Día del orgullo

Sufrir por un nombre que ya no es el tuyo: otra discriminación silenciosa

No se trata de solo un cambio de letras, el reconocimiento del nombre de las personas transgénero, no binarias e intersexuales sería el principio para garantizar su identidad de género. En esta nota dos mujeres trans hablan de su experiencia en Venezuela, un país que sigue vulnerando su derecho a la identidad

Publicidad

«A los 11 años yo me di cuenta de que era varón. Me vi en el espejo y dije: «No soy una mujer». Entendí por qué a mí y a mis hermanas nunca nos dejaban bañarnos juntas. Yo no era igual a ellas», relata Bárbara Gallardo, una mujer transgénero de 48 años de edad que vive y trabaja como estilista en Petare.

El día en que reconoció las razones por las cuales su mamá le cambiaba la ropa o no la dejaba jugar con muñecas con total libertad, su vida cambió: «No lo entendía. Yo nunca estuve encerrada. Yo juraba que era una mujer. Yo era inocente y cuando ella me decía algo sobre mi forma de vestir, yo le respondía: ‘¿Por qué si eso es lo que a mí me gusta?'».

Bárbara Gallardo camina por el casco histórico de Petare segura de sí misma. Tiene 33 años trabajando en la zona y todos la llaman por su nombre. Foto: Daniel Hernández.

Bárbara recuerda que una tía le explicó sin rodeos la situación: «Me dijo hasta cómo se hacían los muchachos porque mi mamá decía que los niños salían por el ombligo. Ahí fui entendiendo». Ese conocimiento lo reforzó con una clase vaga de educación sexual en sexto grado.

Ella cuenta que hubo presión familiar para que cambiara su identidad, pero decidió reafirmarla y a encarar el mundo: «Siempre han batallado conmigo, incluso aquí en el trabajo… Hasta que me aceptaron como soy y me dejaron ser como yo era».

Desde los 15 años «La Gitana» ha sido el lugar de trabajo de Bárbara, con el tiempo, ahí consiguió el apoyo y la confianza que necesitaba para ser ella misma. Foto: Daniel Hernández.

El nombre de Bárbara tiene historia: “Me llamo así desde que ganó Bárbara Palacios. Justo cuando ella ganó, mi mamá me mandó a la bodega de un vecino y él gritó: ‘Llegó Bárbara Palacios’. Ahí quedé como Bárbara y ahora no vas a poder creer el gentío que me conoce por ese nombre. Yo lo adopté. Es muy poco el que me llama por mi nombre, o es muy cercano como vecino, o algunos lo hacen por chocancia, y otros no sé por qué lo hacen. Pero muy pocos me llaman por mi nombre”.

El puesto de Bárbara queda justo cerca de la entrada de la peluquería «La Gitana». Se enorgullece de su labor porque puede ser creativa. Foto: Daniel Hernández.

Cuando Bárbara habla de su nombre se refiere al que le asignaron sus padres, ese que también sale en la cédula y le ha traído problemas: “Lo más fastidioso es lo legal, el fastidio de los policías, o de repente voy a un banco y te llaman por ese nombre. Eso es incómodo porque cuando me paro, todo el mundo se queda así, mirándome, como diciendo: “¿Más o menos?”.

Existir pero ser invisibles

El estigma y la invisibilización de las personas transgénero, no binarias e intersexuales en Venezuela es una situación generalizada: intentan hacer una vida normal, pero al no haber un reconocimiento pleno de sus derechos identitarios, es complejo desarrollar todas sus capacidades.

En diciembre de 2022, un grupo de diputados de la Asamblea Nacional 2020 anunció que se gestionaría el cambio de nombre de 10 personas transgénero a través del artículo 146 de la Ley de Registro Civil, que señala que es un proceso posible. Sin embargo, el caso no avanzó.

«Eso fue una promesa de reuniones para crear protocolos y establecer procesos, lamentablemente se han dado reuniones con la Asamblea Nacional, con la Dirección de Registro Civil del CNE, pero eso no se ha traducido en cambios efectivos», dice Yendri Velásquez, coordinador del Observatorio Venezolano de Violencias LGBTIQ+, una organización que monitorea y registra cifras de personas víctimas de discriminación y violencia por orientación sexual e identidad y expresión de género.

Yohangelys Rojas es merideña e inició su transición a los 15 años. Sin embargo, todavía su cédula muestra el nombre que le asignaron sus padres. Foto: Daniel Hernández.

