Los zapatos deportivos desgastados combinan con los jeans sucios y desteñidos. A su franela le faltan algunos botones y su gorra es su mayor compañera para taparse del sol. Se sujeta las manos en la cabeza, quizás de cansancio, quizás de decepción. Piensa que aún le queda algo de suerte, al menos no tiene una infección en el ojo como el hombre a su lado, al menos sigue vivo, a diferencia de 29 de sus compañeros de protesta que trabajaron en Exxon Mobil.
Esta sentado en las escaleras de la Torre HP en Los Palos Grandes, junto a 150 compañeros más que se ven como él, que protestan como él, que esperan como él una indemnización por algo que parece que el gobierno de Maduro olvidó hace mucho tiempo.
Hoy están protestando, no ante el gobierno, del que no tienen respuestas, sino ante el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo.
El grupo está integrado por ex trabajadores de la Exxon Mobil en Venezuela. Sin embargo, la expropiación en 2007 de la petrolera estadounidense hizo que los 12.250 trabajadores venezolanos que pertenecían a esta multinacional pasaran a la nómina de Pdvsa. Desde ese momento, sus condiciones laborales empeoraron y la espera por el pago de pasivos laborales que les correspondían al salir Exxon Mobil se hizo eterna.
Desde la Faja del Orinoco hasta Caracas
Convencidos de que en Caracas se puede acelerar el pago que se les adeuda, los ex trabajadores petroleros de los estados Bolívar, Anzoátegui, Monagas y Delta Amacuro migraron hasta la capital venezolana en busca de respuesta a sus demanfdas.
Ya pasaron 18 meses desde que se vinieron a Caracas y, según Felix Lopez, representante de los trabajadores, aún no han recibido «ni un vaso de agua» de parte del gobierno.
Este será su tercer carnaval en la capital venezolana, aunque los ánimos festivos los perdieron hace mucho tiempo. Dormir en la plaza de La Moneda, cerca del Banco Central de Venezuela, les pasa factura. El cansancio no se puede ocultar en sus rostros. Cincuenta de ellos hicieron una huelga de hambre hace menos de un año, aunque no lograron nada, solo la muerte de un compañero por un paro cardíaco.
«Ya no somos ni la sombra de lo que eramos», sentencia Lopez. Sin embargo, aseguran que seguirán reclamando el tiempo que sea necesario hasta que Jorge Arreaza los reciba, hasta que los escuchen, hasta que les paguen.
«Estamos viviendo de lo que recogemos de los escombros, de la venta de verduras en las avenidas, y apenas compramos cueritos de pollo para hacer sancochos y poder comer todos».
A pesar de estar cansados y enfermos, muchos ex trabajadores de la Exxon Mobil continúan protestando.