concentra en seguir el día a día de cada uno de los miembros de este hogar. El mayor metraje lo acapara Rudolf (Christian Friedel), comandante del campo de concentración de Auschwitz, donde fue el responsable de la muerte de tres millones de personas. Las cámaras siguen a este personaje, desde la misión que le encomiendan como militar hasta su amorosa faceta de padre y esposo.

Escribe la crítica de cine Aglaia Berlutti: «El director logró encontrar en la estética adusta y helada de “La zona de interés” la forma más eficaz de contar la idealización nazi del orden extremo. De hecho, lo que hace más incómoda a la película, es que ninguno de sus personajes siente arrepentimiento o piensa en sí mismo en términos de culpabilidad. Todos hacen lo que les ordenaron, lo que deben hacer para subsistir, sin que eso tenga mayor importancia para el futuro».

Cuando pensamos en el Holocausto, se repite la pregunta: ¿cómo fue posible? Sobre esto se han escrito miles de ensayos, libros, producido documentales y películas, casi siempre repasando la obra de Hannah Arendt, Primo Levi y Robert Antelme. Glazer consigue con «La zona de interés» que el espectador saque sus propias conclusiones sin la necesidad de repasar esos textos. Y el resultado es igual o más perturbador.

Recientemente, por la represión en Venezuela luego de las eleciones del 28 de julio, usuarios de redes sociales se preguntaban cómo se podía actuar contra un menor de edad y luego llegar a la casa y abrazar a un hijo. Pues «La zona de interés» tiene una respuesta.

Del dolor al perdón

Un año después de «La zona de interés», se estrenó el documental «The Commandant’s Shadow» de Daniela Völker. Se trata de un acercamiento aún más doloroso a cómo administró la familia Höss lo sucedido en Auschwitz. La historia sigue a un pastor estadounidense, llamado Kai (ha decidido quitarse el peso del nombre real), que quiere sacar a la luz lo que la familia ha escondido debajo de la alfombra pues es hijo de Hans Jürgen Höss, el descendiente directo de Rudolf.

Jürgen, ya octogenario y su hermana Briggitte, recuerdan su infancia en Alemania de una manera idílica. Y son enfáticos, al menos al principio del documental, al afirmar que eran ajenos a lo que sucedía al otro lado del muro. Durante largos trazos de este trabajo se niegan a reflexionar sobre el horror diseñado po Höss padre e Ingrid, la madre. Esto es así hasta que entran en escena otros personajes entrañables: Anita Lasker-Wallfisch, una judía alemana de 98 años que vio morir a toda su familia en Auschwitz y su hija, Maya.

Kai y Maya intentan que Jürgen, de 87 años, repase con su hermana todo lo sucedido. Se busca que reconozcan el dolor causado y, no solo eso, sino que comprendan las consecuencias del silencio posterior. La tarea no es sencilla. Sin embargo, es Anita, quien sobrevivió porque tocaba el violonchelo en la orquesta asignada a las marchas de la muerte, la que consigue dar en el corazón del hijo de su torturador.

Anita comprende que muy pocas personas se revelan ante lo que les enseñan sistemáticamente. De cierta manera, es un instinto de conservación. No justifica lo que le han hecho, pero comprende que solo el perdón puede actuar como quiebre de una historia que -no hay duda- parece repetirse. Obviamente no a la escalda del Holocausto, pero sí en la misma dimensión de la inquietante manipulación moral que lleva a un individuo a pensar que es superior al otro y que, por lo tanto, no le importa su muerte, ideológica o física.

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