Opinión

Venezuela contra los mejores

Aquí cada quien escogió una esquina. Quienes enviudaron tras la salida de César Farías de la selección nacional esperan, con la baba en los labios, la caída de Noel Sanvicente. Como si eso legitimara un proceso que -con aciertos y errores- tuvo su momento. En el otro lado se encuentran los que no se atreven a cuestionar las malas presentaciones que ha tenido la selección, porque temen que eso mine la credibilidad de "Chita". En ese enfrentamiento estéril, tan típico de nuestros tiempos, asoma las narices la Copa América.

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Para las grandes selecciones, la Copa América no es un fin sino un medio. Un medio para afianzar un proceso, fortalecer posiciones irresueltas o darle credibilidad a un técnico que recién inicia su camino. Las Federaciones, incluso, usan el torneo para probar estrategas interinos si no hay candidatos claros. La prioridad pues es solo una: clasificar al Mundial. Si Uruguay no hubiera asistido a Brasil 2014, el título en Argentina habría sido anecdótico.

Basta recordar esa Copa América para comprender las rutas que recorren las potencias de Suramérica. De Los cuatro que ocuparon el podio, solo uno logró clasificar al Mundial y por vía del repechaje (Uruguay), el resto vivió un infierno en ese cierre de eliminatorias, incluida Venezuela que aun celebra un cuarto lugar, después de ser goleado por Perú. Brasil, Colombia y Argentina, en cambio, corrigieron la ruta y el resultado ya todos lo conocemos.

Sirva esta larga introducción para exponer por qué creo que la Copa América del próximo año solo es positiva para evaluar, en competencia, la apuesta de Sanvicente. Si queda último o primero, es lo de menos. Decir que el estratega tiene la obligación de superar el cuarto lugar, después del tiempo perdido por la inacción de la Federación Venezolana de Fútbol, es retórico y banal. Y, obviamente, desproporcionado. Pero es, sobre todo, inútil.

Como lo demostró Uruguay y como ha pasado en tantas otras oportunidades, ganar un torneo corto no es sinónimo de nada más allá de lo obvio: encadenar cuatro o cinco resultados positivos. Tomemos otro ejemplo de allí: Paraguay. Fue subcampeón gracias a la falta de definición de Venezuela. No le sirvió tampoco ese segundo lugar para resolver los problemas defensivos que lo apartarían de la cita mundialista.

¿Pekerman perdería credibilidad si a Colombia la eliminan en primera ronda? No. ¿Y Dunga? Tal vez. Aquí puede establecerse la primera diferencia ente las dos selecciones que serán rivales de Venezuela en Chile 2015. Con el brillante cierre del año de la oncena neogranadina, que tiene en James Rodríguez a su presente de ensueño, es difícil imaginar una debacle cuando apenas quedan meses para el torneo. Sin embargo, si así fuere, nadie se atrevería a pedir la cabeza del estratega. Solo el estado físico de Falcao aparece como una incógnita en el futuro inmediato. Mas, si Teófilo Gutiérrez sigue sano, no tendrán de qué preocuparse.

Lo de Dunga es una cuestión de honor. Es imposible olvidar la goleada sufrida ante Alemania. No obstante, una buena Copa América serviría para mejorar el ego golpeado. Posiblemente Brasil esté pasando por uno de los peores cambios generacionales de su historia. Salvo Neymar, los nombres en defensa y ataque pueden ir y venir sin que el estratega sea cuestionado. Vamos a lo mismo: prensa y fanáticos exigirán funcionalidad.

Eso deja igualados a Perú y Venezuela. En este momento, olvidando la historia y los enfrentamientos entre ambos, no hay manera de asegurar que Venezuela esté por encima. A la mejor versión de la selección de Farías, en ese entonces, le hicieron cuatro. Hoy, con Pablo Bengoechea, el equipo goza de un presente estable. Cerró el 2014 con un 55% de rendimiento. Ganó cinco partidos y perdió cuatro. Ese porcentaje los ubica por delante de Ecuador, Paraguay, Bolivia y, obviamente, Venezuela.

¿Cuáles fueron las selecciones con mejor rendimiento en Suramérica? Precisamente los otros dos rivales de la Vinotinto en este grupo: Brasil (79,1%) y Colombia (71,4). Los números son irrefutables, las diferencias abismales, y la apuesta de Chita aún está por verse. La fe mueve montañas, dicen. Pero, agrego yo, primero hay que trabajar.

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