De Interés

El país que los dirigentes chavistas no quieren ver está en el Metro

Salvo un intento fracasado de sacarle provecho a un Volkswagen en el año 2007, siempre he utilizado el transporte público en Caracas. Vivir cerca de una estación del Metro pasó de ser una bendición a una manera de medir, como esas encuestas que cada cierto tiempo nos hablan de nuestras percepciones, la opinión del ciudadano "de a pie".

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Metro Bello Monte

El Metro fue mi salvación como estudiante de periodismo. No habría terminado la carrera si no hubiera contado con esa opción de transporte. El trecho era largo. De madrugada recorría el tramo San Bernardino-Bellas Artes- El Silencio- Transferencia-Antímano-UCAB. El Metrobús y las camioneticas eran mis otros aliados. La etapa universitaria comenzó en 1992 y finalizó en 1998.
De hecho, en los vagones terminé de resolver tareas o leer guías y libros que serían la base de exámenes importantes. Cuando comencé a trabajar mientras estudiaba, los asientos me servían para pequeñas siestas. En una oportunidad, supongo que cansado o trasnochado, caí rendido y el tren se convirtió en un eterno loop, hasta que un señor me despertó varias horas después. Aún me río al recordarlo, pero da escalofríos pensar qué podría pasar si eso ocurriera hoy.
En esos pasillos iluminados, colgado de las agarraderas, me enamoré de rostros sin nombre. Fantaseaba con protagonizar alguna escena a lo Woody Allen con esas preciosas muchachas que venían de Plaza Venezuela. Nunca pasó, obviamente. También aproveché para desarrollar una habilidad que me enseñó un profesor de Literatura Española: armar palabras derivadas del nombre de una estación. Por ejemplo, de Antímano sale «Mano», «Ano», «Ana», «Mona», «Timo», «Otan», «Nano» y así… Argentino de nacimiento, me aseguraba que Jorge Luis Borges le había dado clases y que esa técnica servía para mejorar el lenguaje o para que el tiempo pasara más rápido.
Gracias al Metro asistí a mi primera cita romántica en el CCCT, fui a conciertos en El Poliedro y Chacaíto, comencé mis pasantías en la C. A. Editora El Nacional y seguí mi formación en la Cadena Capriles. Hace casi una década me mudé y circundé el área de Los Palos Grandes, Altamira y Chacao. Siempre me moví en función de contar con una estación cerca. Hoy, con los continuos cierres y los baños de lacrimógenas, no luce como una buena idea. Pero esa es otra historia.
Hace más de un año realicé un largo recorrido para contarles sobre lo que la gente habla en el Metro. O al menos lo que yo escuchaba. Pero también reseñé el deterioro y el aumento de vendedores ambulantes. Hoy, ese deterioro es mucho más preocupante. No solo se trata de las estaciones en los que se dejan abiertos los torniquetes, sin importarle a nadie el dinero que allí se pierde. Es el mal olor de las estaciones, la mugre que cubre el piso de los vagones y las fallas constantes en arribo de trenes y aire acondicionado.
Sin embargo, lo que realmente destroza el corazón es la cantidad de gente que pide dinero. Ya no hay vendedores de Mentos. Ahora los hay de chupetas, barriletes, dulces de jengibre y chocolates de marcas desconocidas. A ellos se suman una gran cantidad de adultos mayores que piden dinero para comprar medicinas, operaciones en stand by o comida. Los hay, incluso, que solicitan cualquier alimento que nos haya sobrado de un almuerzo o algún producto que tengamos en nuestros bolsos.
En un tramo corto, supongamos de Miranda a Chacaíto, que son cuatro estaciones, es probable que confluyan entre 6 y 10 personas, entre los que venden un producto o solo mendigan. Físicamente deteriorados, prácticamente ruegan por cualquier ayuda. El pasado lunes presencié una escena que parecía sacada de una obra de Charles Chaplin. Un señor de unos 70 años solicitaba una ayuda para paliar su cardiopatía. Pocos le prestaron atención. Un «niño de la calle», que estaba acompañado de otros muchachos, completamente curtido por dormir en el asfalto, sacó de su bolsillo cinco bolívares y se los dio.
Pero está ocurriendo otro cambio. Los vagones del principio o final están reservados para las personas de la tercera edad. Durante mucho tiempo era imposible encontrar en este sector una voz contra Hugo Chávez Frías. Las defensas férreas a favor «del proceso» se repetían regularmente. El argumento de las pensiones y cómo habían mejorado durante el chavismo era el preferido para acallar a quienes proferían alguna opinión contra la Revolución del Siglo XXI. Hoy el viraje es de 180 grados. No solo se trata de conversaciones abiertas. En el último mes he visto tres condenas a la represión en las marchas. La última terminó en aplausos cuando una señora gritó: «No podemos dejar a esos muchachos solos, tenemos que apoyarlos así seamos unos viejitos».
En el «Libro del desasosiego», el poeta Fernando Pessoa dice que «La vida es lo que hacemos de ella. Los viajes son los viajeros. Lo que vemos no es lo que vemos, sino lo que somos». Tal vez por eso es que la dirigencia chavista prefiere la larga distancia. En las estaciones se escucha Radio Miraflores, que vende lo que ellos ven, aún cuando no pisen una de las tantas escaleras mecánicas que hace años dejaron de funcionar.]]>

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