«Lo que estamos viendo hoy es lo mismo que ha hecho el Estado en los últimos años: hacer promesas vacías, iniciar procesos propagandísticos, pero que al final del día no se traducen en garantías de derechos efectivos para las personas LGBTIQ+», expresa Velásquez.

En otras palabras, las personas transgénero, no binarias e intersexuales tienen una vida, pero continúan siendo invisibles ante la ley.

Yohangelys Rojas, una médico transgénero de 29 años de edad, que empezó su transcisión física a los 15 años, lo cuenta: “En mi caso, cuando un paciente llega, se sorprende. Todos van buscando a la doctora Rojas, no preguntan por Yorman. Se cohíben. Piensan: “¿Realmente me va a atender?, ¿Realmente sí es médico?, Si es mujer, ¿por qué tiene nombre de hombre? Eso me perjudica”.

A pesar de la discriminación, Yohangelys ha conseguido apoyo de sus colegas y pacientes. Foto: Daniel Hernández.

Uno de los episodios de discriminación que marcó a Yohangelys lo vivió en enero de 2022. Se postuló a un postgrado de Ginecología y Obstetricia en el Hospital Materno Infantil de Caricuao y días después de haber comenzado, le dijeron que debía cambiar su apariencia física para seguir.

“No podía tener el cabello largo. No podía maquillarme. No podía usar zarcillos. Tenía que cambiar mi apariencia porque en el título no sale mi nombre, Yohangelys, sino el del documento de identidad”, contó entonces a El Estímulo.

El caso llegó al Ministerio Público, se hicieron las audiencias, pero no le hicieron entrega de algún documento que garantizara la continuación de sus estudios.

«Estudiar siendo una mujer transgénero es un privilegio porque la discriminación se encuentra en las universidades», dice Yohangelys. Foto: Daniel Hernández.

Aunque la experiencia fue dolorosa, no era nueva para Rojas: “Antes me enfrenté a una universidad donde había muchísimo bullying y personas diciéndome: “Tú no puedes”. Pero yo dije: “Sí puedo. Soy una mujer transgénero y lo voy a lograr. Yo voy a estudiar”. Todo eso pasa por tener una identidad de género que no está reconocida en el país, donde no podemos legalizar nuestros documentos, formarnos con normalidad y dar a conocer lo que podemos aportar”.

Luchar por un nombre: burocracia, tiempo y dinero

Una sola vez Bárbara Gallardo intentó cambiar su nombre. Tenía 30 años y se acercó al registro civil para averiguar los pasos del proceso: «Me dijeron que eso era mucho papeleo. Además yo no soy caraqueña, soy de Margarita. Entonces tenía que empezar por allá. Yo dije: «¡Ay, qué tanto! Mi cédula no la ve todo el mundo». Pero aunque a veces parece un cambio de letra, no es eso nada más».

Bárbara fue detenida en múltiples ocasiones por ser una mujer transgénero. Aunque decía que trabajaba como estilista y no «en las calles», los funcionarios de la extinta Policía Metropolitana la llevaban al centro de reclusión de la Zona 7, cerca de La California, porque su cédula decía un nombre no acorde a su expresión de género. Foto: Daniel Hernández.

Para una persona transgénero, el cambio de nombre haría cualquier trámite más sencillo y abriría puertas que por años se han mantenido cerradas.

Yohangelys lo reconoce: «Hay personas transgénero que han tenido múltiples problemas, tanto familiares como económicos, y no han tenido la oportunidad de estudiar. Lo que yo logré es un privilegio».

En 2022 Yohangelys tuvo que parar sus estudios de postgrado. Los médicos que daban las clases le indicaron que debía cambiar su apariencia para continuar. Foto: Daniel Hernández.

Prissila Solórzano, activista por los derechos humanos y mujer transgénero, resalta además que el problema se acentúa en un contexto de crisis como el de Venezuela: «Ese un proceso que toma tiempo e implica dinero. Sí, no debería ser así, pero es la realidad. Como todos los venezolanos, nosotros también vivimos la crisis humanitaria y necesitamos trabajar para comer y pagar servicios. Pero hasta eso es complicado, conseguir un trabajo siendo transgénero».

