Espectáculos

La simplificación prejuiciada del Oscar aterciopelado

Yo, como muchos, me indigné por la tontería de la gente que criticó la indumentaria de la señora Jenny Beavan la noche del Oscar. Eso sí, podría hacer el esfuerzo de entenderlos un poco: para ellos, la ceremonia de los premios de Academia del cine de Hollywood es una noche de gala y, en consecuencia, hay que ir con los mejores trapitos, etc. Uno no va a la playa en paltó ni en corbata y cosas así. Pero, a fin de cuentas, la señora no andaba en pantalones cortos ni en chancletas. Esa era su ropa de gala, y ya.

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FOTO: AP

Me disculpan la frase: Pero, ¿cuál es el peo? ¿Cuál es el acoso, el bullying? Por estupideces como éstas más de un niño se ha suicidado. Ha sido tal la presión por las redes sociales de parte de otros de su edad, que el oprobio ha terminado en suicidio. Se sabe, el acoso a la señora Beavan no es el primero ni tampoco el más grave.

Elvira Lindo, en el artículo «Las palabras hieren», publicado en El País el 10 de octubre de 2015, hace referencia al caso de Mary Beard, profesora de Cambridge y una muy prestigiosa investigadora del mundo clásico que apareció como la guía de un programa de televisión llamado Meet the Romans. Tras aquella primera emisión, las críticas no se hicieron esperar. Pero, tal como escribe Elvira Lindo, los reparos nada tenían que ver con el contenido sino con el aspecto de la presentadora, quien, sin mayores afeites, nos mostraba el claro aire de una erudita que poco tiempo y poco interés tiene por las cuestiones de la estética propia.

Su melena canosa, sus dientes irregulares, sus anteojos de pasta pasados de moda, sus zapatos estrafalarios, su bufanda desentonada y, además, su severidad corporal, la hicieron blanco de las peores burlas.

La señora Beard buscó a cada uno de sus agresores, les escribió directamente y hasta se encontró en persona con alguno de ellos. En específico con un chico de veinte años que fue el que la insultó con las más atroces groserías. Vale decir que antes de hablar con él, Mary Beard habló con la madre. ¡Se imaginarán! Luego, la investigadora publicó el intercambio de correos con estas personas en su blog y además los leyó en el Museo Británico en un evento que iba sobre el silencio impuesto sobre las mujeres a lo largo de la historia.

Estamos conformados, incluso sin saberlo, por una cantidad de prejuicios, y, en ocasiones, tales prejuicios saltan y nos devoran a nosotros mismos sin que ni siquiera nos percatemos. Es así, hay mucho prejuicio del que no nos damos cuenta, ¡ni siquiera cuando los sacamos de nuestras profundas oscuridades! Y en ese sentido quiero ahora ver hacia el lado contrario.

En estos días escuchaba una canción que es sin duda todo un clásico. Su año de estreno fue, según creo, el de 1998, y pertenece a Los aterciopelados. Se trata de «El estuche».

La letra de la canción pretende hacer reflexionar a las mujeres que se preocupan por su físico. Te dice, de entrada, que no es un mandamiento ser la diva del momento y se pregunta qué sentido tiene trabajar por un cuerpo escultural. Luego remata: «¿Acaso deseas sentir en t todos los ojos y desencadenar silbidos al pasar?» Pues bien, yo digo que unas cuantas mujeres podrían responder sin el más mínimo empacho: «¡Coño sí, sí quiero tener en mí todos los ojos!» ¿Por qué no? ¿Qué tiene de malo trabajar por hacerse de un cuerpo escultural? Y si la chica quiere ser la diva del momento, ¿cuál es el problema?

El coro de la sabrosa tonadilla dice: «Mira la esencia, no las apariencias», y al escucharlo he pensado, «¿Pero qué está diciendo?» Justamente, yo puedo tener frente a mí a una chica con cuerpo escultural que provoca silbidos al pasar y esa chica puede ser una gran persona, muy inteligente y con maravillosos valores. Es decir, puede haber una chica con un cuerpazo que tenga una gran esencia. ¿O no? Y ahora pienso, ¿no son prejuiciados estos «platónicos» que rechazan el cuerpo y sobreponen la mente o el espíritu cuando critican a una mujer que quiere verse bella? ¿No están mirando la apariencia de ella y no su esencia?  Y atención, he puesto «platónicos» porque una parte de la letra me ha recordado algunos conceptos del Fedón, donde Platón afirma que lo importante para el hombre ha de ser el cuidado del alma y que el cuerpo no es más que materia que te engaña con los sentidos.

