Carlos Omobono vivió los dos últimos años en Italia con severos problemas de salud
Por las limitaciones a la libre expresión en radio y TV impuestas, Omobono se fue a Italia en 2013, agobiado también por una tragedia personal. Eliana Loza Schiano, periodista venezolana residente en Roma y una de sus amigas más cercanas, lo describe como un hombre inteligente, agudo y un entusiasta activista político
Al anunciar la noticia del fallecimiento de Carlos Omobono, el pasado lunes 8 de julio, en la localidad de Pavía, cerca de Milán, en la cuenta de X de FM Center Es Noticia, circuito en donde el exiliado periodista, locutor, actor, dramaturgo y animador trabajó durante 14 años, se dijo que el deceso había sido por “causas naturales”. La realidad es que en los últimos dos años estuvo aquejado de serios problemas de salud, como consecuencia de una operación que le hicieron en octubre de 2022 para extirparle un tumor cerebral, de la cual nunca se recuperó.
A Italia había llegado en 2013 huyendo de la censura en los medios de comunicación venezolanos. Además de que no podía hablar con la libertad acostumbrada, en la televisión y las radios empezaron a ser intervenidas o estatizadas, Omobono tuvo una tragedia personal: su pareja, víctima del hampa común, en una paliza que le dieron para asaltarlo, lo dejaron en coma y así permaneció durante varios años. Fue el detonante para que decidiera irse de Venezuela.
Al principio, cuando llegó a Italia le fue bien, porque tenía varias corresponsalías de medios venezolanos impresos, digitales y radiales. Y escribía también artículos para El Nacional. Tuvo una intensa actividad política denunciando algunas actuaciones del gobierno y organizando encuentros y conferencias de prensa a favor de la libertad en Venezuela.
Nueva vida en Italia
Una de sus amigas más cercanas fue Eliana Loza Schiano, periodista venezolana residente en Italia, quien, en entrevista para El Estímulo, lo describe como un hombre “inteligente y agudo, gran conversador, directo y sincero”.
–Carlos llegó a Italia prácticamente huyendo del chavismo, que le había afectado muchísimo, tanto personalmente como profesionalmente. Ingresó como socio en la Asociación de Prensa Extrajera y de Roma se fue a vivir posteriormente a Milán, a la cercana ciudad de Pavía. No tuvo ningún problema para residir en este país porque tenía la doble nacionalidad, por su padre italiano.
-¿Cómo lo conociste?
-No lo conocí inmediatamente, sino después de varios años de su llegada, durante una reunión de la Asociación, aquí en Roma. Le tuve que confesar que durante mucho tiempo evité acercármele, porque me habían dicho que era corresponsal de Telesur y no pude evitar el prejuicio. Fue muy simpático y contundente en aclararme que nada tenía que ver con ese medio oficialista. De allí en adelante nos hicimos buenos amigos, aunque nos veíamos poco, porque él estaba en el norte y yo en Roma, hablábamos mucho por teléfono y por mensajes.
Una vez me pidió ayuda para escribir una carta en italiano y, al quedar muy satisfecho, este tipo de colaboración se hizo costumbre. Pasé a ser su “lápiz rojo” -como me bautizó-, porque parece que suelo ser buena para corregir textos y siempre me pedía el favor. “Cuatro ojos ven más que dos”. Esto era necesario para una persona como Carlos, excelente hablando, con esa voz bellísima, perfectamente impostada para la radio y la televisión, y ese torrente de ideas fácilmente expresadas, pero menos cuidadoso a la hora de escribir. Además de lápiz rojo fui “tijera”, porque no se puede escribir tanto, como cuando se habla. Hay que ser más conciso y breve. Él siempre, muy agradecido, seguía mis consejos.
-¿Cómo lo podrías describir como persona?
-Era un verdadero caballero, de una gran dignidad y elegancia, muy simpático, inteligente y agudo, gran conversador, directo y sincero (a veces, demasiado), fantasioso , soñador y sensible. Siempre elogiaba a las mujeres (“mis únicas y mejores amigas”), porque estaba convencido de que las mujeres “son seres superiores”. Quienes tuvieron oportunidad de tratarle en la Prensa Extranjera, le tenían una gran estima, era un hombre educado, de una cierta clase.