El nombre es un primer paso

Algo que organizaciones por los derechos LGBTIQ+ y activistas independientes destacan es que el cambio de nombre es un primer paso, pero no significa el reconocimiento total de los derechos de identidad de comunidad.

«No es suficiente porque eso todavía dejaría un tema por reconocer que es el cambio de su identidad autopercibida en la partida de nacimiento y en documento internacional, que sería el pasaporte. Es un trabajo del registro, pero también del CNE», dice Velásquez.

Además rescata que otro punto importante son las políticas públicas: «Las leyes por sí solas no transforman las estructuras de pensamiento colectivo. No son necesarias solo las leyes y sus reformas, sino que además eso se traduzca en programas de prevención y comunicacionales, y que no estén llevadas solo por las organizaciones de la sociedad civil, porque ya hemos visto que el impacto que tenemos como organizaciones es limitado».

Bárbara adoptó su nombre la noche en que Bárbara Palacios, Miss Venezuela y Miss Universo 1986, se coronara. Foto: Daniel Hernández.

Un factor clave para quienes intentan hacer esta gestión es la revictimización. El Observatorio Venezolano de Violencias LGBTIQ+ ha registrado varios casos en los que funcionarios del Estado discriminan y estigmatizan a personas transgénero, no binarias e intersexuales cuando asisten al Saime o los registros civiles.

«Es una manera de obstaculizar, de forma violenta, el acceso a sus derechos. Esto tiene consecuencias, ya que esas personas no están denunciando ante el Ministerio Público, a pesar de la creación de la Fiscalía Especial de Diversidad de Género y Derechos Humanos. Y la razón es clara, al final se está encontrando con este obstáculo, que es la transfobia, la homofobia, la misoginia, el machismo, dentro de la estructura receptora de denuncias», explica el coordinador del OVV LGBTIQ+.

Para contrarrestar esto, la recomendación de Velásquez es una sola: «Hay que poner en practica dos cualidades humanas, la empatía y el respeto. A partir de allí podemos empezar a reconstruir todo el sistema que hemos mantenido, porque al final no estar en ese patrón inculcado no debe negar derechos, oportunidades o servicios a las personas LGBTIQ+».

Trabajo y respeto: la manera de seguir adelante

Aunque Bárbara y Yohangelys no tienen algún vínculo, coinciden en algo: a pesar de que el Estado no las reconoce como mujeres, solo con respeto, trabajo y asumiendo su identidad de género con orgullo han podido salir adelante.

«Mi papá me decía: “Es mejor andar solo que mal acompañado. Siempre que usted respete, a usted lo van a respetar. Si usted anda con escándalo, escándalo van a armar”. Así he llevado yo mi vida. Siempre he buscado respetar para que me respeten a mí», expresa Bárbara. Foto: Daniel Hernández.

«Yo camino por Petare, por donde sea, y nadie me arma escándalo o se burla de mí. Todo el mundo me respeta porque aquí en Petare, en la zona colonial, tengo 33 años trabajando. Me llaman Bárbara, me saludan con respeto y nunca me han buscado de agredir, a excepción de los policías. Eso no se gana de la noche a la mañana. No es fácil, es fuerte. Pero yo siempre supe sobrellevar las cosas», explica la estilista.

Algo parecido dice Yohangelys, especialmente por la experiencia que ha tenido con sus pacientes: «Ellos no me excluyen porque ellos me ven y lo que les importa es que les brinde atención médica, que les garantice que con lo que les estoy indicando se van a mejorar. Eso es lo que gratifica».

«A esas personas que no entienden, les diría que estudien y aprendan sobre lo que podemos sufrir las personas transgénero: la exclusión de no tener un nombre, que no respeten el que elegimos, que nos llamen por el nombre con el cual no nos identificamos», dice Yohangelys. Foto: Daniel Hernández.

Pero nos las hace olvidar que su identidad, llevar su nombre en la cédula, es una deuda pendiente: «Me encantaría tener un documento que diga que me llamo Bárbara en vez del otro nombre. Sería totalmente feliz. Podría mostrárselo a la gente, bien cerquita, que me llamo Bárbara».

«Yo siempre me he impulsado yo sola. Si no fuera por la fortalece mental que tengo, a lo mejor ni estuviera aquí», resalta Bárbara. Foto: Daniel Hernández.

Nota del editor: *Yohangelys Rojas, la entrevistada, dio su autorización para utilizar el nombre legal para este texto*

Publicidad
Publicidad