Deportes

Los rivales de los niños deportistas: escasez, violencia y muerte

Gabriel Vizcaya quería ser pelotero. Con apenas cinco años de edad, el pequeño del 23 de Enero daba sus primeros pasos en los campos de beisbol de la parroquia capitalina. Pero a los delincuentes de la zona no les importó; las esquirlas de una granada le arrebataron la vida. La crisis que afecta al país no distingue edades ni anhelos, y la escasez y corrupción se suman al problema que coarta el desarrollo del deporte menor en el país.

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Fotografías: Christian Josué Hernández

El deporte, que durante años ha sido el mejor aliado de los padres para educar a sus pequeños en valores, se está transformando en un dolor de cabeza, un problema más, que se suma a los ya tantos que afectan a las familias venezolanas. A este ritmo, el Gobierno se quedará sin «Generación de Oro» para presumir.

La escasez, la falta de poder adquisitivo y la inseguridad comprometen el desarrollo de las pequeñas ligas, que tantos talentos han aportado al país. Es común en los últimos meses que los padres midan en una triste balanza qué es más importante: entrenar o comer, entrenar o ahorrar, entrenar o vivir.

La respuesta es evidente. Las consecuencias también. Venezuela se queda sin generación de relevo, sin niños felices y, en  muchos casos, sin futuros adultos.

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Asesinos y ladrones de esperanza

Gabriel Vizcaya tenía el sueño  que comparten millones de pequeños deportistas: convertirse en el próximo Miguel Cabrera. Con cinco años de edad, entrenaba todas las semanas con el equipo Cardenales, en la Liga Menor de Distrito Capital –Limenor- adscrita a la federación. Su madre y su hermanita eran sus mejores fanáticas hasta que las esquirlas de una granada, que fue lanzada a una patrulla de la comisión del Cuerpo de Investigaciones Científicas Penales y Criminalísticas (Cicpc), lo alcanzaron. Eran las 5:30 de la tarde de un miércoles cualquiera.

La realidad alcanzó al beisbol menor en Venezuela y fue la muerte de Gabriel la que evidenció la situación. El 23 de enero, como casi todas las parroquias de Caracas no da tregua a la vida ni a los sueños, ni siquiera a los que apenas nacen, y el problema se replica en toda el Área Metropolitana.

El complejo deportivo Parque Miranda es prueba de ello. El recinto, que funge como sede de la Liga Popular Metropolitana, de la Corporación Criollitos de Venezuela, se ha visto afectado por más de un año por la creciente inseguridad.

Hasta la temporada pasada, los niños y jóvenes integrantes de la organización disputaban al menos cuatro jornadas de encuentros por semana: martes, jueves, sábado y domingo.

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La situación cambió para 2016. La ola de asaltos, ya usual en Sebucán, aunada a la falta de alumbrado, obligó a la directiva a suspender los juegos nocturnos (8). Esto acarreó un descontrol en el calendario del torneo infantil que, para cumplir a cabalidad con todos sus compromisos, recurrió a la ayuda de otras ligas.

Los niños, habituados a jugar en el accesible campo, debieron comenzar a trasladarse a las sedes de otros directorios en Caucagüita, Maripérez y Petare; situación que, a su vez, provocó desajustes en los demás calendarios.

“Debimos tomar esas medidas, porque en las últimas semanas atracaron a muchos padres, árbitros y técnicos”, señala Lisbeth González, anotadora de la Popular Metropolitana e integrante de la junta directiva, quien destaca que el hecho representó el incremento de gastos de los pequeños, que acataron las nuevas instrucciones por temor a ser las próximas víctimas.

“El último fue el vicepresidente. Desde hace meses, después de las asambleas de la liga, salimos todos juntos para que no nos asalten. Él necesitaba irse media hora antes; lo hizo y lo robaron”, cuenta González.

No obstante, el hampa de la zona ya no tiene límite de horario. Hace pocas semanas, los pequeños debieron huir del campo, luego que un enfrentamiento entre ladrones y la policía, alrededor del mediodía, dejara dos muertos debajo del elevado de la avenida Francisco de Miranda, a tan sólo metros del recinto.