Como todos los de la diáspora, sufría por la situación de su país natal, era muy activo dentro de la colectividad venezolana para organizar eventos políticos. Por ejemplo, se encargó de las conferencias de prensa de Mariela Magallanes, representante en Italia del gobierno interino de Juan Guaidó, cuando vino a Roma.
-¿Tenía familia en Italia?
-No, sé que tenía hermanos, pero aparentemente se habían distanciado. Acerca de su vida personal era muy reservado; aparte del activismo político, no hablaba de Venezuela, entre otras cosas, porque cargaba con una tragedia personal: su pareja había sido brutalmente golpeada en un asalto de la criminalidad común para robarle, lo que le produjo un coma irreversible durante varios años antes de morir. Este hecho, así como el deterioro de la libertad de prensa en los medios estatizados, le llevaron a tomar la decisión de dejar definitivamente su país.
El deterioro de la situación económica venezolana lo persiguió hasta aquí, porque si bien al principio se defendía bien, tenía varias corresponsalías de radio, una columna en El Nacional y varios “tigres”, cuando llegó la peor crisis, ese terrible lapso de carestía y luego el Covid, su situación económica -como la de todo el mundo- ya no fue la misma. Como los problemas nunca llegan solos, Carlos tuvo una racha de mala suerte que culminó con el deterioro de su salud.
-¿Cuándo empezó a tener problemas de salud?
-En octubre de 2022. Estaba muy entusiasmado con las elecciones legislativas italianas, tenía la certeza y la esperanza de que Giorgia Meloni ganara la contienda, entre otras cosas, para que perdiera poder el Movimiento Cinco Estrellas, abiertamente simpatizante del chavismo. Me llamaba frecuentemente con gran entusiasmo para comentar los programas de televisión que hablaban de política. Un día me llama diciéndome que estaría fuera de circulación por un par de semanas, porque el 27 de ese mes de octubre lo iban a operar de un tumor cerebral. No me quiso dar posibles contactos para enterarme de su evolución, porque, según él, no había motivo de preocupación. “Todo saldrá bien”.
Le pregunté qué le pasaba exactamente y me dijo que, algunas semanas atrás, estaba paseando el perro del vecino y el animal corrió provocándole un tropezón contra una reja y un consecuente chichón. Pasaban los días y el chichón no se iba, sino que empeoraba. Fue al médico y después de algunos exámenes, le dijeron que tenía un tumor y que había que operarlo.
Esa fue su versión, después Mercedes, una gran amiga venezolana de la diáspora, me dijo que el tumor lo tenía desde hacía tiempo, pero él no quiso darle importancia. En realidad, ambas versiones son compatibles: el tumor lo tenía y el golpe contra la reja lo reveló sin vuelta atrás. Lo cierto es que el tumor era más profundo de lo que se esperaba y tocaba centros nerviosos importantes.
Como las semanas pasaban y no se había vuelto a comunicar conmigo, empecé a preocuparme. Llamé a la Asociación de Prensade Milán y no sabían nada más de lo que ya sabía yo. Se me ocurrió llamar a Mercedes, que tampoco sabía mucho, pero hizo una cadena de contactos hasta que llegaron a una vecina encargada de sus cosas mientras él estuviera hospitalizado.
-¿Pudiste visitarlo? ¿Cuándo fue la última vez que lo viste?
-Esta señora tendió a mantener a sus amigos distanciados, pero muchos pudimos visitarlo en el hospital. Por suerte, el sistema de salud pública, así como el de las pensiones de la región de Lombardía (donde se encuentra Pavía) funcionan muy bien. Lo vi en el hospital de Pavía hace más o menos un año. Me impresionó muchísimo, porque estaba muy disminuido, hablaba con mucha dificultad, con un hilo de voz me decía: “Estoy mejor, estoy mejor”, pero nunca entendimos cuán consciente estaba de sí mismo y de quiénes éramos sus visitantes. Era evidente que tenía momentos de aparente lucidez y otros no. Siempre minimizó sus problemas, tanto cuando estaba bien y más aún cuando se encontraba mal.
