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"Encanto" no es un homenaje a Latinoamérica, es una celebración a la emoción

La película de Byron Howard, Jared Bush y Charise Castro Smith, es mucho más que un cuento ingenioso ambientado en un paraje mágico y más que un homenaje a Latinoamérica. En realidad, se trata de un recorrido emocional bien construido sobre la aceptación, la identidad, el miedo y el futuro, a la vez que un punto de inflexión para Disney

"Encanto"
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Lo primero que sorprende en “Encanto” (2021) -de Byron Howard, Jared Bush y Charise Castro Smith- es que desafía de manera intencionada todas las expectativas sobre su argumento. Sí, hay un retrato vibrante y frondoso de la naturaleza de nuestro continente, incluida la variopinta fauna de la selva colombiana. Sí, también hay personajes de grandes y dulces ojos castaños, piel morena y cabellos rizados, de una belleza caribeña que desborda calidez. Pero en realidad, esta historia compleja, conmovedora y tramposa, no es un homenaje. Es un recorrido por caminos adultos y profundos sobre el dolor, el desarraigo y la pertenencia. Todo a ritmo de la voz de Carlos Vives y las letras de un inspirado Lin-Manuel Miranda.

Pero más allá de la novedad de incluir el realismo mágico latinoamericano, Disney se arriesga esta vez con una historia que explora secretos privados, aborda cuestiones muy poco infantiles y que, de hecho, termina en un tránsito elegante a través de la idea del individuo y a donde pertenece. De hecho, buena parte del sólido guion basa su efectividad en su capacidad para narrar momentos introspectivos y tomar a la magia (que desborda y está en cada una de las escenas), como un símbolo de enorme importancia sobre la condición de lo humano. No se trata de una película que utilice el vehículo fácil de lo extraordinario. En realidad, “Encanto” medita con un sentido de la madurez que sorprende, acerca de temas que usualmente las películas de Disney prefieren pasar por alto.

Desde el arraigo, la exclusión y los dolores íntimos, hasta la forma en que analizamos lo que nos une a quienes a amamos, “Encanto” presta atención a los mundos internos de sus personajes. Y lo hace a través de la metáfora de una casa mágica y radiante, que en sí misma es otro rostro de la gran familia Madrigal.

La “casita” en medio de la selva exuberante, es un lugar extraordinario que contiene varios a la vez. Es el centro de las pulsiones y deseos de quienes la habitan y el pueblo que la rodea. En una extrañísima reinvención de la casa embrujada tradicional -el uso de la palabra “Encanto” para definir a lo que otorga poder a la casa no es casual-, el film logra reconstruir lo que vincula a un espacio con el misterio y llevarlo a otro nivel. También, sostenerlo a través de un recorrido elegante por dimensiones pocos comunes acerca de lo sobrenatural.

“Encanto” es realismo mágico -incluso con sus correspondientes mariposas amarillas- pero a la vez muestra una rebelión con la fórmula Disney. Luego de un primer tramo que resulta engañosamente familiar, el film avanza hacia sus recovecos más singulares. Y mientras los miembros de la familia Madrigal se hacen preguntas sobre su vida, poderes y al final la expresión del yo, el argumento encuentra tiempo para cuestionar los propósitos que se imponen y se aceptan, los que se llevan a cuestas y al final, aplastan con dolor. “Encanto” llega a su punto más interesante en una mezcla de conmovedora y certera reflexión sobre lo espiritual y sobre los vínculos de la memoria. Una combinación afortunada que recorre hasta su última y apoteósica escena.

Lo que nace del dolor y se extiende como milagro

La película “Encanto” es la número sesenta en la factoría Disney, sin incluir los films de PIXAR al conteo. Se trata de todo un logro, en especial luego de que el estudio atravesara diversos momentos complicados en la última década. Mientras la compañía no hacía más que crecer y se convertía en símbolo de un singular centro de una buena parte de las mitologías modernas, Walt Disney Animation, necesitaba recuperar su identidad. Afrontar el hecho que PIXAR era parte del equipo y a la vez, competencia. Y también, desdeñar, en la medida de lo posible, la influencia inevitable de Jeffrey Katzenberg.

No resultó sencillo. En esencia, cuando la identidad del estudio parecía ir de un lado a otro en busca de hacerse más firme y en especial, más reconocible. Poco a poco, lo logró y construyó toda una nueva narrativa exitosa, que incluyó la ya icónica “Frozen” (2013), “Moana” (2016) y la ganadora del Oscar a mejor película animada, “Zootopia” (2016). A partir de entonces, Disney encontró que las historias que rompían los moldes preestablecidos, eran redituables y abrían nuevos espacios de exploración hacia temas más amplios, significativos e importantes.

“Encanto” es la conclusión a ese largo trayecto. La historia de los Madrigal es una audaz reflexión sobre la naturaleza humana. Cuando Mirabel (Stephanie Beatriz) intenta encontrar el motivo por el cual la magia que sostiene a “La casita” parece resquebrajarse, en realidad, comienza un trayecto hacia su propio dolor. Uno tan profundo y elaborado que sostiene la mayor parte del argumento. El personaje es el único que carece de un don extraordinario, en un hogar en el que cada miembro fue bendecido por una particular y portentosa capacidad. No sólo no recibe lo que parece ser una prodigiosa herencia, inherente a su pertenencia al núcleo familiar. Además, la casa la rechaza de una forma contundente.

¿Por qué Mirabel no recibe lo que, a todas luces, le corresponde por nacimiento? ¿Qué la hace distinta al resto de sus parientes?

El guion toma la inteligente decisión de alejar a Mirabel de preguntas parecidas y enfocar toda su considerable energía en descubrir un misterio mayor. Es entonces, cuando la película encuentra cómo romper por completo con las convenciones de las habituales historias de la casa del Ratón Mickey.

Mirabel no está en la búsqueda de su propia realización, un consuelo al rechazo familiar (que lo sufre, de manera sutil y en ocasiones, condescendiente), sino en comprender lo que provoca que el milagro que une a todos esté a punto de venirse abajo.

El personaje se convierte en el centro de un recorrido asombroso por lugares privados de la vida de quienes ama. Desde las fastuosas habitaciones imposibles de hermanos, tíos y primos, hasta explorar su sufrimiento invisible, Mirabel pasa a ser la guía de un territorio emocional significativo. Uno que se aleja de lugares simples para entrar en tópicos adultos con sutileza.

Quizás la gran sorpresa en “Encanto”, es justo esa: no es una película inocente o una que utiliza a discreción lo exótico de la selva radiante, la alegría caribeña de sus canciones o lo singular de las personalidades de los Madrigal para narrar la historia. Aunque el contexto influye (y de manera determinante) en la forma de contar una fábula emocional, lo que en realidad importa en el film son sus pequeñas y sutiles insinuaciones sobre un mundo más amplio. La violencia, los rigores de los éxodos forzosos y la penitencia de la pérdida son profundamente notorios en este recorrido hacia el corazón de un misterio doloroso. Pero mientras las grietas en “la casita” tratan de sanar, en realidad lo que ocurre es que las cicatrices de los formidables Madrigal también comienzan a ser más visibles. Un juego de espejos que el argumento muestra con sorprendente habilidad.

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