“Tuvimos que esconder a los niños, suspender la jornada y tratar de mantenerlos seguros. De verdad es una situación muy preocupante. Después del tiroteo, veías a las patrullas en todos lados, pero ya para qué. Es contradictorio y doloroso, porque hemos acudido a Polisucre en muchísimas oportunidades y sólo nos prestan apoyo un rato. Luego no regresan”, confiesa la directiva.

“Profe, ya no puedo ensuciar tanta ropa”

Marielis Briceño acudió a impartir su clase de fútbol, como todas las semanas, en un reconocido colegio del este de la ciudad capital –que prefiere no nombrar.

Los últimos días del año escolar representan decenas de despedidas, de pequeños que regresarán en septiembre en nuevas categorías. Sin embargo, este “hasta luego” fue diferente para la entrenadora.

“Sabes que estamos realmente mal cuando un niño te dice: profe, no puedo entrenar porque en mi casa sólo hay agua tres días a la semana, y mis papás me dijeron que no puedo ensuciar tanta ropa”, relata Briceño, evidentemente afectada. “¿Qué le dices? Nada. Solo asientes y le invitas a regresar al entrenamiento cuando pueda; haciéndote la dura porque, ahí donde estás, tienes la misma complicación que él. No queda más que regalarle una sonrisa y un abrazo de gol”.

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Desde el racionamiento de agua hasta la escasez de jabón se han convertido en nuevas razones para evaluar prioridades, acercando a los más pequeños de la casa a una vil problemática que actúa en detrimento de su desarrollo, de sus metas e, incluso, de su salud física y mental.

Pese a sus cortas edades, los niños han debido ajustar sus pensamientos y acciones a una sociedad destruida, donde provoca más alegría que papá o mamá lleguen a casa con un paquete de pasta que con un balón de fútbol.

En unos años, los recuerdos de su niñez marcaran el accionar de una nueva generación; una que no tuvo distracciones, que no aprendió los movimientos de su ídolo para lucirse en la cancha y que no celebró goles, porque el declive de un país los alcanzó y los obligó a cambiar las ganas de jugar por las ganas de comer.

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No hay recursos para el deporte menor

Ainara Ortega, Ezequiel Scarpato y Nathalie Chirinos tienen una pasión en común: la esgrima. Los tres chamos larenses entrenan en la sala de armas Jacinto Lara, de Barquisimeto, y su desempeño los llevó a pertenecer a la selección nacional infantil.

Han ganado la oportunidad de representar a Venezuela en distintos torneos internacionales. No obstante, la falta de recursos para viajar ha cercenado sus ansias por demostrar el talento nativo en otras tierras.

Hasta el mes de julio, sólo el joven Scarpato se había perdido nueves eventos internacionales que, sumados a varias contiendas de las niñas, dan muestra de que contrario a lo que profesan, para los entes encargados la generación de relevo no es prioridad.

“La esgrima es a lo que quiero dedicarme, pero cómo gano campeonatos y trabajo por ser un atleta olímpico si no puedo competir en el exterior. Cuando accedes a la selección lo haces para defender a tu país; ahí empezamos nuestro camino hacia el alto rendimiento”, expresa el elocuente muchacho de 12 años. “Hemos tenido la oportunidad de viajar a Chile, Colombia, Argentina, Perú, Costa Rica, Aruba y Brasil, pero la federación no nos proporciona los recursos, y nuestros papás no tienen dinero para pagar los viajes”.

Esgrimas

Testimonios como el de Ezequiel no extrañan en una disciplina especialmente costosa por la adquisición de implementos deportivos, todos provenientes del exterior.

Sin embargo, incluso el beisbol se ha convertido en víctima de la galopante inflación.

En Caracas, la Asociación de Distrito Capital (Abedica) trabaja desde el año pasado en la conformación de la Liga Femenina. Candidatas y voluntad sobran, pero, hasta hace unos meses, concentrar a todas las aspirantes era casi imposible: muchas no tenían dinero para costearse ni el pasaje al terreno de juego.