Lo último que supe de él es que la municipalidad le asigno un tutor legal, lo habían sacado del hospital para ingresarlo en una residencia, donde estaría atendido todo el día. Pedí la dirección, porque tenía intenciones de ir a verlo a principios de agosto, aprovechando un viaje a Milán, pero el lunes me llegó la triste noticia de su muerte. Era un hombre creyente, pienso que Dios se apiadó de él, porque las perspectivas eran terribles. Descansa en paz, finalmente.
Camino a la fama por heterogéneas rutas
La carrera de Carlos Omobono, tanto en su faceta de actor, director, animador y locutor, como en el ámbito del periodismo, se inició cuando todavía no había terminado sus estudios de comunicación social en la Universidad Católica Andrés Bello (Ucab).
Allí integró, en la década de los 70, el grupo Autoteatro, junto a compañeros de clase que luego se harían tan famosos como él, entre ellos Julie Restifo, Marco Antonio Ettedgui, Carlota Sosa, Valentina Párraga, y Antonio Adolfo Araiz, todos bajo la dirección de Javier Vidal. La agrupación tuvo destacada actividad entre las compañías emergentes en la escena venezolana de aquellos años.
A partir de allí, y de la mano de Pilar Romero, siguió haciendo teatro en el Ateneo de Caracas y El Nuevo Grupo, con el apoyo de Isaac Chocrón.
Con un sentido del humor que era parte importante de su ADN, no tardaría en trabajar, en cortas participaciones, en programas humorísticos. En su cuenta de Facebook lo rememora en una breve nota:
“Cuando Venevision era ‘la casa de las emociones’, hacíamos desde comedia hasta dramáticos, junto al inmemorial cómico Joselo, parodiando Horangel y los doce del signo, internacionalmente famoso por sus predicciones y su acelerado programa televisivo con maquillaje de la sempiterna Luisa Marcano, así como Los Donatti, primera telenovela escrita por José Simón Escalona para Venevisión”.
También formó parte del elenco de Bienvenidos durante dos años (1982-1984), a lo que se sumaban sus recurrentes presentaciones, como animador o telonero, de shows con artistas nacionales e internacionales en diversos escenarios de la Caracas nocturna.
Como columnista, participó en el equipo editorial de Entendido, la primera publicación surgida en Venezuela para la comunidad gay, que en su momento, los años 80, causó todo un revuelo por su inusual significado cultural, en una Caracas que comenzaba así a abrirse a un mundo gay ya francamente dispuesto a salir del clóset.
Todo esto le permitió hacerse de un consistente bagaje de experiencias que lo conducirían a tener su propio show de entrevistas para la televisión, concretamente en Televen. Hablamos deTu y yo con…, el programa que lo elevaría a la popularidad definitiva y que cimentaría hacia el futuro su estilo y trayectoria en diferentes medios, sobre todo la radio y la pequeña pantalla.
En Tu y yo con…entrevistaba a personalidades de diversos ámbitos y procedencia, desde Carmen Victoria Pérez, Soledad Bravo y Omar Vizquel, hasta Teodoro Petkoff y Lila Morillo, la diva zuliana por la que sentía especial predilección y ante la que no ahorraba en prodigarle adjetivos de muy encendida admiración.
En nuestra columna A Control Remoto, que entonces escribíamos para el diario El Nacional, reseñamos, con fecha 13 de enero de 1990, la particular resonancia de este espacio, que al poco tiempo de salir al aire le posibilitó a su animador una contundente sintonía los domingos a las 10 de la noche, con toda su carga de luces y sombras, de aciertos y golpes bajos y de momentos buenos y de los que no lo eran tanto.
