Este 15 de octubre se han cumplido dos años de la muerte de Alexei Guerra, amigo y socio en varios proyectos. Recién puedo hablar de su muerte, y recordarle, sin que se me haga un nudo en el corazón o sin que se me agüe el guarapo.
Efectivamente ese tiempo de dos años parece ser un tiempo prudencial para procesar el duelo, al menos así lo he vivido con mis pérdidas.
A diferencia de las dos muertes anteriores que me tocaron muy íntimamente, la de Alexei fue una de esas muertes que llegó sin aviso previo. Contagiado con la covid-19 falleció el 15 de octubre de 2020, en una época en que no se tenía claridad aún sobre cómo enfrentar la pandemia ni sobre las medidas efectivas para evitar la propagación del virus.
De Alexei me despedí con un regaño, por unas cosas que tenía pendiente entregarme a inicios de aquel fatídico octubre, y después de unos días en los que no pude visitarle dado que estaba aislado, sencillamente me tocó retirar en la clínica su acta de defunción, cuando acudí presto a apoyar a su esposa e hija, que son cariños importantes en mi vida, ya desde antes pero especialmente desde entonces.
Justamente estando en la clínica, una vez que llegó el encargado de los trámites de la funeraria, éste me comentó -con su experiencia ya de varios años- que lo más duro con la covid-19 era que se trataba de muertes que llegaban sin avisar y sin que los dolientes pudiesen despedir debidamente al fallecido. Así nos ocurrió.
Aquí está el señor Alexei Guerra, firme aquí. Me señalaron un féretro sellado, el cuerpo me explicaron que estaba casi que empacado al vacío, y me hablaba un hombre vestido como si estuviese preparado para un alunizaje. Firmé, no había otra opción, y pusieron en mis manos el acta de defunción. Acto seguido fue incinerado.
Alexei como tantos venezolanos, casi imposible de cuantificar exactamente cuántos, no quedó registrado en las cifras oficiales como un muerto por covid-19. El acta de defunción señaló que había muerto de un paro respiratorio. Los resultados de las dos pruebas PCR que le hicieron, mientras estuvo hospitalizado, nunca llegaron. Tampoco quedó contabilizado entre los contagiados.
Alexei Guerra, librepensador. Así supe, pero después de que falleció, que quería ser definido en su lápida. Fue profesor universitario, locutor, columnista de prensa, crítico de cine y especialmente un hombre que fue cultivando afectos muy diversos.
Me ofrecí, cuando estaba internado, a recabar fondos para hacer frente a los gastos médicos. Aquello fue una catarata de sentimientos y recuerdos de gente que le había tratado y conocido. Le recordaban como buen profesional, como hombre cortés y afable, como intelectual con capacidad para el análisis. Supe entonces que había escogido al hombre correcto como socio y amigo. Pero en aquel trance de recabar fondos y expresiones de solidaridad guardaba la esperanza de que se salvaría.
Decía antes que las dos muertes anteriores, cercanas, con las que me tocó lidiar, fueron por decirlo de alguna manera anunciadas. Fueron dolorosas, pero hubo tiempo para procesar lo que venía. El hombre que me escogió como hijo, siendo él médico, cuando supo que su cáncer había hecho metástasis y entonces me llamó al extranjero, donde yo estaba, y me dijo que debía volver que le quedaba poco tiempo. Fueron algunos meses que pude verle con vida. De eso hace ya casi 30 años.
Hace 7 años, cuando justamente era el día de su cumpleaños, los resultados de unos exámenes especializados hechos a mi madre, quien desde que yo era niño había sido diagnosticada de esquizofrenia paranoide, me confirmaron que tenía pocos meses de vida. Falleció 10 meses después. Aquel cumpleaños le contraté a unos mariachis, como tanto ella había querido, y en ese último tramo de su vida le ofrecí lo que estaba a mi alcance para que descansara en paz. Fue víctima del cáncer de mama.
De Alexei, en cambio, no hubo manera de procesar que su muerte acechaba. Con aquel hombre, 10 años menor que yo, había tenido una intensa conexión. Con él hicimos proyectos, pedimos plata para desarrollar actividades, nos imaginamos el futuro. Fue mi amigo y mi socio.
Cuando lloraba, en solitario y desconsolado, esperando que me llamaran para entregarme el acta de defunción, el hombre de la funeraria me preguntó qué que era yo del difunto. Me pregunto si Alexei era mi hermano. Lo que le dije, en respuesta, se lo dije muy rápidamente, como si lo hubiese ensayado: Con Alexei, él y su familia, yo y mi familia, habíamos acordado recibir juntos los últimos dos años nuevos. Lo entiendo, eran muy cercanos, fue la reacción del hombre.
Con Alexei estrenamos el 2019 y el 2020, y especialmente en ese año que falleció hicimos tantos planes de lo que haríamos, cultivando una complicidad y cercanía que me daba plena garantía de que él podría darles continuidad a los proyectos comunes, en caso de que yo no estuviese.
Pero fue él quien partió, se fue sin avisar.