Vuelvo a la canción que nos ocupa y acá transcribo otros versos: «El cuerpo es solo un estuche y los ojos la ventana de nuestra alma aprisionada». Pues le voy a decir lo que yo pienso: lo que está mal no es que una mujer tenga un cuerpazo o que aquella otra sea una flaca sin garbo; el verdadero problema es la simplificación dada por los prejuicios.

La gran enseñanza del tema musical, su mantra, es pues la importancia de la esencia y no de la apariencia. Si entendemos como apariencia el aspecto físico, que no es lo que priva, entonces, dígame usted, ¿qué carrizo importa que la mujer tenga un cuerpazo escultural si lo realmente valioso es su esencia? Porque la frase, por si sola, es magnífica: mirar la esencia, no la apariencia… la apariencia que sea. Pero si esta frase está acompañada a una crítica de la chica que quiere tener un cuerpo escultural, pues ahí no estamos bien.

Ya sabemos que el hábito no hace el monje, y por usted andar diciendo mira la esencia no las apariencias, eso no lo va a volver a usted mejor persona, ni tampoco porque usted se vista con las ropas más costosas ni vaya al gimnasio todos los días es más elegante y superior a los demás.

La vida es compleja, y el ser humano, en muchísimas ocasiones, simplifica. Es necesario simplificar, porque si nos ponemos a buscarle complicaciones a todo, nos perdemos, nos paralizamos. Por eso he dicho que lo que me preocupa es la simplificación dada por los prejuicios.

Lo más común, lo que abunda es la gente frívola que crítica a los que no se visten con ropas costosas o elegantes. Es también lo más evidente. Pero no podemos negar que del otro lado hay por igual prejuicios. Pero claro, estos están mejor disfrazados. ¿De qué? De espiritualidad, de crítica intelectual al materialismo y qué sé yo qué más. Prejuicios hay en quienes critican a la señora Jenny Beavan y su traje poco «formal» o «elegante». Ella, por cierto, no sólo diseñó el vestuario de Mad Max: Fury Road (película que no me parece gran cosa), sino que también diseñó el vestuario de A Room with a View de James Ivory (por el que Beavan ganó el Oscar en 1987), y de otros tantos filmes históricos y muy exquisitos, muy de buen gusto, como Howards End y The Remains of the Day, también de Ivory; de Sense and Sensibility, de Ang Lee y de Gosford Park, de Robert Altman, entre otros.

Así lo recordó hace poco la querida periodista Enmar Pérez en su muro de Facebook, y yo por acá vuelvo a hacerlo. Es decir, la señora Beavan, de buen gusto sabe. Lo digo para quienes la criticaron y no sabían de su larga, prestigioso y muy elegante carrera. Pero claro, ignorancia y prejuicio van justos.

Prejuicios por igual hay en quienes insultaron a la señora erudita que llevaba un programa de televisión, y, que no pase por debajo de la puerta, prejuicios hay de sobra en aquellos que creen ver en alguien que se preocupa por su apariencia a una personaje estúpida y superficial.

Sí, ya sé que hace rato pasó el Oscar y el Día de la mujer y todo eso, y a lo mejor este escrito no viene al caso. Por cierto, y de nuevo pido excusas —esta vez por el desvarío— yo le debo al difunto y celebrado Umberto Eco, principalmente la novela El péndulo de Foucault. Hace siglos, cuando la leí, quedé tan atrapado por toda la candileja esotérica, que metí sin más en los meandros del tarot y a jugar la ouija con mis amigos universitarios. Yo andaba con la cabeza revuelta de masones, rosacruces y jesuitas conspiradores (estudiaba además en la UCAB). Así que de semiótica, nada. Nada de apocalípticos ni integrados y menos de obra abierta. Mi Umberto Eco fue ese, el que me hizo, por un rato, un delirante cabalista.

Nada más, querido lector, espero no haber sido prejuicioso. Y si fue así, perdone.

 

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