Opinión

Migajas

Tuve un gato himalayo. Cuando me lo regalaron, le prometí a su dueña, una niña de 4 años, que cumpliría con su petición: no le cambiaría el nombre a su gato. Lo llamaría como ella lo hacía: Anubis. De ese nombre me quedé con lo que tiene de abundancia, su natural relación de ternura con la muerte, y los milagros secretos del Nilo.

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Con mi gato le cumplo a la palabra de la infancia. Y cuando Anubis se siente acorralado, recuerdo la infancia con su lenguaje, sus ritmos y sus emociones. Y él resuelve los acorralamientos reales o imaginarios sentándose encima de un antiguo equipo de escuchar discos de vinil.Pareciera decirnos silenciosamente que a la desesperación se le enfrenta y vence: oyendo, tocando, repitiendo lo que de antiguo tiene la infancia.

Así es la poesía de Miguel Marcotrigiano: el testimonio del hombre que enfrenta los miedos posando en la casa de lo antiguo: las palabras. Alguien a quien le dijeron en la infancia que por las palabras circulaba el Nilo. Es decir: la posibilidad de la fertilidad, la abundancia, la vida, la ciudad, la belleza de las piedras, la muerte necesaria como un agradecimiento al universo. Pareciera, además, que en los pulmones y en la garganta le dejaron inscrita la sentencia: en las palabras, la abundancia, la luz reposan en las migajas de la sombra. El significado como una migaja; la abundancia como algo escaso; el estremecimiento como una luz mínima; el temor como el maestro de lo auténtico.

En la soledad del náufrago (Caracas: Bid&Co, 2012) hay una conquista secreta y una derrota pública. Intuimos la primera, palpamos la segunda cuando leemos vacíos de prisa cada uno de los poemas, cada una de las reflexiones sobre la insistencia de eternizar en la vida una de esas migajas que, inesperadas, nos quedan en las manos y el aliento, después del desconcierto, el temor, las quiebras y los quiebres, los asombros y los bostezos.

La poesía de Marcotrigiano es una lección de maduración y desarrollo sobre cómo un poeta debe comprender y forjarse un lenguaje personal que permita narrar, cantar, silenciar su lugar en el mundo. He aquí la decantación vital de un hombre a quien la vida le dona y le obliga a rebajarse e hincarse ante la autoridad secreta y celestial de las palabras. Es la escritura serena y discreta de un hombre que siempre ha buscado con desesperación un lenguaje que lo confirme, que lo llene de puntos cardinales emocionales.
Este libro de la Soledad es una reunión, colección arriesgadas sobre la evolución, desmoronamiento y consolidación de lo que hay de falso y de verdadero en el lenguaje que destilamos de nuestras emociones y experiencias. Una lección sobre cómo el poema bebe, se nutre de la ambigüedad, incertidumbre y temblor. Una lección sobre cómo mueren las certezas, sobre por qué las certezas pudren el poema. Una lección sobre por qué lo amoroso es quien dicta las leyes del lenguaje para que nazca construida la belleza.

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