De este texto, que titulamos ¿Viste a Omobono?, reproducimos un extracto, que ejemplifica gráficamente al Omobono que entonces intentaba revestir sus entrevistas con un sentido del humor sin precedentes, que convirtió en su sello característico, elogiado por unos y vituperado por otros, pero que no dejaba a nadie indiferente. En la mencionada columna asumimos un esbozo crítico sobre los inusitados resortes que sustentaban su labor, con no pocos rasgos controversiales, sin dejar de resaltar que, en verdad, a Carlos Omobono le había llegado su momento:
¿Viste a Omobono?
Los lunes la gente llega a la oficina, se toma el inevitable cafecito para enfrentar el día, y siempre hay alguien que comenta: “¿Viste a Omobono anoche?”. Ocurre que a Carlos Omobono le ha llegado su momento, y esto nos hace pensar en muchas personas de la farándula que han estado siempre en segundo plano, y de repente algo pasa, y como de casualidad, se convierten en tema obligado de conversación. Los vemos, los aplaudimos, o los odiamos, pero hablamos de ellos, lo que puede ser una indicación de alto rating.
Los domingos a las 10 de la noche, por Televen, Carlos Omobono presenta su programa Tu y yo con…, que a veces resulta entretenido y otras pasable. Este personaje ha hecho de todo. Dicen que se graduó de periodista e incursionó en el teatro como actor y director. Intervino, sin mayor éxito, en varias telenovelas (murió devorado por las llamas en un aparatoso incendio en Los Donatti) y hasta dirigió un teleteatro para Venevisión, hace ya varios años, titulado Los siete pecados capitales, que nunca llegó a transmitirse, ‘por fallas técnicas’, aunque Omobono declaró que fue censurado por el entonces ministro de Transporte y Comunicaciones, Vinicio Carrera, quien no necesita mayores presentaciones.
Recordamos un desafortunado sketch que creó para Mirna Ríos, como antesala del show de Libertad Lamarque en el Caracas Hilton, desastre que comentamos en su momento y que provocó la ira de Omobono, quien perdió la cordura y 15 mil bolívares en un remitido de prensa para responder a nuestros bien intencionados comentarios, publicados en esta columna que, según él, ‘no lee nadie’”.
A raíz de la aparición de Tu y yo con…, Omobono parece haber polarizado la audiencia, que lo ama o lo detesta, pero -logro para él- no deja de verlo.
Personalmente, creemos que Omobono se va por el lado del humor fácil, “grueso”, de doble sentido. Posee una cara muy telegénica y ostenta una mirada de ofidio que delata su escaso interés por lo que dicen sus invitados, pendiente tal vez de buscar la palabra o frase que lo lleve a hacer un comentario soez y darle a la conversación una tónica que está muy cerca, no de lo picaresco, sino de lo francamente procaz.
Omobono es impaciente, hiperkinético y alucinado, todo a la vez. Los redondos y desorbitados ojos hipnotizan a los entrevistados y al público que lo ve. Al mirarlo y escucharlo, no sabemos qué esperar de él.
El formato del programa, con sus secciones semi-improvisadas, se presta a todo. Quizás esto es lo que lo hace entretenido. A las 10 de la noche de un domingo nos conformamos con Tu yo yo con…, porque es un buen preludio a los sueños y el bienestar. No se puede decir que Omobono ‘ha llegado’, eso aún está por verse, pero se encuentra en ‘su momento’. Irrumpió con una producción atípica por su vulgaridad y chabacanería, como quieran juzgarla los fanáticos o indiferentes, pero atípica en fin.
“Carlos Omobono es un personaje inusual, por lo menos en la pequeña pantalla, porque en la vida cotidiana abunda la gente con su estilo de humor y demencia. Llenó un vacío en una televisión donde la creatividad no es precisamente lo que abunda. Aquí cabe perfectamente aquel refrán que dice: ‘En el país de los ciegos el tuerto es rey’”.
A Omobono le llegó su buena racha. ¿Será solamente momentánea?”
Y hay que decir a estas alturas, casi 35 años después de la publicación de esta columna, con motivo de su reciente y lamentable fallecimiento, que Carlos Omobono, con todo y sus altibajos, aprovechó su buena racha. ¡Y de qué manera! La suya, a no dudarlo, fue una ruta segura, aunque heterodoxa, hacia el éxito mediático.
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