Venezuela

El Frente 5 de Marzo dirigió funeral de Robert Serra

Publicidad

Con pasitos torpes se movía la multitud que rodeaba los féretros de Robert Serra y María Herrera en los alrededores de la Asamblea Nacional. En el aire se peleaban las cámaras y un poco más abajo, las personas. Todos querían estar cerca de la caja con la bandera tricolor que arropaba a los dos cuerpos que habían sido apuñalados el miércoles pasado. Le seguía un grupo de hombres que, vestidos todos de blanco y dejando ver sus collares de colores, tocaban tambores para los asesinados. Se respiraba sudor. Y de vez en cuando, lágrimas.

Los que mueren por la vida 
no pueden llamarse muertos
y a partir de este momento
es prohibido llorarlos

02102013-_MG_901202102013mil

Las mujeres más afectadas comentaban que Serra tenía la cara golpeada en su ataúd, que a esa corta edad (27) no se debería morir, que a la juventud le ha dolido la pérdida. Alí Primera sonaba desde dos camiones distintos: uno para el diputado del PSUV y otro para la segunda víctima, María Herrera. El primero se imponía con la canción “los que mueren por la vida no pueden llamarse muertos” que en cuanto dejaba de sonar, comenzaba de nuevo.

Era la misma canción que se escuchó en la funeraria Vallés después del asesinato del líder del 23 de Enero, Juan Montoya, el 12 de febrero. Ese día, varios colectivos se habían agrupado en la calle de Los Jabillos para mezclar con cornetas de motos las tonadas del que hoy es el himno de los “caídos” del chavismo. Silencio es lo que cuesta conseguir en los funerales rojos.

que se callen los redobles 
en todos los campanarios…

Aquí también estaban presentes. Miembros del Frente 5 de Marzo, Movimiento Revolucionario Tupamaro y “otros que andan por ahí”, como señalaron ellos mismos, custodiaban la zona para abrir paso a los carros fúnebres.  Los acompañaba un aroma a tabaco que llegaba desde la punta de la fila. El “Che” venezolano guiaba la procesión. El uniforme era el usual: traje camuflado, boina negra con una estrella en el centro, un tabaco siempre encendido y botas militares que guardaban un cuchillo. Listo para la defensa. Se detenía de vez en cuando a conversar, en voz baja, con mujeres que se acercaban a buscar palabras de sabiduría izquierdista. Cuando terminaba el discurso, los ojitos brillantes de su audiencia femenina se quedaban viendo el humo que se alejaba.

02102013-_MG_911702102013mil

— ¡Colectivos, colectivos! Fue el grito que les indicó que ya era su hora de prender los motores. Marcarían la ruta hacia el Cementerio del Sur.

Atrás iban los custodiados. Se turnaban las consignas. “¡Si el pueblo no se arrecha, lo jode la derecha!”, “¡El pueblo, unido, jamás será vencido!” y “Robert no murió, se multiplicó”, con todas su “o” alargadas, eran las más populares. Las personas que acompañaban a Serra y Herrera hacían una cadena humana al tiempo que cantaban, gritaban y ondeaban banderas.

“Si a los escuálidos los matan se multiplican como cucarachas. Cuando nos matan a nosotros, quedamos heridos”, dijo una señora que sostenía en su mano un clavel, para variar, rojo. En la masa de gente no faltaron personas con muletas, en silla de ruedas, muy niños y muy mayores. Por varios kilómetros el paso lento de la procesión fue antecedido por los colectivos que tenían que detenerse cada tantos metros para esperarlos.

02102013-_MG_911102102013mil

Uno de los líderes del Frente 5 de Marzo, de la parroquia 23 de Enero, se encargó de llevar la batuta. Pedía aplausos, y los recibía. Pedía que tocaran las cornetas, y así sucedía. Gritaba “¡Robert Vive!”, a lo que seguía “¡La lucha sigue!” en unísono. Solo cuando, llevado por la adrenalina de su estrellato, pidió vítores con la frase “¿Dónde están las mujeres?”, las motos quedaron silentes. No lo entendieron. Decidió entonces comenzar de nuevo el repertorio. Aplausos, cornetas, consigna. Varias veces.

ellos no serán bandera 
para abrazarnos con ella… 

El cielo ya se veía gris, y cerca de la entrada del Cementerio del Sur el ánimo comenzó a cambiar. Los gritos se cambiaron por rabia. “No saben lo que hicieron las ratas esas”, decía un hombre de chaqueta negra que sostenía un cigarro en la sonrisa de medio lado. “Yo la capucha me la quito cuando haga falta para defender esta vaina, porque es nuestra y nadie nos la va a quitar”, respondía otro. Las miradas correspondían con el aire pesado que se preparaba para recibir a la lluvia. El «Che», sin embargo, no abría la boca. Se limitaba a saludar a los presentes, a posar para los “selfies” que le pedían, a cambiar su tabaco cuando se gastaba el anterior, y a ser, como si los gritos no existieran, el más calmado del grupo. “¡Él es mío!”, le gritaba una mujer. “¡Mi hijo tiene 14 años y ya te adora!”, le decía otro señor. Él los miraba, asentía, y aspiraba su tabaco.

02102013-_MG_912802102013mil

La lluvia comenzó a caer. Una mujer sacó una Biblia y, predicando la palabra de Jesús, gritaba a viva voz tratando de hacerse escuchar entre los motores que se aceleraban cada vez más, aunque no se movían de sitio. El humo de las motos se mezclaba con el agua que caía. Y todos, al llegar a la entrada del cementerio, supieron que habría que entrar a la fuerza. Funcionarios de la Policía Nacional Bolivariana impedían el paso de las motos, pero la complicidad del grupo era suficiente para que eso no importara. Aceleraron aún más y las cornetas no paraban.

— ¡El pueblo arrecho, reclama sus derechos!, gritaba la multitud.

— ¡Jesucristo viene! ¡Chávez se salvó y ahora viene por nosotros!, insistía la mujer que apenas se escuchaba.

—¡Ni que fuéramos escuálidos! ¡Déjennos pasar!

El que había marcado el ritmo hasta entonces pasó de ser un animador de turno a estar, cara a cara, con los uniformados. Algunas gotas de saliva le caían al funcionario que, seguramente, confundía con la lluvia.

Con un gesto bastó. La orden fue apenas un movimiento de un brazo y un grito para que sus seguidores rompieran la barrera y entraran al funeral de Robert Serra. Cual película, todos celebraron su victoria en los caballos de metal. Y el «Che», como para no perder la costumbre, no hizo gesto alguno.

Canta canta compañero 
que tu voz sea disparo 
que con las manos del pueblo 
no habrá canto desarmado 

Más atrás, como en otro funeral distinto, venían los camiones con los cuerpos y la multitud que le seguía. Los que respiraban sudor, lágrimas y lluvia. Y empezaba, quién sabe por cuál vez, la voz de Alí Primera.

Los que mueren por la vida
no pueden llamarse muertos…

02102013-_MG_908802102013mil

Publicidad
Publicidad