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La felicidad en el 2016

Aunque los filósofos nos digan que la felicidad es una condición interna, una actitud, una disposición mental que no tiene nada que ver con la cantidad de dinero disponible, la posibilidad de pasar hambre altera, con seguridad, la suprema felicidad social del pueblo.

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El viceministro para la “Suprema Felicidad Social del Pueblo” se va a ver en aprietos en el 2016. A pesar de su pomposo título, el año que viene no se lo pondrá nada fácil para destacarse. Comencemos con lo más general y abstracto, con los números gruesos de las cifras macro. Como todos sabemos, los venezolanos vivimos fundamentalmente del petróleo. La producción de PDVSA está, en el mejor de los casos, en unos 2,5 millones de barriles de petróleo diarios. De ellos, unos 400.000 son para pagar la deuda con China, otros 200.000 para ayudar a nuestros hermanos cubanos y del Caribe, y unos 600.000 se consumen en el mercado interno, es decir, nos los regalan. Quedan por tanto unos 1,3 millones de barriles diarios para la exportación que a un precio promedio de $48 el barril generarían unos 22.500 millones de dólares de ingresos, con lo cual el déficit fiscal del año 2016 superaría ampliamente los $20.000 millones que han estimado algunos economistas. El problema es que el precio de la cesta venezolana durante las últimas semanas ha estado en torno a $30 el barril y no se perfilan alzas significativas en el 2016. Y aunque los filósofos nos digan que la felicidad es una condición interna, una actitud, una disposición mental que no tiene nada que ver con la cantidad de dinero disponible, la posibilidad de pasar hambre altera, con seguridad, la suprema felicidad social del pueblo.

Seamos sinceros, la crisis alimentaria de 2016 no sólo ocurrirá por la caída de la producción nacional debido a la falta de materias primas, expropiaciones, leyes laborales y todos los innumerables obstáculos que encuentran los productores en el país, sino porque los venezolanos nos hicimos absolutamente dependientes del petróleo y del Estado para vivir y hoy somos incapaces de producir suficiente para mantenernos a nosotros mismos. Y uno de los principales componentes de la felicidad en el ser humano es la autoestima, el aprecio de las propias capacidades.

A pesar de la esperanza abierta por las elecciones parlamentarias de diciembre de 2015 y los cambios por venir, la vida cotidiana de los venezolanos seguirá siendo muy dura. Aunque sea macabro hacer comparaciones del sufrimiento humano o construir rankings con índices de violencia, la tendencia indica que en el 2016 ocuparemos el primer lugar del mundo en violencia criminal, por encima de países acosados por el dolor de la muerte súbita como Honduras o El Salvador. Los días 6 y 7 de diciembre fueron un respiro en el estado de sitio que se ha auto impuesto la sociedad venezolana. La gente salió a la calle, celebró y compartió, pero casi inmediatamente volvió al encierro. Esa condición de la vida central para la felicidad como es la sociabilidad, el encuentro amistoso en el espacio público, continuará siendo una experiencia imposible para los venezolanos del 2016. No debemos esperar mayor declive hasta el 2019. Es preciso lograr fórmulas de consenso para activar el cambio político que la revolución autoritaria intenta bloquear.

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