“La situación del país nos afecta; eso es indudable. Aunque nos esforzamos por continuar con nuestros programas, lo que ocurre nos está limitado”, asegura Oscar Izaguirre, director de la organización caraqueña.

“Con las muchachas teníamos un proyecto macro. Queríamos conformar varios equipos y disputar un torneo. Pero tuvimos que posponerlo y realizar un triangular, porque no todas pudieron unirse a la iniciativa”, relata el dirigente, quien asegura que se han tomado medidas para solventar la situación.

“El Gobierno de Distrito Capital incrementó las becas de las niñas. Es un pequeño estímulo que, aunque insuficiente, aporta al menos lo de los pasajes”.

Costos contra desarrollo

Si la escasez, la inseguridad y la falta de poder adquisitivo no menguaran suficientemente el desarrollo del deporte infantil, el costo de los implementos podría lograrlo sin esfuerzo.

Sólo entre 2015 y 2016, el valor de una caja de pelotas de beisbol se incrementó de 8 mil a 55 mil bolívares; los bates y tacos casi duplicaron su valor, y equipar a un chamo, con todas sus herramientas básicas, cuesta al menos 150 mil bolívares, asegura Orlando Becerra, presidente de la Corporación Criollitos de Venezuela.

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“Jugar beisbol se ha hecho demasiado costoso. Gracias a Dios yo compré, la temporada pasada, pelotas suficientes para año y medio. Si no, hubiese tenido que paralizar los torneos de la organización”, relata el dirigente del ente fundado en 1962, y de donde han surgido destacados peloteros como Omar Vizquel y Andrés Galarraga.

La dificultad se agrava cuando se considera que una caja de 12 pelotas, por ejemplo, sólo rinde para unos cuatro juegos, en categorías como la preinfantil, infantil y prejunior y alcanza sólo para dos partidos de la junior y la juvenil.

“Ya veremos que ocurre cuando se nos acaben las reservas. Entre las escuelas y los padres nos hemos unido para abatir este problema, pero es muy complicado. Ya no hay dinero y todo está muy caro. No queremos vernos en la necesidad de detener nuestros programas por esta situación”, concluye Becerra.

El escenario se replica en todos los deportes. En las piscinas de La Yerbera, en San Agustín, un grupo de pequeños entrena en las piletas, contra la adversidad.

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“Tenemos al menos 80 chamos en la escuela; la mayoría de muy bajos recursos. Muchos comenzaron nadando en interiores, y sólo 4 ó 5 tienen lentes”, relata Hilario Ruiz, quien funge como entrenador en el recinto desde hace varios años.

El técnico indica que equipar a un nadador puede ascender a la suma de 50-60 mil bolívares, sólo con la compra del traje de baño, gorro y lentes que, además, pueden requerir sustitución cada seis meses, en una piscina bien clorada.

“Tenemos chamos, entre 11 y 15 años, con nivel para competir. Pero no tenemos ni para inscribirlos en las contiendas”, sigue Ruiz. A la precariedad se suma el recurrente problema de las piscinas en Venezuela: la falta de químicos.

“En tres oportunidades intentamos adquirir bombonas de gas cloro, para mantener el agua en condiciones aptas para los niños; pero fue imposible porque no contábamos con el dinero”, comenta Ruiz, quien añade que en búsqueda de recursos se descubrió, incluso, un supuesto caso de malversación de fondos, en torno a la antigua junta directiva del club, liderada por Iris Rojas, quien fue destituida, con el respaldo del Instituto Nacional de Deportes (IND).

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“Sacar adelante el proyecto ha sido muy complicado. Ahora, la comunidad devolverá el recinto al IND, pero con la condición de que funcione bajo las instrucciones de un comité de la localidad, que garantice el bienestar de los niños. Esta es nuestra mejor manera de mantenerlos ocupados y alejados de la delincuencia”, sentencia el entrenador.

