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Violencia y comunicación deportiva: responsabilidad compartida

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Hace unos años, observé la trasmisión televisiva (en diferido) que hizo un canal regional de un partido de la Primera División del fútbol profesional. La persona que fungía de comentarista, estalló en cólera cuando el técnico del equipo visitante se adentró en el rectángulo de juego en pleno partido. “¡Ladrón, vienes a robar a este fútbol!”, decía a través del micrófono el comunicador, emanando otros improperios más sobre el estratega, casualmente extranjero, sin ningún atisbo de prudencia con respecto a lo que decía.

Siento un enorme aprecio y admiración por la profesión de comunicador social. Sin haberme titulado en esa carrera universitaria (soy Licenciado en Estudios Internacionales), el tiempo quiso que por mi oficio, haga el ejercicio de la misma, siempre respetando el espacio y los privilegios que por méritos y conocimientos deben tener los periodistas. Sin embargo, la labor desvirtuada me obliga a que prenda la luz de advertencia sobre lo que está ocurriendo en el periodismo deportivo en Venezuela, específicamente, el que cubre la fuente de fútbol.

Los comunicadores han dejado de ser simples intermediarios en la información a convertirse en protagonistas activos del escenario social. Así como abunda la proliferación de medios alternativos y de redes sociales como canales de comunicación inmediatos, han surgido personajes que, amparados en su espacio televisivo, radial, escrito o simplemente con el teclado de un computador, tableta o teléfono inteligente, irresponsablemente se convierten en factores promotores de la violencia. En otros casos, desde añejas vitrinas, impunemente siguen sembrando en sus receptores el germen del odio y el desprecio.  

Sin querer abordar los aspectos legales que se infringen cuando el mensaje emitido quebranta el principio de la información veraz y responsable, pareciera que se ha hecho una modalidad (por clasificación y moda) el instigar a la generación de climas de hostilidad, por el hecho sencillo de decir lo que la gente “quiere oír” (demostrativo claro de la descomposición social) o ganar seguidores en las cuentas personales de redes sociales.

Cuando cumplí el curso de Locución certificado que ofrece la Universidad Central de Venezuela, pretendía conocer más de tan apasionante mundo, siempre ajustándome a las normas y especificidades que deben cumplir quienes están detrás de un micrófono, pero el tiempo me ha mostrado que no existe un papel o credencial que sirva de requisito para ser “locutor”: lamentablemente en nuestro país, hoy solo se necesita un buen puñado de clientes para cubrir los costos de un espacio radial, suficiente para comenzar a emitir cualquier mensaje sin importar el talento, la preparación y el conocimiento que se tenga sobre la función que se desempeña.

De este modo, han surgido los “fanáticos del micrófono” que cabalgan en los medios como en el salvaje Oeste sin responsabilizarse de cada concepto que genere, bueno o malo. Algunos, titulados también o con enorme experiencia (entendiendo aquí que la experiencia no quiere decir que tenga mucho tiempo haciendo las cosas de buena manera), explotan la crítica desmedida y trasladan a los radioescuchas las sensaciones negativas (odio, rabia, frustración) que florecen en los estadios y otros escenarios deportivos.

En la cobertura mediática del fútbol en Venezuela, las viejas disputas generadas en otros escenarios (políticos, económicos y sociales) entre el centralismo de la Capital y el regionalismo, ahora son el veneno que impregna los dardos que se disparan desde y hacia el periodismo de Caracas. Un manejo que aparta la objetividad del análisis y que se usa como excusa para condenar y justificar acciones. “La prensa capitalina”, “la prensa rosa”, “los resentidos”, son términos que se dejan leer en las cuentas de Twitter de reconocidos comunicadores, que parecen ignorar o negados a asimilar el grado de influencia que generan en quienes los leen o escuchan con cada expresión descalificadora.

Pugnas entre colegas en redes sociales, ofensas, lenguaje inadecuado, bromas de mal gusto y las siempre cobardes “indirectas” son comunes, perdiendo eso que algunos llaman “códigos” (ética, en la comunicación social) y desvirtuando vilmente la profesión ante el público que, expectante, se contagia de un paradigma de lo que no debe hacerse.

Ante la profunda crisis que Venezuela atraviesa en todos los ámbitos, el rol que debe cumplir el periodista – comunicador es esencial en su superación. Predica la Profesora del Instituto Tecnológico de Monterrey, Luz Castillo, que justo en estos días complicados “resulta que el chisme y el amarillismo prevalecen sobre lo que debiera ser la esencia del periodismo: el esfuerzo por mostrar a los lectores-televidentes-radioescuchas que día a día se hacen esfuerzos por construir una sociedad mejor”.

Extraño la escuela seria, la que impulsaba la investigación periodística en el deporte, que promovía el respeto, la lectura y el crecimiento permanente. Hoy, el fútbol es cubierto por una gruesa mayoría que siembra la popularidad y el incremento de seguidores en las redes sociales como “masajeador de egos”, diría el maestro Daniel Chapela. En esta distorsión del deber ser, la fama y el llamar la atención hoy tiene más valor que la satisfacción de desempeñar la profesión a cabalidad.

Permítame, sí se puede, dar un mensaje: aquí no quiero decirle al periodista o al comunicador qué debe decir ni cómo debe decirlo. Solo quiero recordarle la cuota de responsabilidad que tiene con cada mensaje que emite, que esa misma violencia que condena en su pregón, puede ser generada por él mismo.

“A fin de cuentas, la ética no es un código de conducta, es un saber que se forma a partir de la reflexión sobre la propia experiencia y que nos permite elegir las acciones que llevaremos a cabo”.

Luz Castillo, en “Responsabilidad Social del Comunicador y Ética: de la Deontología a la Defensoría del Lector”.

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