De Interés

Cabrujas: había algo llamado intelectual

En el cine van a pasar algo que se llama documental. Trata sobre un señor que al parecer tenía otra persona que hacía las colas por él, porque le daba tiempo de hacer muchas cosas distintas. Al parecer, era algo que se llamaba intelectual, que no se sabe muy bien qué función cumplía. Parece que era algo así como un Leonardo Padrón. La película se llama Cabrujas en el país del disimulo, un título bien extraño porque yo las únicas brujas que conozco son las de Halloween y en este país hace rato que ya nadie disimula nada.

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Me metí de coleado en una proyección después de marcar en la cola de la panadería. La película la hizo un señor que se llama Antonio Llerandi, que parece que también se la da de intelectual, junto con una pechuguita de lentecitos bien linda pero que habla poco, Belén Orsini. Escuché hablar a este señor Llerandi y dijo que su principal motivación fue que dio una clase a 22 estudiantes de segundo año de la Escuela de Artes de la Universidad del Zulia y ninguno sabía quién fue José Ignacio Cabrujas. ¿Y bueno, qué se esperaba el tal Llerandi? Lo único que es importante saber es qué día llega el camión de la Polar.

Lo que más me impresionó de la película es que como 50 personas de todas las profesiones (las conté, en serio) opinan del tal Cabrujas: Boris Izaguirre, el mismo del Miss Venezuela; un tal Teodoro Petkoff; un tal Jacobo Borges; un tal Isaac Chocrón; un tal Román Chalbaud; una tal Tania Sarabia, que creo que la he visto en telenovelas; un tal Cayito Aponte; una tal María Cristina Lozada; un tal Alejo Felipe; un tal Miguelángel Landa; un tal Ibsen Martínez, que le define como “un malandro admirable” (empiezo a entender qué significa lo de intelectual) y pare de contar. Casi todos esos pures me imagino que hacen la cola de la tercera edad, qué envidia.

Parece que todo el mundo en este país, chavistas y escuálidos, tenía algo que decir sobre ese señor, que tenía semerendo afro y semerendo bigote. Parece que a Cabrujas se la pasaban invitándolo a algo en la televisión que se llamaba programa de opinión, y que aquello era mucho más divertido que una cadena. “En lugar de una constitución que nadie cumple, deberíamos tener un reglamento de hotel”, dice con mucha verdad el señor bigotón en una de esas apariciones en un televisor muy viejo de una marca que llamaba Trinitrón.

La película da tanta información en 100 minutos que, después de la proyección, el señor Llerandi reconoció que dejó por fuera lo que para mí era lo más importante: que el tal Cabrujas era el fanático número uno de los Tiburones de La Guaira.

Lo más increíble de este señor Cabrujas es que escribía una cosa intensa que se llama obras de teatro y también escribía una cosa que se llamaba telenovelas (“espectáculos del sentimiento”, le decía a aquella lloradera) y parece que era el fanático número uno de una gritadera de gordas muy extraña que se llama ópera. O sea, tenía seguidores entre los sifrinos y las cachifas. Qué curioso es que alguien pueda caminar y mascar chicle a la vez. Era comunista, es decir, partidario de Nicolás Maduro, pero qué cosa tan rara, era el primero que se burlaba de los comunistas en sus obras de teatro como El día que me quieras. A lo mejor eso es lo que pretende Maduro en su programa de salsa, aunque Cabrujas dice que un Presidente es “alguien de quien todos siempre tenemos que defendernos”. ¡Coño, es verdad!

Cabrujas era una pluma que escribía un montón de cosas llamadas ideas, pero también un vozarrón y un cuerpo que comía muchísimo, seguro que a su casa llegaba puntual la bolsa del CLAP. Según cuentan varias de las entrevistadas en la película mientras se les ponen los cachetes rojitos, no había pantaleta que no quedara mojada cuando escuchaban la voz de este señor Cabrujas. Con tremenda labia levantaba más que el Coco Sosa. Quizás por eso en una de sus entrevistas dice: “La única inspiración del escritor es el trasero montado en la silla”. Quizás de ahí viene lo del disimulo. De verdad me empieza a gustar eso de ser un malandro intelectual.

Por cierto, la que parece que era la señora del tal Cabrujas, una tal Isabel Palacios, es una doña que sigue estando bastante buenas noches.   

Según dijo el señor Llerandi al final de la proyección, lo que más echa de menos de Cabrujas era su papel de orientador de algo que llamaban opinión pública, que increíblemente no era por Twittter, Facebook o Instagram, sino a través de algo que llamaban artículo de prensa, que se publicaba cuando el periódico El Nacional tenía papel. Que decían que era como un Avenger que se vengaba de todo lo que sucedía en el país.

Al mismo tiempo, fíjese qué cosa tan rara, Cabrujas era el rey de los cuenteros. Era un señor de Catia, y de chamo se iba con otros panas intelectuales a Pérez Bonalde, pero no a bachaquear, qué cómico, sino a “tener discusiones que eran pura mentira, puros argumentos inventados, y como Cabrujas era más culto que todos nosotros y era teatrero, inventaba mucho más y por eso sus obras le salían fáciles, porque ya estaba toda la estructura montada”, explica uno de los entrevistados, Jacobo Borges, parece que algo que llaman artista plástico, me imagino que es de esos señores que venden en Sabana Grande camioncitos de juguetes con botellas de refresco recicladas.

Los mejores cuentos quizás los echó Llerandi después que se acabó la película. Por ejemplo, que Cabrujas convenció a los gerentes de un canal que se llamaba RCTV de hacer una telenovela basada en Campeones del escritor Guillermo Meneses, pero que en realidad Cabrujas no se había comprado todavía esa cosa para adornar estantes que se llama libro, y entonces salió disparado a leerlo, y después que lo terminó le dijo todo angustiado a Ibsen Martínez: “Poeta, este libro es una mierda”. Pero que igual le echó pichón a la telenovela porque era un vergatario.

La película Cabrujas en el país del disimulo tiene algunos segmentos actuados, uno de ellos sobre una doña que monta cachos y la pillan en un video del celular; el señor Llerandi dijo que es para que la gente no prefiera gastarse el dinero en Cincuenta sombras más oscuras (parece que le dieron como dos salas nada más para pasar el documental: “Para estrenar en el cine venezolano hay que meterse en una cola”; eso lo entendí clarito), pero sinceramente, siendo yo más malandro que intelectual, me divirtieron mucho más las entrevistas. Por ejemplo, las que echan el cuento de que la muerte del señor Cabrujas fue digna de una obra de teatro suya, que lo trajeron de Margarita en avión y lo sacaron clandestinamente de Maiquetía como si se tratara de un cargamento de los narcosobrinos.

Como dice el alto pana Cabrujas, que era como uno de los nuestros aunque no pasaba hambre: “La burla es el estado natural del pobre”. Parece que eso de ser intelectual se trata de jugar con las palabras y dejarlo a uno pensando, algo que no hacía desde que deserté del liceo. Me gusta. Vayan a verla, aunque se pierdan una cola.

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