Literatura

Eric Colón nos lleva a "Los orígenes del odio"

Periodista, exeditor de UB Magazine y autor de "Crónicas Psicotrópicas", Eric Colón Moleiro presenta su segundo libro "Los orígenes del odio", al que califica como de "antiayuda" y al que la editorial describe como "un intrépido viaje de auto-ficción colmado de memorias infantiles y obsesiones adultas". Aquí va un extracto de su segundo capítulo

eric colón
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La costa atlántica argentina es un extraño lugar para ir de vacaciones cuando has nacido en el Caribe.

Le llaman así, “Atlántica”, porque no hay ningún mar ahí, sino que las playas lindan directamente con el océano y su impredecible oleaje de profundidades abismales. No hay ni indicio de una barrera coralina o de un lecho rocoso que ralentice las aguas. En todo caso, algún submarino nazi hundido o el ARA San Juan, más recientemente, y su espantosa tragedia con cuarenta ahogados que fueron aplastados por la mano de Tritón como una lata de atún.

La cuestión es que fui a parar con mi familia a un pequeño pueblo costero de aguas heladas, en pleno verano, cuando urge salir de Buenos Aires porque el calor soporífero sencillamente te revienta la cabeza contra sus veredas de baldosas ardientes.

Nos largamos en un kilométricoroad tripque comenzó en la Ruta 2 y concluyó al cabo de cinco horas. Habíamos rentado una modesta casa a pocos metros de la playa, en un barrio de callecitas de tierra llenas de baches y charcos, edificios pequeños a medio construir y descontextualizadas imitaciones dechalets suizos. Explorando sus calles, encontramos una casita digna de unafavela, de bloques anaranjados y techo dezinccoronado con una antena deDirecTV.Asu lado, una mansión abandonada de puertas y ventanas grandes, estilo colonial, con un amplio patio cubierto de malezas y desechos.

“Bienvenido al balneario Las Toninas”, reza un cartel oxidado por el salitre a la entrada del pueblo, por donde deambulan perros callejeros sarnosos y raquíticos.

El predio luce como cualquier cosa menos un “balneario” o un sitio de veraneo. Los habitantes visten extrañas combinaciones deshortsy suéteres.

En general, hace frío y está nublado.

Pienso que, en algún tiempo remoto, este debió ser un destino turístico próspero y en vías de desarrollo, del que solo quedan vestigios. Seguramente otros pueblos y ciudades adyacentes que se despliegan a lo largo de la costa le fueron restando visitantes a lo largo de los años: Mar del Plata, Pinamar, Costa Brava, los lugares predilectos de los vacacionistas.

Las Toninas es una especie de apocalíptico Higuerote antártico; en vez de pargos y catalanas, se pescan botas militares de la Guerra de Las Malvinas, uno que otro caracol negro congelado y, con suerte, un par de camarones con apariencia de cucaracha.

Recuerdo el día que fuimos a reencontrarnos con el mar —luego de más de tres años sin tener noticias de él— como un proceso de decepción en cámara lenta.

De pronto nos descubrimos sobre una arena húmeda, color ceniza, entre desanimados bañistas que miraban estoicos el horizonte mientras tomaban mate en sus recipientes de calabaza con sorbetes metálicos.

El temperamento, por decirlo así, de la fiesta playera a la que estamos acostumbrados los originarios del trópico no se parece en nada a la de los argentinos.

Es una rara visióncortazarianade la playa.

Una pelota de plástico de colores desinflándose lentamente, con un doloroso silbido de poliuretano.

Bagres podridos.

Los perros de playa padecen una existencia triste y agónica, como si tuvieran prohibido mover la cola siquiera.

El cielo está totalmente cubierto. Comienzan a caer unas ligeras gotas y el mar revuelto nos castiga con un oleaje de latigazos de gaucho.

El mar no es azul sino gris. En la orilla se hace una espuma efervescente que no es blanca sino marrón.

¿Islandia?

Mi estado de ánimo es igual al deBjörk: estoy a punto de romper en llanto.

Pienso también en los viajes de Mafalda a la playa. Ella, así como su hermanito, Guille, y sus amigos Felipe y Miguelito, se la pasaban muy bien en la Costa. Se zambullían en las aguas gélidas, construían elaborados castillos de arena. Al menos gozaban durante el verano, a diferencia de Manolito, quien se sumergía en el lavatorio del balcón de su departamento en el barrio de San Telmo, justo encima del negocio familiar: el almacén Don Manolo.

