De Interés

Carteras, pañuelos para Adrián

El muchacho podría llamarse Adrián u Oliver o Pablos. Digamos que en algún momento tuvo un alma inocente. Gente como él, siempre pero siempre cae en manos de alguien.

Publicidad
AFP PHOTO / Jonathan NACKSTRAND

Alguno, sin más, lo volverá su lazarillo y lo dañará en su maldad. Otro se esconderá tras la máscara y se mostrará como un risueño benefactor. Le montará bellezas, le dirá que su visión del mundo está cargada de amor, que allí, con él, en su regazo, estará seguro, salvado. Que se superará, que será libre. Le mete en la cabeza una historia perfecta, y con esa historia perfecta lo lanza a los peligros del mundo, en picada, y sin tener idea de nada. Nosotros hacemos carteras y pañuelos, le dijeron a Oliver Twist. Pero cuando aquel muchacho salió al mundo, descubrió que realmente los chicos que le hacían compañía y Fagin, su jefazo, no eran fabricantes sino ladrones de carteras y pañuelos.

¿Cuántos Oliver Twist se devuelven? Muy pocos. Las víctimas suelen terminar en victimarios. Pienso en la oscuridad que rodea al infame Pérez Venta. ¿De dónde salió? ¿Qué tan necesitado estaba de oídos, de voces, de aprecio, de reconocimiento? ¿Qué le metieron en la cabeza aquellos que lo encontraron perdido por los caminos de la desolación?

Nuestros candidatos de Manchuria, ¿Cuántos son? ¿Para qué los entrenan? Corren con patines sobre asfalto, los hacen soñar con la nieve, y luego los lanzan a la realidad. Al mundo terrible. Unos descuartizan, otros caen y vuelven a caer sobre la nieve. Ellos son metáforas del engaño, de la narrativa paternalista que te asegura que vas a realizar tus sueños.

¿A cuántos grados del sueño prometido por Hugo Chávez estamos? Según el señor Hermann Escarrá, el pueblo no vive el acoso del hambre, todo está de mil maravillas; sí ocurre, en cambio, que hay un sector que tiene antojos y caprichos. No más que eso. ¿Ven? Allí están los abalorios. El señor Escarrá no hace más que usar las palabras del simulacro que le funcionaron tan bien al Estado revolucionario durante sus primeros años. Pero el engaño sigue allí, la cortina de palabras de humo sigue nublando el horizonte. Tenemos una revolución que le mete a la gente, una mal parapetada teoría tropical que va en patines, y tenemos una realidad que va en picada y que nos derriba y nos vuelve a derribar.

Sí, yo también vi la sonrisa de Adrián Solano, sí, también me pareció simpática, conmovedora. Claro que sí. Su rostro refleja inocencia, la inocencia de alguien que creyó en los cuentos que otros le montaron, así como mucha gente se creyó –y se cree- la respuesta para todas nuestras miserias es el cuento de un Estado Todopoderoso y avaro que se hace llamar pueblo y que dice amar al pueblo. Yo no sé si Oliver o Pablos o Adrián sea revolucionario. No es eso: es que Oliver o Pablo o Adrián es la metáfora de la gente que se deja ganar por el delirio engañoso de otros. Y hablo acá de esa gente que no ha salido con bien y con dólares de las bambalinas revolucionarias. No, yo hablo de gente que ha terminado mal  y que está mal.

Con unas cuantas lecciones de patín en la tierra tropical no se aprende a esquiar en la nieve, al igual que con unas cuantas ideas trampeadas y convenientes sobre el socialismo no se arregla un país. La alucinación de las falsas ideas nunca es igual a la realidad. Es más, la teoría tampoco es igual a la realidad. La revolución sigue delirando, se monta mundos perfectos y posiblemente se los cree, como el señor Escarrá se los estará creyendo. Es fácil aferrarse a mundos maravillosos cuando nunca se ha salido a la realidad y no se ha comprobado lo dura que es. Es sabroso hablar de revolución desde los dólares de Miraflores, ¿no? Pero hay mucha gente que sale mal parada de todo esto. Gente con sonrisa inocente y conmovedora, que creen que van a cumplir sus metas, que creen que van a fabricar carteras y pañuelos, cuando realmente terminan metidos en la más corrupta trampa de los más despiadados ladrones.

Publicidad
Publicidad