Frustración: el aliciente para la delincuencia

“Hay una creencia de que la psicología deportiva tiene que ver con el refuerzo mental del atleta, y que este está abstraído del entorno social; pero no es así, en mi experiencia atendiendo jugadores de diversas edades, he visto como los límites y las dificultades perjudican sus decisiones”, afirma Roger Rondón, especialista egresado de la Universidad Católica Andrés Bello, y codirector de la fundación Deporte para el Desarrollo.

El psicólogo, con cuatro años de labor en el ámbito deportivo, asegura que las carencias que padecen los pequeños atletas, en la mayoría de los sectores del país, tienen consecuencias devastadoras en la personalidad y desarrollo del muchacho en su adolescencia y, posteriormente, su adultez.

“La situación país ha permeado en el deporte menor. Con respecto a otros años, la exposición del niño a las actividades físicas es muy baja. La dinámica es totalmente distinta, por un factor económico. Esto, sin duda, no sólo afecta la condición física del chamo, también lo desmotiva. Aunque uno piense que el niño no percibe lo que ocurre, la verdad es que está bien enterado del problema”.

familia1Rondón basa su premisa en su experiencia laboral. “En la mayoría de los casos, el niño toma el deporte como hobby, y no como carrera. Sin embargo, aunque no se proyecte como profesional, querrá copiar la vestimenta de su jugador favorito, fantasear. En Venezuela, esto es prácticamente imposible”, señala.

“Entonces, el chamo se desanima. Si a eso le sumas no poder ni siquiera ir a entrenar, tienes como resultado un niño perjudicado emocionalmente. Entonces se pregunta: ‘¿por qué no puedo jugar como cualquier niño del mundo?’, y nace la frustración”.

El especialista asegura que el daño que esto provoque en la personalidad del niño dependerá de los recursos psicológicos que se manejen, y del apoyo que reciba de sus seres queridos.

“Muchos chamos, al crecer, deciden encaminar su pasión en otras áreas; pero cada vez son menos quienes intentan hacer carrera deportiva, pues son muchas las dificultades”, asevera Rondón.

Entonces, ¿qué ocurre cuando el pequeño no cuenta con el respaldo familiar? La respuesta es aterradora.

En las zonas más vulnerables, asediadas por la delincuencia y la falta de valores, aquellos niños que no logran el éxito en el ámbito deportivo, lo buscarán de una forma “más sencilla”.

“En los barrios, el deporte siempre ha significado la salida del muchacho a una mejor vida. A esto le llamamos búsqueda de ascenso social. Cuando el niño siente que fracasa y, además, no cuenta con el apoyo de sus padres, intenta de cualquier manera obtener reconocimiento. La manera más fácil, en las zonas vulnerables, es el hampa. La forma como se vive en Venezuela impacta en nuestra cultura. Se cree que ‘el más pilas es el que sobrevive’, y el chamo que crece no está exento de esto”.

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Rondón ha vivido esta experiencia de primera mano. “Una vez, en una cantera de un equipo de fútbol, le pregunté a un chamo que haría si no conseguía convertirse en profesional. Él confiaba mucho en mí. Me dijo que si no lo conseguía, se dedicaría a vender drogas, pues su hermano –inmerso en esta actividad- lo hacía, y ya tenía carro y una novia. Fue muy triste, pero no es el único caso”.

Sin embargo, el psicólogo afirma que, cuando el muchacho logra sobreponerse a estas situaciones y triunfa, sigue acarreando los problemas de una precaria educación.

“Algunos, con mucho talento, llegan lejos. Pero, si no logran dejar estas conductas de lado, se convierten en jugadores problemáticos, con conductas indeseables, que limitarán su desarrollo como profesional”.

¿Hay salvación? Sí, según el experto:.“Si bien, las posibilidades de caer en la delincuencia son altas, no debemos generalizar. Si vinculamos el deporte a la situación social y le damos carácter formativo, realzamos su función como factor protector. Debemos trabajar fuerte para contrarrestar estos hechos, pero sí es posible”.

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