Entiendo que cuando no conoces otra playa fuera del Cono Sur, de aguas tibias y paisajes paradisíacos, esta es la máxima gratificación marina concebible.

A los caribeños nos cuesta asumir que provenimos de la región más exuberante de la Tierra, que todo lo demás es insípido y descolorido en comparación.

Ahora que comprendo lo que significa un día de playa en el Cono Sur, recuerdo extasiado mi pasado originario.

Aquí tampoco hay tambores, ni ningún tipo de instrumento de percusión endémico. Los africanos no se echaron el viaje hasta acá. No los llevaron. Solo llegaron italianos y alemanes —que después de las dos guerras mundiales nadie quería recibir— con su bandoneón unos y su cerveza artesanal los otros.

Lo único que debo agradecer es que no hayreguetón a todo volumen, ni camionetas blindadas de funcionarios públicos millonarios, ni delfines con chalecos antibala.

eric colón

Por ahí entre las dunas, a lo lejos, un señor de mediana edad lleva un reproductor con altavoces saturados. Apenas se escuchaHighway to Hellde AC/DC y después la canción de “flaca, no me claves tus puñales…” de Calamaro.

El viejorockero,ya cercano a los días de su muerte,no pretende destacar por sobre la naturaleza, ni aturdir a la comunidad bañista. Forma parte de la sociedad civil.

Bikinis mal puestos, trajes de baños obsoletos de los años noventa,bermudasde dudosa calidad con los bolsillos llenos de arena. Pieles blanquísimas tapizadas de ampollas que resultan dolorosas a simple vista.

Familias jugando truco sobre esterillas de paja.

Un vendedor ambulante que se acerca condónutsde dulce de leche resecas, salpicadas de color verdoso.

Una adolescente regordeta intenta embutirse en unoshot pants, pero su enorme culo se lo impide. Se nota que se siente sumamente incómoda. Aunque no la conozco, me parece insoportable, al igual que la gente congregada a su alrededor.

Aquí no hay chozas de hojas de palma para protegerte de un sol inclemente, sino unas carpas de rayas rojas y blancas que solo había visto en películas. Unos tipis playeros idénticos a los que dibujaba Quino. Una suerte de tienditas de circo que imitan el mobiliario veraniego deSaint-Tropez.Su objetivo es resguardar a las personas del despiadado viento que sopla sin cesar en toda la costa. Un vendaval que, si bien frío, te quema el rostro. No da tregua hasta bien entrada la noche.

El segundo día sufro de insolación severa. A pesar de jamás haber visto brillar al astro rey, tengo quemaduras de segundo grado por todo el cuerpo, de un rojizo tono, que generan calor epidérmico. Duele. Tengo Fiebre.

Mi esposa e hija van solas a la playa y quedo acostado en una cama empapada con mi propio sudor.

Pienso en el absurdo nombre que le han puesto este sitio: Las Toninas. Creo que jamás se ha acercado ningún cetáceo a mil kilómetros de esta costa. Ni siquiera hay un sistema fluvial de ninguna índole donde pudiera, hallarse de pronto, algún pariente cercano del exótico mamífero suramericano.

Lo que circula por este océano, en el que apenas me he atrevido a mojarme hasta las rodillas, son silenciosas y gigantescas mantarrayas, ballenas asesinas, aguamalas, anguilas eléctricas.

En la valla a la entrada del pueblo se aprecia un dibujo de una especie deFlippersonriente y juguetón —sí, sonríe un delfín—, sobre el cual cabalga un niño macilento y sin boca —así es, no hay dibujo de boca— como uncowboyen el rodeo.

Uno de estosperros huesudos anónimosmeaba las bases metálicas de la estructura.

Voy sucumbiendo a cierto delirio febril.

Ahora sueño que cabalgo un pingüino que ríe como loco. Gira la cabeza y me observa con determinación. De perfil. Con un solo ojo. Como lo hacen los pájaros.

Nos acercamos a una playa llena de cocoteros y gente semidesnuda.

Distingo en la distancia a los heladeros de la marcaEFE.

Decenas de cabecitas negras, toldos de colores, el agua azul turquesa.

Voy surfeando con mi pingüino haciaPlaya Grande.Ahí me esperan amigos y gente querida que no he visto en muchos años. Aguardan alegres mi llegada.

El lomo del pingüino es cálido, sus plumas gruesas parecen no mojarse con el agua que salpica, su pecho embiste las olas como si fuera una embarcación a motor.

El pingüino guiña el ojo y me pasa una goma de mascar marcaBubblicious, sabor patilla. Lo hace sin la menor dificultad, con su pequeña aleta dorsal.

Se sacude a carcajadas y acelera sobre las olas con destino a la bahía deChoroní.

Estoy feliz, pero a la vez aterrado. Me sujeto con fuerza del pingüino, le rodeo el cuello con los brazos.

De pronto, el viaje onírico-marino comienza a adquirir cierto matiz erótico. Ahora el pingüino tiene una melena rubia y gime sensualmente como una actriz de película porno.

Ya no tengo la menor duda: me estoy follando al pingüino. Un pingüino emperador(Aptenodytes forsteri)hembra.Unapingüina emperatriz,en cualquier caso.

He consumado un acto de zoofilia asqueroso; no obstante, me siento a gusto. Hasta que de pronto, a punto de eyacular, despierto desconcertado.

La erección cede en pocos segundos. Me ha bajado la fiebre.

Me miro en el espejo y estoy rojo como una langosta.

Esa misma tarde, decidimos aventurarnos por el pueblo. A pesar de que ya estamos a dieciocho de diciembre y es pleno verano, las calles están mayormente desoladas y sucias, con muchas casas clausuradas.Están las puertas cerradas y las ventanas también. ¿No será que nuestra gente está muerta?

Lo que parece ser la a avenida principal deLas Toninasdesemboca a una plaza mediana, en donde destaca un lúgubre pasaje de estatuas de vírgenes.

A lo largo de un camino de piedras encontramos distintas variantes de la madre de Jesús, como la Virgen de Luján, la Virgen de la Medalla Milagrosa y Nuestra Señora de Copacabana. Para mi asombro, incluye a la Virgen del Valle, patrona de los margariteños en Venezuela.

Las figuras están exhibidas dentro de cajas con tapa de cristal, profusamente decoradas con un sinfín de objetos: flores, velas, rosarios, estampitas, crucifijos.

La tradición de las imágenes de vírgenes metidas de cajas.

Una evocación colonialista que ha prevalecido desde los tiempos de Isabel la Católica. La Virgen ha irradiado su luz por sobre todos los pueblos salvajes del Nuevo Mundo.

Soy de los que agradece la conquista española, valga decirlo.

Una herencia infinita de cultura y sabiduría que representa la realización excelsa de la civilización occidental.

Hay quienes opinan de otra manera. Algunos notables intelectuales hispanoamericanos de la última mitad del siglo XX —escritores, artistas, sociólogos, periodistas— atribuyen, en su obstinado revisionismo histórico, el resonante fracaso de nuestra región a la conquista española. En cambio, fantasean sobre las divinidades de la época precolombina.

Una burda mentira.

Todos terminan yéndose a París a beber vino y fumarGauloises, como buenos cristianos. Siempre luciendo el bigoticoaspiracionaleuropeo. Siempre canonizando a los santos antes de tiempo. Siempre frivolizando el totalitarismo.

El paseo me trae un recuerdo de mi niñez: Una vez por mes tocaban a la puerta de la casa de mi abuela —Carmen se llamaba, pero le decíamosBichi— y le dejaban, precisamente, una caja con una virgen.

Veía aquello con mucha intriga.

No entendía de qué se trataba esemicro-tráficode imágenes religiosas en la que participaba mi abuela, una anciana beata. Más aún, considerando que no le conocía ninguna actividad de índole social.

A mi entender, ella solo estaba ahí para cuidarme a mí, a mi hermano y a mis primos.

Cada semana, a lo largo del año, la Virgen en su urna terrorífica iba de puerta en puerta a visitar a los feligreses. Una agenda bastante apretada para ser un objeto inanimado.

LOS ORÍGENES DEL ODIO- Extracto capítulo II.

Autor:© 2022. Eric F. Colón Moleiro.

Género: Novela corta de No- ficción. (Nouvelle)

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